Carta a Arnoldo Palacios

12 junio 2024 10:33 pm

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Buenas tardes señor Palacios:

Le cuento que terminé de leer su gran obra “Las estrellas son negras” y quisiera comentarle  lo impresionada que estoy….

No, no. He intentado varios de estos formalismos y los he tachado porque me parecen muy ‘carreñudos’(*). La verdad, no me siento con ánimo para las buenas maneras.

Retomo.

Hola Arnoldo: ¿lo que leí fue un lamento, un grito, un aullido? Al leer las descripciones alrededor de su personaje Irra me sentí sobrecogida y tuve que parar varias veces. Sus palabras me resonaron como el aullido incesante de un lobo corriendo por amplias estepas, resistiéndose a ser perro, intuyendo un arca de sentido para albergarlas. Un nuevo cuerpo forjado de barro y agua y selva; un cuerpo que importe; un cuerpo que, en vez de las arcadas amargas de la bilis que inunda el estómago hambriento de Irra, sienta la plenitud de la dulzura. De la dulzura que será el nuevo alimento del universo.

Para que su libertad, Irra, estalle en brotes de fertilización cruzada; para que a través de mutaciones insospechadas todos nos encontremos, cada vez más y a mayor velocidad. Porque el tiempo se nos acaba. ¿Hemos aprendido algo del COVID, de los genocidios, de tanta muerte a destiempo? ¿Aprendimos que no hay fronteras, que lo tuyo permea lo mío, que no hay escapatoria individual, que quienes en su isla elucubran aislados quedarán? Porque el tapabocas que asfixia se puede convertir en el destapabocas que libera. ¿Cuál es la frontera entre el negro color de los negros y el blanco de los blancos si los dos están unidos por el infinito de una única paleta? ¿Quién separó unos lugares, como tu Chocó de negros, del resto de lugares de Colombia? ¿Qué dibujante se atrevió a pintar esos límites, esos cercos de alambre de púas? Es una pregunta retórica porque lo sabemos: dibujantes de mamarrachos pertenecientes a élites mezquinas; esos pocos que, reunidos ahora en una isla, tiemblan porque ‘nuestro virus’ amenaza con contaminar el mundo. Esos que con afán buscan huir; esos que no han aprendido nada a pesar de que inundan el mundo con sus propagandas sobre éxito, coaching y odio.

Ya los hemos desenmascarado: nos separan, nos descuartizan y nos tiran al rio; o nos desaparecen en su hornos crematorios, o como NN en fosas comunes. Pero hemos decidido exponernos salvajes, y nuestro aullido es una horda de dulzura y benevolencia. Que no crean que los humanos somos un masacote cuyo único destino es la explotación inmisericorde por parte de una élite; no somos un amasijo listo para la masacre. Por eso tienen tanto miedo; por eso, cobardes y arrinconados, caminan en una lejana isla para dirigir su huida a la luna, o a marte, o a cualquier otro lugar del universo. Pero en cualquier sitio estaremos porque su sentido de orientación es obsoleta así hablen tanto de innovación. En cambio, nuestros pasos están hechos del sigilo de culebras milenarias y se orientan por la infinitud de estrellas que cubren el cielo; allí, en ese infinito universo en el que cabemos todas y todos.

Y aquellxs como usted Arnoldo, desde El Chocó y otros lugares que se le parecen en nuestro universo, son la voz del lobo que orienta hacia otras geografías del alma, hacia un cielo que también alumbra con una innumerable cantidad de estrellas negras.

Ellos continúan soñando un mundo que ya existe. Nosotros soñamos un mundo que aún no está. Ellos están asustados y por eso quieren huir. Sufren, porque saben que cerca está su fin. No han entendido que su creencia religiosa sobre la inmutabilidad no existe: aún se frotan sus genitales manos, tratando de fortalecer sus murallas. “Ahora”, dicen como ocurrió, “con el COVID y sus cepas vamos a sacar ventaja, vamos a amasar una inmensa fortuna con las vacunas, vamos a solidificar nuestro poder”. Yo les digo tontos; y si no les gusta que se metan sus desafueros por donde ya sabemos (hoy no tengo ánimos para carreñizar). Nosotros creemos que esa realidad ha llegado a su fin, porque toda realidad muere, porque el cambio es lo único que permanece. Ellos temen el contagio, nosotros somos inmunes.

No es fácil, Irra. Yo, que también he mirado sobre mi cabeza el cielo azul y tengo un vago recuerdo del Atrato, no me he vestido con ropa despedazada de lo puro vieja. En cambio, he vestido ropas de marca, conociendo que han sido elaboradas en países lejanos por niños esclavizados, por mujeres y hombres esclavizados; como tus ancestros –que son míos también-, como tú, como tu madre, como tus hermanas, como tus paisanos del Chocó. Yo no he tenido esa sensación dolorosa de hambre en el estómago ni mis papilas han salivado viendo colgar en la tienda vecina un racimo de bananos con el cual podría calmar mi hambre y el de mi familia; yo no he tenido que pensar en que ayer y hoy, ni yo, ni mi madre, ni mis hermanxs hemos comido nada; tampoco he salivado viendo comer a un grupo de campesinos que salen del rio, mientras me devano los sesos pensando en la forma como pediré al dueño o la dueña de la tienda unos granos, un poco de arroz y un poco de sal, fiados con cargo al cuerpo enfermo y quemado al sol de mi madre, lavandera de rio de la ropa de los ricos. Yo no he temblado de miedo ideando la manera en que me acercaré a los estantes de granos para llenar con ellos mis bolsillos y así llevar algo de comer a mi casa. En cambio, voy a los supermercados y compro suficiente comida que sé llena de venenos químicos; como el rio Atrato envenenado por el mercurio que tiran en sus aguas los mercaderes del oro.

Yo no he sentido que en mi casa camino sobre un piso podrido, con paredes desvencijadas que cimbran al menor impulso; yo no he experimentado la frustración de ver que Sirios y Antioqueños son dueños de los pocos negocios existentes en el pueblo y los blancos son los únicos que consiguen trabajo en las oficinas de gobierno; mucho menos he sentido el terror de saber que los negros han sido linchados públicamente por los blancos en muchos lugares del mundo por el solo hecho de que su piel sea negra.

En cambio, Irra, sentí la avanzada del cura, el policía y el juez en mi cabeza, cuando en medio de lo desesperado de su situación se le incrustó la idea de matar al gobernante de su pueblo, al considerarlo como quien representaba la situación de oprobio y miseria en que usted, su familia y muchos de sus paisanos sufrían allí. También, Irra, he rechazado tener sexo con un negro Y así mismo, innumerables veces, por el mero hecho de su color, he temido a las personas negras. Sí, en vez de temer a los linchadores, he temido a los linchados.

Irra, en medio de las miserias del mundo vivo; todo me rodea; todo me permea. No soy pura. Pero veo un mundo hecho de verdades en camino de desaparición ; que la nutrición del oprobio de unos contra otros no es inmodificable. No estaría nada mal, ¿verdad, Irra? Nos juntaremos entonces a la orilla del Atrato que ha recuperado sus derechos, nos lavaremos las piernas y las manos, nos sumergiremos en el agua, nos reiremos, y ensanchando el pecho respiraremos libres como usted lo pensó al final de su historia. Con tu toma de conciencia y la nuestra, Irra; con la libertad que nos propones. ¡Libres!

Permanezcamos en contacto Arnoldo,

Nancy

PD: -Se habrá dado cuenta de que no pude separar al autor del personaje.

  • (*) El término lo tomé de la filósofa y artista plástica Elena Sánchez.
  • Este texto parafrasea algunos apartes del de Virginie Despentes “Nada me separa de la mierda que me rodea”.

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