Poética de la posverdad

30 septiembre 2017 10:43 pm

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Por Néstor Cuervo L. 

En tiempos de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario. G. Orwel. Desde que el Diccionario de Oxford en 2016 recuperara el término posverdad, usado por primera vez en la revista The Nation en 1992 por Steve Tesich en el que hablaba de la primera Guerra del Golfo, algunos aspectos centrales del concepto han pasado desapercibidos.

Posverdad se ha definido a partir de un contexto cultural e histórico en el que las emociones y las creencias personales son más influyentes en la opinión pública que la contrastación empírica y la búsqueda de objetividad y sentido. Es obvio, por ejemplo, la existencia real de una democracia para elites empresariales. También que hay tras de sí un potente aparato mediático y propagandístico propio respaldando su producción y reproducción continuada y haciendo todo lo posible para que “la” democracia parezca realidad o la explique o, al menos, para que no parezca mentira, obstaculizando y manipulando al ciudadano común.

La poeta, novelista y filosofa Tanella Boni nos recuerda, en un reciente ensayo que “La poesía…Al emprender los senderos de la emoción, de la sensibilidad y de la imaginación, trasmite conocimientos y valores humanos…” Citando a Paul Vàlery, agrega: “El poeta no tiene por finalidad comunicar un pensamiento, sino despertar en los demás un estado emocional…Por eso a Platón le preocupaba que Homero mostrase en sus novelas una mala imagen de los dioses, y acabó propugnando nada menos que se desterrara de la polis a los poetas”.(Correo Unesco Julio-sept 2017/No.2 ).

El recurso mediático a los instintos primarios de la humanidad como “las emociones y las creencias” ha sido poco mencionado como un elemento medular de la posverdad. Tampoco se ha percibido su estímulo mediante “verdades a medias”-que son mentiras completas- cuyo sentido simplifica la realidad satanizando al otro mientras se angeliza a sí mismo o a sus defendidos- “buenos muchachos”-; ni el devastador poder de los silencios para ensombrecer los avances de unos y sí el escándalo mediático para resaltar sus errores en el mismo caso.

En tal contexto, algunos poetas y ensayistas-para los que en su estética la limpieza gramatical es más importante que la reflexión crítica- vienen cumpliendo un papel destacado en las prácticas de posverdad. Haciendo uso de poéticos escritos, se transforman en vulgares propagandistas de sus propios prejuicios-todos los opositores son comunistas, socialistas y ateos; “Cuba es un infierno”, gobierno de Venezuela corrupto”/ el de Argentina y Brasil…silencio… etc.-; de sus estereotipos ideológicos- “fracaso del socialismo”, “ideología de género”-; de su agresividad o deseo de impactar ingenuos– “fantochada populista” – para calificar toda política pública que distribuya la riqueza social, etc.

Poco contribuyen, de esta manera, a la estética de la reflexión ponderada, de la perspectiva integral, del análisis sin maniqueísmo y, más bien si, a la resonancia de los atávicos y sórdidos odios de nuestra cultura. Acontecimientos no muy lejanos como el de la congresista del Centro Democrático que insultó la memoria de nuestro Nobel de Literatura García Márquez, o el más reciente en que la esposa de un senador del mismo partido que rehúsa viajar en un avión por encontrar en él a un ciudadano- al que calificó de guerrillero de las Farc- porque portaba una gorra en la que se distinguía una estrella roja, pone de manifiesto la inconveniencia para el “posconflicto” de encasillarse o hacerle el juego a los prejuicios propios o creados.

En Los Orígenes del Totalitarismo la filósofa Hannah Arendt al analizar el origen del nazismo y el estalinismo señala la existencia de diversas y complejas causas.  Destaca, también, el papel de las personas que sin saberlo forman parte de tal pesadilla, es decir, la gente del común.

“El sujeto ideal del dominio totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino personas para quienes la distinción entre hecho y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento) ya no existe”.(A. Hannah.1951)

En este caso confundir la ficción con la realidad y la incapacidad de “distinguir lo verdadero de lo falso” a la que apunta la desinformación amplificada por algunos poetas bajo la modalidad de verdades a medias, silencios, prejuicios, etc.- las “informaciones truncadas” (“Fake News”)- que circulan por el aparato mediático contemporáneo, constituyen el eje del nuevo pensamiento totalitario.

Su objetivo es la ciudadanía, no tanto el intelectual, convencido. Su blanco, insistir en narrativas como “vivir para consumir” o ” ustedes contra nosotros” mediante el estímulo de emociones y prejuicios que incapacitan al ciudadano de a pie para pensar diferente.

El discurso hegemónico se esfuerza en presentar la sociedad capitalista actual como natural e inmodificable, como la única forma de vida “deseable” y “correcta” . Peligrosos, sospechosos, mamertos, terroristas quienes en la teoría y la práctica se atrevan a criticar la hegemonía cultural de la “sociedad de consumo” o de lo “políticamente correcto”.

No se trata de expulsar de la polis a aquellos poetas, como lo propuso Platón. Se trata de cambiar de perspectiva estética. Y que al “emprender los senderos de la emoción, de la sensibilidad y la imaginación” dediquen esfuerzos, a despertar emociones y sensibilidades criticas ante toda información fabricada y publicada deliberadamente para engañar e inducir a terceros a creer falsedades o poner en duda hechos verificables, incluidos los propios. Es simplemente dar otro rumbo a la imaginación.

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