Por Juan José García Posada
John Reed y su obra principal, Diez días que conmovieron al mundo, forman un capítulo esencial de la historia del periodismo, pese a que tanto el personaje como su libro han pasado al olvido incluso en el entorno de la cultura profesional. Hace medio siglo había tal vez un interés mayor por el conocimiento de los forjadores de la disciplina periodística, todavía incipiente a comienzos del Siglo XX, gracias a la vocación intensa, la consagración a narrar e interpretar la realidad a su alcance con fidelidad a los hechos y la demostración de que para ellos no era ningún descubrimiento que historia, literatura y periodismo constituyeran dedicaciones complementarias.
Esa es una de las cualidades de la obra de John Reed, no sólo de la que relata y explica los acontecimientos previos y culminantes de la Revolución bolchevique, sino de su profundización en la Revolución mexicana en México insurgente.
Otros calificarán (o descalificarán) a este colega estadinense por su militancia socialista desde la época en que estudiaba en la Universidad de Harvard y formaba parte de cofradías dedicadas al estudio y la acción en el campo de la rebeldía ideológica. Reed pasó por el anarquismo y el comunismo y el espíritu libertario.
Algunos más concentrarán su atención en el señalamiento de Reed como un propagandista. Y no faltarán los juicios descalificatorios debidos a las simpatías o las antipatías con el periodista que le declaró su confianza y su adhesión a Pancho Villa o no ocultó su afinidad con Lenin y otros protagonistas de la causa revolucionaria que, si se les diera la razón a los mencheviques y los socialdemócratas de aquella época, habría establecido la alternancia en el poder entre dos despotismos paralelos, el zarista y el stalinista.
En El Mundo, de Madrid, Manuel Hidalgo comenta la aparición de una edición conmemorativa de la obra de Reed y subraya la profesionalidad del reportero: “La confesión de Reed le honra: no fue neutral en la lucha, dice, pero intentó consignar la verdad. Lo lograra o no -las opiniones divergen-, lo que nadie discute es que Reed se comportó como un gran reportero, estuvo en primera línea, asistió a hechos decisivos, habló con líderes y con gente corriente, aportó muchos datos y, en fin, reprodujo de forma indeleble y minuciosa el ambiente en el que transcurrieron los acontecimientos. Otros periodistas, incluyendo a amigos -Albert Rhys Williams- y a su propia esposa -Louise Bryant-, de su mismo ideario, también escribieron libros sobre los mismos sucesos, pero es el suyo el que ha adquirido la condición de clásico imprescindible”.
Lo más importante, lo que en realidad vale la pena estudiar y comprender en la producción intelectual de este reportero, cronista e historiador, mucho más que su ideología y su activismo y las anécdotas consiguientes, más también, claro está, que la recomendación de Lenin “desde el fondo de mi corazón” en el prólogo a la edición norteamericana, es la aportación efectiva desde el trabajo diario como corresponsal de guerra y de conflictos, como enviado especial (acompañado de su mujer, la escritora Louise Bryant), a la configuración de los elementos constitutivos del periodismo moderno:
1) El seguimiento constante de los hechos en su secuencia de antecedentes, situación actual y consecuencias y en el sitio de los acontecimientos. 2) La exhaustividad con afán investigativo en las pesquisas dirigidas a obtener una documentación fiable y tan completa como lo permitieran las circunstancias. 3) La preponderancia del criterio informativo sobre las simpatías, la filiación o la militancia ideológicas y políticas. 4) El tratamiento de la actualidad en sus tres ritmos de diaria, contemporánea e histórica, en un momento en que apenas se insinuaba la carrera por la primicia. 5) El uso de un estilo claro, preciso, directo y sin ambigüedades. 6) La conciencia de la naturaleza histórica y literaria del periodismo.
Esas son las bases sobre las cuales he leído y comprendido esta obra de John Reed. Son esos elementos los que acreditan la importancia capital del libro para los estudiosos del periodismo. Cuando en las facultades de comunicación social se retome la asignatura de historia de la profesión, Diez días que conmovieron al mundo deberá ser una unidad significativa en tal curso. Lo demás es lo de menos. De ningún modo puede catalogarse como un escrito panfletario, proselitista o propagandístico. Pero tampoco es una novela o una obra de ficción, aunque es obvio que, en virtud de las destrezas literarias del autor, sean inevitables las figuras, los giros, las elaboraciones metafóricas propias del género novelesco.
¿Qué tal el vuelo literario y estético de esta descripción? “El camino de la izquierda, por el cual se habían batido en retirada los supervivientes cosacos, conducía, remontando una pequeña colina, a un pueblecillo desde donde se alcanzaba una vista grandiosa de la inmensa llanura, gris como un mar sin viento y dominada por el amontonamiento tumultuoso de las nubes, y de la ciudad imperial, que esparcía sus millares de seres humanos por todas las carreteras. Al fondo, hacia la izquierda, se encontraban la pequeña colina de Krásnoye Selo, el campo por el que en otros días desfilaban los soldados del campamento de verano de la Guardia y donde se extendía la granja imperial. Nada rompía la monotonía de la llanura, aparte de algunos monasterios y conventos cercados de murallas, unas cuantas fábricas aisladas y algunas construcciones grandes rodeadas de terrenos baldíos, destinadas a asilos y orfelinatos”.
Es natural, incluso en el trabajo periodístico narrativo e informativo más exigente, el uso legítimo y ponderado de la ficción para reconstruir escenas, situaciones o episodios en los cuales el autor deba aplicar su capacidad imaginativa para enfatizar en el realismo y si se quiere el patetismo de la obra, sin perjuicio de la sujeción a los hechos.
Desde el prefacio escrito por él mismo pueden captarse el porqué y los alcances y límites de Diez días que conmovieron al mundo. Esta advertencia puede ser suficiente para dejar constancia de la honradez intelectual con que asumió John Reed sus funciones periodísticas hasta su final, víctima de tifo, en Rusia (a donde volvió después de afrontar críticas y acusaciones de espionaje en Estados Unidos), cuando apenas tenía 32 años: “Durante la lucha, mis sentimientos no fueron neutrales. Pero al contar la historia de aquellos días heroicos, he intentado mirar los hechos con los ojos de un reportero concienzudo e interesado en consignar la verdad”.