Columna del Colegio de Abogados del Quindío
Por: Fernando Elías Acosta González *
Desde la primera vez que escuché esto, siempre me causó una terrible impresión: “madre sólo hay una; padre puede ser cualquiera”. El refranero popular – sobre todo en nuestro medio social y cultural – está repleto de expresiones que como esa reflejan reiteradas realidades de todo tipo que fueron transmitidas de generación en generación; unas ratificándose en su razón de ser por la crudeza de los hechos, mientras que otras definitivamente “están mandadas a recoger”, porque son absurdas o aberrantes, como que “es mejor viejo conocido y que nuevo por conocer”. ¿Qué tal?
¿De verdad padre puede ser cualquiera? Uno diría que, en el simple sentido biológico, claro que sí, pero en su connotación más profunda, su significado y trascendencia, ese apelativo no abarca a la gran masa de hombres que procrearon hijos por “mero accidente” y por lo tanto su venida a este mundo nos les alegraron la vida, sino que – por el contrario – les fregaron la existencia; las inocentes criaturas se les convirtieron en una larga y pesada carga.
“El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”, suele escucharse por ahí. Este enunciado, a propósito hoy de la celebración en nuestro país del Día del Padre, yo lo modificaría: “el hombre nace bueno y la familia se lo tira, por ignorancia, exceso o defecto”. Es incontable en número de hombres y mujeres que – desde niños – pasando por la adolescencia e incluso en la edad adulta, cargan en su alma, en su corazón y en su mente con terribles heridas psíquicas y emocionales por culpa del progenitor, que – como jefe del hogar – lo único que le importaba era imponer su autoridad al costo que fuera. ¿Por qué? “Porque soy su papá y punto”, era la acostumbrada respuesta.
Más que padres cariñosos, respetuosos y protectores, sinónimo de seguridad en el entorno familiar, de sana disciplina y autoridad, en muchísimos casos la figura que existía era la de un dictador, un energúmeno irracional para quien “su palabra era ley”, por absurda, arbitraria e injusta que fuera su decisión. Y claro, ahí están las trágicas y lamentables consecuencias para quienes han vivido esos horrores, con nefastas implicaciones también en el ámbito familiar y social.
Estos no son “cuentos chinos”. Cuántos de ustedes a través de la ayuda psicológica, psiquiátrica o espiritual han llevado a cabo batallas internas interminables, tratando hasta lo imposible de olvidar lo vivido y quizás lo más complejo y difícil: perdonar a esa ‘bestia’ que quizás ni siquiera merece ser llamado papá. Lo triste y lamentable es que la historia se repite una y otra vez, independientemente del estrato socioeconómico, pues la violencia no sólo es física. En familias adineradas, es común referirse a los “huérfanos de padres vivos”, aquellos ejecutivos que se enfocaron tanto en ser exitosos y ganar dinero, que se les olvidó por completo que el primer deber de un padre, es ser papá en su más integral significado.
No existen papás perfectos y tampoco hay “manual para ser papás”, pero debería haber la más mínima consciencia acerca de la inmensa responsabilidad que encarna ese rol. Es que está moldeándose un ser humano y el ‘escultor’ esencial, fundamental e insustituible es el progenitor. Lo frustrante es que esos modelos tóxicos y aberrantes replican cíclicamente la dura y cruel historia. “Es que así me criaron a mí”, es la más recurrente excusa para justificar la manera perversa en que “levantaron a sus hijos”.
“Sus padres hicieron lo mejor que podían con la información que tenían. Ellos creían que como lo están estaban haciendo era lo correcto”, argumentada un conferencista hace años en la Universidad del Quindío, aconsejando a renglón seguido: “más que juzgarlos, lo que ustedes deben es entenderlos y perdonarlos, pues algo bien complejo en la vida es ser papá o mamá”. Sus palabras tocaron las fibras más íntimas de mi ser. Por eso en esta fecha, sólo reconocimiento y gratitud por siempre para David Simón Acosta Cifuentes. “Viejo mi querido viejo”, espero que desde la eternidad esté descansando en paz.
* Colegiado