Palillos chinos para la doncella

4 diciembre 2017 10:42 pm

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Por Sara Zuluaga García

La candorosa Tamako será un personaje inventado, la próxima criada de Lady Hideko, una muchacha delicada y millonaria: “Las criadas son como los palillos chinos, no las percibes, pero cuando no están notas su ausencia”. Tamako se esfuerza en ser dócil y servicial con su señorita. La casa, grande y lujosa, está bajo el dominio de un tipo grotesco que se casó con la tía de Hideko, y que ahora busca desposarla a ella para hurtar su fortuna. Él está obsesionado de un modo sórdido con los libros, desde hace muchos años instruye a Hideko como una lectora impecable: en voz alta y atenta a las tonalidades e intención.

En la historia hay otro hombre, el “Conde” Fujiwara, un estafador conocido y maestro de la falsificación. Para conseguir más dinero y bajo la premisa de que todos van a obtener algo, Fujiwara propone a Tamako -durante su estancia con lady Hideko-, persuadirla de que se case con él.

En la película aparecen críticas juguetonas: la criada se compadece de la doncella, “Pobre criatura, leyendo esos libros inservibles, sin saber nada de verdadera utilidad”. Tamako, que finge ser cándida, se hace cargo de la señorita: “Las damas son las muñecas de las criadas”. Ambas bellas y con la piel como cáscara de durazno construyen alguna intimidad. La señorita deja que su criada se pruebe vestidos y joyas, le cuenta sus pesadillas y planes matrimoniales. Tamako le obsequia algo palpitante. Todo parece indicar que la señorita aceptará casarse con el Conde y echadas sobre la cama hablan; Hideko se pregunta qué debe hacer una mujer en su noche de bodas -es casi una niña y nunca ha ido lejos de casa-, la criada decide enseñarle y experimentan con sus pequeños cuerpos. Se toman de los brazos, el rostro y la espalda, y sus pijamas claros de seda se estrechan para luego dar paso a un fino forcejeo ya sin ellas, “Esto es lo que te hará sentir el Conde”.

En la escena apenas inicia el torbellino que viene luego, hay indicios de que algo terrible está por suceder y las explosiones en sus rostros y los gemidos son apenas un atisbo. Inicia la maquinaria de un rompecabezas sostenido por estafadores que acaban revelando su blanda humanidad. La trama de todas las versiones, de todas las bondades, y que afirma insistente: todo lo bello principió con la maldad.

En la antología poética que hace Judith Gautier y -que Anatole France califica como: “Un libro bordado de seda y oro”-, el poeta chino Tin-Tun-Ling escribe:

La joven que trabaja todo el día en su habitación solitaria se emociona quedamente si de pronto oye el sonido de la flauta de jade;

Y se imagina la voz de un joven.

A través del papel de las ventanas, la sombra de las hojas de naranjo viene a sentarse sobre sus rodillas;

Y se imagina que alguien ha rasgado su vestido de seda.

La criada y la doncella prueban con pícara valentía su sombra de hojas de naranjo, y se dejan persuadir por el sonido de una flauta de jade. Eso nos hacen creer.

Handmaiden es antes que nada un inventario de emociones que rozan el amor y se desvían por atajos desconocidos y lúgubres. Que vuelven atraídas por las sospechas de sinceridad y se quedan. Revela en cada escena -con erótica precisión- las aristas estéticas del engaño.

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