Aldemar Giraldo Hoyos
La Cámara de Representantes de nuestro país aprobó la Ley que prohíbe actividades como las corridas de toros; según el texto, estas “socavan la integridad de formas de vida no humana”. Con el respeto que merecen los taurófilos, esta medida constituye un verdadero éxito; la muerte dejará de ser un espectáculo en las plazas construidas para ese fin.
Aunque sean consideradas como un espectáculo singular, su origen debe buscarse en el circo romano, en donde morían muchos animales para divertir a “un público sediento de sangre”; parece que fue Julio César quien introdujo la lucha entre el toro y el matador; el invento romano fue llevado a Hispania (nombre que los romanos daban a la península Ibérica), años después y desde allí se exportó a varios países.
Sabemos que muchos argumentos utilitaristas han tratado de defender esta “tradición” para justificar la tortura de los toros de lidia, verdadero abuso sistemático de un vacuno, lo cual acaba insensibilizando a la opinión pública ante el sufrimiento de los animales. Ya era tiempo de aprobar esta propuesta; Colombia se unió al grupo de países de Latinoamérica que prohíbe la tauromaquia; con 93 votos a favor y solo dos en contra, se aprobó la medida; nuestra imagen en el contexto mundial dejaba harto que desear.
Ojalá se haga realidad el proyecto de reconversión y esos espacios considerados como centros de diversión se conviertan, realmente, en focos de cultura, de arte y deporte. En España se siguen celebrando corridas de toros en varias regiones, pero hay “una mayoría de españoles cada vez más preocupada por el bienestar animal”; aunque parezca raro, las corridas de toros están prohibidas por ley en las Islas Canarias y en Cataluña; además, en Galicia y gran parte de las Islas Baleares son legales, pero su práctica está prohibida en ciertos lugares; según encuestas reales, cerca del 60% de los españoles se oponen a la tauromaquia.