*Por: Eddie polanía rodríguez
Paralelo a la profundización cada vez más intensa de la globalización, y a muchos de sus devastadores efectos, se ha venido produciendo en el mundo ―en las economías, las instituciones y los territorios― una oleada de cambios, ajustes, reformas y reacomodos, también profundos, bien para atenuar las amenazas, bien para aprovechar las oportunidades, pues nada escapa a ese poder transformador, cambiante y avasallador. Y podría decirse ―igual― que las naciones que en la actualidad determinan el ritmo de la dinámica “globalizante”, son las pertenecientes “al club de las naciones ganadoras”, que siguen siendo las del primer mundo; aquellas que poseen los más altos niveles de desarrollo y los mejores estándares de calidad de vida.
Esto por oposición a las “naciones perdedoras”, las que por circunstancias histórico-estructurales ―objetos del colonialismo― no acumularon los quilates suficientes para entrar hoy con solvencia en los exclusivos escenarios globalizados. En medio de las primeras y segundas se encuentran las “naciones emergentes”, caracterizadas por fuertes impulsos de desarrollo tecnológico, tipo India o China, capaces de sostener por años tasas de crecimiento cercana al diez por ciento.
Colombia no es una economía emergente. Según el Informe Mundial de Competitividad, 2017, entre 63 economías analizadas nuestro país ocupó el puesto 54. Aunque las estadísticas no nos favorecen tampoco se pueden desconocer algunos adelantos obtenidos, para acelerar cambios estructurales, frenados, entre otros factores, por la ineficiencia oficial, la corrupción y la violencia.
Competitividad
El Eje Cafetero tiene excelentes posibilidades de desarrollo y de articulación en el contexto nacional y global, como para que continúe desaprovechando sus condiciones privilegiadas, mientras en el plano real sus principales indicadores resaltan sus debilidades, conflictos y amenazas, que la asimilan a la condición de región perdedora, o estancada, concepto que alude a la incapacidad de los territorios de generar dinámicas endógenas, a fin de superar la inmutabilidad, la inmanencia de males y desequilibrios, resultantes de esquemas, modelos y paradigmas disfuncionales y obsoletos para los tiempos del siglo XXI.
Perdida la fortaleza de la caficultura por las nuevas leyes de la economía del libre mercado, el Eje Cafetero por igual perdió buena parte de la competitividad regional, devenida de ese modelo económico, que en sus mejores tiempos se tradujo en altos niveles de desarrollo, institucionalidad, seguridad social, ingresos, empleo, e infraestructura, convirtiéndose en modelo de desarrollo. Pero en la vida todo cambia.
En los últimos 20 años ―en razón del desarrollo científico-tecnológico, de la revolución de las comunicaciones, de la globalización de las relaciones económicas, del cambio de los sistema productivos, de la creciente urbanización, de la lucha contra la exclusión y por la igualdad de derechos, lo mismo que de las muchas transformaciones geopolíticas y también del cambio climático, el mundo es bien distinto. Y en consecuencia hay que pensar, prever y actuar diferente para sobrevivir con posibilidades de éxito. Competitividad llamó Porter ―en los ochenta― la capacidad de las naciones de sostenerse en los mercados ofreciendo productos y servicios de mejor calidad a mejores precios. Posición controvertida por el Nobel americano Krugman, quien expresa que el punto crítico para las naciones es el incremento de la productividad en términos absolutos.
La estrategia de la asociatividad
Bien que el asunto sea de competitividad o de productividad, desde diciembre del año pasado los Gobernadores del Eje Cafetero propusieron ―en Chinchina― una opción diferente para devolverle a la región la competitividad perdida, para buscar su inserción en la economía global, y para intentar resolver sus muchos y delicados problemas. La estrategia se cimenta en nuevas formas de ordenamiento del territorio, apuntaladas en la asociatividad que, en síntesis, no es otra cosa que construcción de articulación, de interterritorialidad, de unión y alianza, con propósitos estratégicos comunes, para emprender proyectos con fuertes impactos, institucionales, de reconversión económica, educativos, de infraestructura, etc., que permitan inducir cambios generadores de desarrollo en los tres departamentos. La asociatividad territorial fue creada por la Ley de Ordenamiento 1454, para que tanto los municipios como los departamentos adopten ―según su conveniencia y necesidad― esquemas asociativos (de municipios, de provincias, de departamentos, de regiones administrativas de planificación, etc.), para enfrentar ―en colectivo― las dificultades regionales.
Geográficamente estamos rodeados de asociaciones de departamentos, que luego de años y décadas de trabajo aislado, solitario e improductivo, decidieron unirse para no seguir luchando solos contra el mundo. Por el occidente tenemos la RAP Pacífico (Cauca, Nariño, Valle y Chocó); por el oriente la RAPE Central (Bogotá DC, Cundinamarca, Boyacá, Meta y Tolima; y en el norte, la RAP Caribe culmina su proceso de conformación. No es cuestión de entrar en la moda RAP, es asunto de replantear viejos conceptos, esquemas y estrategias, optando por la colaboración y la unión para enfrentar en bloque los problemas actuales del desarrollo. La asociatividad no es solo un mecanismo. Más que ello, es básicamente una filosofía, una cultura, una forma de ser y de actuar, que supera la dimensión individual en busca del beneficio colectivo. La asociatividad es un activo del capital social, ausente casi por completo en el Quindío. Como que somos de los últimos en Colombia. Históricamente hemos sido reacios a asociarnos, a trabajar colaborativamente, así que asociar los tres departamentos en una RAP, es un logro no solo para los gobiernos actuales, sino para toda la sociedad.
Para qué asociarnos
En un ejercicio realizado el 18 de agosto, en Armenia, por los equipos técnicos de las secretarías de planeación, de los tres departamentos, a la pregunta para qué asociarnos, se respondió: para fortalecer la capacidad de negociación de la región frente a la nación; para generar procesos de descentralización administrativa, autonomía y fortalecimiento institucional; para incorporar a los actores sociales a los procesos de construcción del territorio; para gestionar proyectos estratégicos, de impacto regional; para fortalecer la gobernanza territorial sobre el agua; para ejecutar
Conjuntamente procesos regionales de planificación y ordenamiento. Aunque haya más respuestas, por ahora lo importante es tener claro que la complejidad del mundo y la voracidad neoliberal obligan a buscar compañía, tener socios, hacer bloques para unificar esfuerzos y recursos, a fin de no competir solos. Un funcionario de una de las asociaciones consolidadas comentó anecdóticamente: «no es lo mismo ir solo a Bogotá, a pedir recursos, a negociar a un ministerio, que llegar tres o más departamentos unidos, en bloque. Puede uno mirar a los ojos al interlocutor y hablarle duro, porque se siente acompañado».
La asociatividad por sí misma no produce resultados si no está ligada ―de fondo― a políticas selectivas de desarrollo, de reconversión económica, de ciencia y tecnología, de formación de capital humano, entre otras. Debe ir ligada, además, al enfoque de desarrollo territorial, dice el Centro Latinoamericano de Desarrollo Rural, de Chile, RIMISP: “Incorporar la lógica territorial implica analizar las características actuales y potenciales de los territorios, la estructura productiva y los eslabonamientos posibles, con miras a generar mecanismos y procedimientos orientados a apoyar procesos de transformación. De esta forma es un enfoque que pone atención sobre activos, actores y procesos intencionados de desarrollo”. Es decir, asociar territorios bajo la perspectiva de un proyecto estructural de desarrollo, significa entrar en una lógica y en una dinámica diferente a la tradicional, a la del poder vertical que ordena y decide al interior de unos límites político-administrativos considerados, casi que, como dominio de una autoridad única. La asociatividad vinculada al enfoque de desarrollo territorial puede llegar a convertirse en el potente detonante que requiere el Eje para recuperar todo lo perdido.
Tambien a escala municipal
Complementariamente, a escala municipal, la idea de la asociatividad también empieza a fraguarse en el Quindío. Los señores alcaldes, bajo el convencimiento de que es imposible pretender que solos ―individual y municipalmente― podrán resolver problemas territoriales comunes, han decidido apostarle a la asociación. El artículo 14 de la LOT, postula: “Dos o más municipios de un mismo departamento o de varios departamentos, podrán asociarse administrativa y políticamente para organizar conjuntamente la prestación de servicios públicos, la ejecución de obras de ámbito regional y el cumplimiento de funciones administrativas propias…”.
Como quien dice, llegó el momento de barajar de nuevo bajo las reglas de un juego promisorio, en el que “todos ponen y todos ganan”, en cuanto la cultura del “nosotros” sustituya el egocentrismo del “yo”. Hay que intentarlo, pues por la vía de la improvisación, del desarrollismo, del coyunturalismo y del estatismo excluyente, poco se ha logrado. Guardadas las debidas proporciones, la idea de la asociatividad llevó a Europa a comprender que solo mediante la unión, podría levantarse de las cenizas de la guerra. Pensamiento que se concretó en 1993, con la creación de la Comunidad Económica Europea, hoy UE.