El viaje de la vida

14 junio 2024 10:52 pm

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Jhon Faber Quintero Olaya

Cuando llegamos al mundo la inocencia marca nuestra primera etapa. Creemos que vamos a ser inmortales y entre juegos e imaginación construimos nuestros sueños e incluso realidades paralelas con muchas versiones de nosotros mismos. El mundo nos va adaptando a una estructura social cada vez más pesada y llena de matices, pero así es la vida llena de extremos y constantes. Sin embargo, la llama de la infancia perdura hasta el último respiro.

En ese contexto pasa la memoria como un disco dura y el tiempo inclemente como un recordatorio de la finitud. Llantos, alegrías, nuevos lugares y nuevas personas van marcando ese álbum de recuerdos que por momentos se llena de nostalgia y en otros de olvido. Los fracasos y los éxitos, así como la ubicación familiar, marcan una personalidad que finalmente se ubica en la sociedad y define nuestro arte, profesión u oficio. La pertenencia a un contexto en sí ya debe ser valorada como un fin en sí mismo.

Aunque la vida no es cíclica nunca se devuelve, salvo en la literatura. En Cien años de soledad cuenta García Márquez la historia de Melquíades un sabio gitano que jugó con la vida y la muerta gracias a la pluma del novel colombiano. Indicó el autor que: “mientras macondo celebraba la reconquista de los recuerdos, José Arcadio Buendía y Melquiades sacudieron el polvo a su vieja amistad. El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad”. El realismo mágico del novelista refleja una extraordinaria parodia de lo que es la vida y la muerta y, tal vez, la soledad entre ambos extremos.

No obstante, la regla general es que la vida y la muerte se construyen en líneas rígidas que una vez trascendidas no tienen vuelta atrás. Por ello, las preguntas universales alrededor de la muerte han tenido miles de respuestas a lo largo de la vida humana, siendo parte inexorable cada cultura y cosmovisión de una civilización. La preocupación por la trascendencia o la continuidad del camino del ser han estimulado centenares de páginas, charlas, congregaciones y foros. El miedo a morir en ocasiones nos impide vivir, lo cual es también una gran paradoja.   

El cómo vivir hace parte de ese reto que muy probablemente acerca más nuestro razonamiento a la idea del más allá de la tierra y el ataúd. La existencia en sí misma no es un libreto que simplemente se deba seguir porque cada ser humano tiene las particularidades de construir un universo totalmente disímil, incluso el poder y la capacidad de transformar la historia. Cada decisión o acción es un paso orientado y dirigido a moldear el ayer y jugar con el mañana a partir de un presente inmortal porque un acto siempre queda en la anécdota colectiva.

La semana que termina fui testigo de la partida de seres queridos de personas cercanas con historias totalmente diferentes. Por un lado, el joven deportista Luis Esteban Montoya Rodríguez fue llamado por el arquitecto del universo a seguir jugando y dibujando sonrisas en la eternidad. Leonardo y su familia se encuentran destrozados por la partida de un joven que emulaba los pasos de sus más admirados héroes, pero que deja en todos una sonrisa, una esperanza y un motivo para seguir. Su temprana partida es un motivo para que sus seres queridos y todos a su alrededor encuentren la fuerza para continuar en el viaje de la vida.

Sandra Liliana, por otro lado, tuvo que despedir a su mamá Elsita, quien fue un ejemplo de fé, esperanza, unión familiar y resiliencia. Ella como líder espiritual marcó la vida de generaciones y luego de toda una aventura de fé, letras y mucho amor se encuentra valientemente al lado del creador. El final de su vida fue un acto valeroso y tierno que estuvo acompañado del cariño, la esperanza y el calor de todos sus seres queridos. Una frase de ella que vi hace poco y marcó mi vida fue que “se debe ser feliz a pesar del dolor” y hoy las familias de mis dos buenos amigos tienen ese reto en el que, sin duda, estaremos presentes. El viaje de la vida finaliza, pero los recuerdos inmortalizan ese paso por este plano. La magia de la vida siempre tiene un inicio y puntos seguidos, pero nunca un punto final.

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