CUENTOS DEL TERREMOTO I:¿Aló, mamá…?

22 enero 2019 10:24 pm

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Por Libaniel Marulanda

A la par con un cuchillo que con asombro y dolor advierto como punto final, el brazo que rodea y aprieta mi cuello, además de inmovilizarme, deja en el aire un aroma de agua de colonia que de inmediato me conecta con las antiguas mañanas del Colegio San Solano, cuando en fila éramos conducidos contra el sentir colectivo a la misa diaria en la iglesia a la que ingresábamos por una puerta que comunicaba el patio de recreo con la sacristía frecuentada por el Hermano Castrillón, profesor de tercero primaria, quien solía bañarse en esa loción que percibíamos a diario junto con sus quehaceres religiosos y al asedio de pederasta incansable a que sometía al alumnado, y que en estos últimos segundos de vida me acompañan luego de escuchar esa voz que ha sido un golpe de luz en la penumbra de esta esquina, en la que después de medianoche y cuando, guitarra en mano, siempre paso rebuscando serenatas o borrachos melancólicos, suelo observar una fila que si bien no es larga tampoco se mueve porque cada persona se hace interminable en su hablar, e incluso he tenido la certeza de que lo inusual de la hora y la fila es el benévolo resultado de una falla de reinstalación que permite llamar sin costo, y por eso ante la urgencia de indagar sobre la evolución de la súbita virosis de mi hijo me he visto forzado a abrirle un paréntesis al angustioso rebuscar , cantar y tocar y he soportado la espera de hora y media hasta conseguir comunicarme con mi casita en apartado sector y entonces tardíamente he comprendido por qué algunos habitantes de la reconstruida Armenia concurren a esta cabina telefónica, cuando he reconocido su acento a pesar de los tres años distantes del terremoto del 25 de enero del noventa y nueve, cuando bajo toneladas de ladrillo y cemento ella sucumbió.

 

Circasia, julio de 1999

 

 

 

 

Foto / Zenu Radio / EL QUINDIANO

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