La primera toma

16 junio 2024 12:15 am

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Un texto de Fanny Fajardo, publicado en el libro Colcha de relatos, editado por Cafe & letras Renata.

Habíamos ido a un paseo familiar con mi suegra, mi madre y los dos niños Angélica y Eduardo. Mi esposo y yo estuvimos en Cali hasta el día jueves cuando llegamos por la noche con el niño porque Angélica se quedó con la abuelita.

Al día siguiente, me fui a llevar a Eduardo al hogar infantil y luego cuando regresaba a la casa para ir a despachar a mi esposo, quien estaba durmiendo, escuché una ráfaga de pólvora, pero no le di importancia. En el “Crucero” me encontré con Isidro Neira y fue él quien me dijo que la guerrilla se había tomado a Génova.

Después llegué donde estaba Jair dormido, lo llamé para contarle y él se levantó asustado; se vistió, me dijo que fuéramos por el niño, pero llegamos al hogar y no nos lo entregaron, entonces nos fuimos para el consultorio dental ubicado en la carrera 11 con 26 donde al llegar, vi unos guerrilleros en la esquina “voliando” plomo contra el comando de Policía, que estaba donde hoy quedan los bomberos.

Al rato llegaron unos guerrilleros y le pidieron a mi esposo algo para estancar la sangre y él les dijo que lo único que tenía era percloruro de hierro y se los dio. Al herido, un tiro en la cabeza le había abierto el cráneo, por eso Jair les dijo que mejor lo bajaran al hospital, pero no quiso acompañarlos para que no lo relacionaran con ellos.

Luego sacaron a los empleados del Banco Cafetero, los trajeron para el consultorio que era lo único que estaba abierto, y nos dijeron que nos tiráramos al suelo porque iban a estallar el banco. Gracias a Dios no le hicieron ni cosquillas a la caja fuerte.

En esas cosas del combate, cuando unos policías iban a prestar apoyo, los atacaron en el Río Rojo y según cuentan, murieron como siete u ocho y los otros quedaron heridos.

Luego, en lo que parecía una tregua y como teníamos hambre, corrimos para la casa; cuando llegamos, en el pasillo uno de los soldados que habían llegado por la cuchilla de la cordillera, estaba herido. Le pidieron a mi esposo que lo ayudara a llevar hasta el polideportivo para trasladarlo a Armenia y él con otros señores lo llevaron hasta las canchas donde lo subieron en un helicóptero.

Jair volvió y yo solo pude hacer un café con pan. Los guerrilleros se habían camuflado en las montañas y se habían retirado. Cuando fuimos por Eduardo, a mi esposo le dio por traer la cámara fotográfica y tomarles fotos a los guerrilleros muertos; aproximadamente ocho, que estaban tirados frente al cuartel de la policía. Un soldado le preguntó por qué estaba tomando fotos, él respondió que era una curiosidad, pero el militar lo detuvo y me dijo que me fuera con el niño antes de que decretaran el toque de queda que iba ser establecido a las 5.30 pm.

Yo me fui a la casa muy triste porque no sabía qué iba hacer sin mi esposo; como no teníamos gasolina para prender el fogón, inventé una estufa de leña en la que hice agua de panela para el tetero de mi hijo, mientras Jair seguía detenido. Cuando llegó el comandante de la estación, quien quince días antes había almorzado en nuestra casa, preguntó por qué lo tenían retenido si era un ciudadano de bien, y ordenó soltarlo. Como le quitaron el rollo fotográfico se perdieron las fotografías familiares de Cali, e incluso las que hubiesen sido interesantes evidencias de la toma.

A las seis de la tarde cuando regresó Jair a la casa, llegaron los soldados que llevaron el herido al helicóptero y nos pidieron el favor de dejarlos hacer un tinto que tomamos con leche y más pan. Después se fueron y nosotros nos acostamos.

A partir de entonces empezó la reconstrucción de esta historia que hoy, gracias a “Colcha de relatos”, dejo escrita como muestra de resiliencia de un pueblo.

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