Murió Álvaro Pava Trejos, pionero de la música tropical quindiana en los años sesenta

16 julio 2020 5:25 pm

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Pie de foto: Los Embajadores del Ritmo, Caseta -1962

El pasado martes 14 de julio de 2020, como consecuencia de un paro respiratorio, falleció en Armenia el maestro Álvaro Pava Trejos, a la edad de 75 años. La historia de Armenia lo registra como uno de los pioneros de la música bailable que le dio alegría y esplendor al período de los años sesenta, cuando comenzaron a constituirse las primeras agrupaciones musicales en esta ciudad y la región.

Aunque comenzó pronto a destacarse en la ejecución del acordeón diatónico y fue el fundador del reconocido conjunto Los Embajadores del Ritmo, su vida laboral transcurrió en el sector bancario del Eje Cafetero, donde llegó a ser gerente y visitador nacional de varias de sus instituciones como el Banco Popular, y el Banco del Comercio. Luego de su carrera en ese sector de la economía, regresó a ser administrador del colegio donde transcurrió su vida escolar: El Colegio San José de los Hermanos Maristas de esta ciudad.

Sus hermanos son Hermann, el mayor, prestigioso educador y Gloria Inés Pava Trejos. De todos, fue el primero en partir. Sus hijos, Isabel Cristina y Darío Alberto, viven en Miami, igual que su nieta, quien sigue los pasos musicales de su abuelo como directora de orquesta y soprano.
 

Álvaro nació en Riosucio Caldas y fue traído a Armenia a la edad de 6 años.

La actual situación de confinamiento obligatorio impidió que tanto la comunidad de viejos músicos de Armenia, como el inmenso número de amigos y colegas bancarios lo acompañaran en su despedida final.

A continuación, insertamos unas líneas pertenecientes a un texto alusivo a su vida como pionero de la música tropical en la historia del Quindío:

Fragmento de la crónica “Los Músicos quindianos en tiempos de cometa” (del libro Momentos memorables de militancia musical) – Biblioteca de Autores Quindianos, julio de 2016-

“Se escucha en la lejanía el eco de un acordeón”

Álvaro Pava Trejos tenía todas las virtudes de hijo de familia piadosa; quince años, el talento y las ganas excedidas para dejarse picar de aquella música que comenzaba a convocar a la generación de los sesenta. Primero fue una dulzaina (armónica) “Relámpago” en la que comenzó su incursión; luego el afortunado encuentro con el abogado Silvio Fernando Trejos, su tío, quien celebraba la designación como Magistrado y presidente de la Corte Suprema de Justicia, que en su alborozo le cedió un acordeón de teclado piano que el enfebrecido sobrino vendió para acceder a los ochenta pesos que le cobró don José Geney Patiño por un Hohner de dos hileras de botones. La suma, para la época, equivalía a un 40 por ciento de un salario mínimo que era de 198. En aquellos años maravillosos de cosas simples, un acordeón rasgando el anochecer era una convocatoria a la muchachada del barrio.

Los lerdos caminantes del séptimo piso

Cada instrumento tiene un listado de melodías que son claves de acceso a su conocimiento. Si los guitarristas de los cincuenta tenían en el pasillo “Esperanza” su diploma de primaria, “La cumbia sampuesana” era para los acordeonistas una izada de bandera. Poco a poco, a lo Darwin, en los barrios se daba la selección natural de los muchachos que conformaron la generación de la música bailable en la región. A Álvaro Pava lo honra ser uno de los primeros de ese otro “gran combo” de quienes ahora caminamos arrastrando los pies por el séptimo piso. Vivía en la calle dieciocho con carrera 23 y allí fundó en 1960 el conjunto “Los Embajadores del Ritmo”. Sus integrantes de mayor recordación fueron Cristóbal Ávila, Gildardo Arango, Roseli Uribe, Hernando Buriticá, Lorenzo Flórez, Ferney Giraldo, Alfonso Quintero y Gonzalo González. Algunos son músicos todavía, aunque su fundador colgó el fuelle cuarenta años atrás.

Entre la minoría de edad y la pobreza adolescente

En menos de dos años, aquellos jóvenes músicos a su vez conformaron otras tantas agrupaciones. La generosa receptividad que lograron “Los Embajadores del Ritmo” coadyuvó a que la ola se expandiera. Los músicos empíricos, pese a que ostentan como los demás artistas ciertas vanidades y canibalismos, en general están dispuestos a compartir conocimientos. En aquella época, a quienes comenzábamos a estirar los fuelles y a digitar, así como a elaborar las primeras planas de percusión al lomo de bongós o tumbadoras, ante la ausencia de academias o maestros competentes solo nos quedaba el recurso de confraternizar con los iniciados y de practicar el voyerismo musical por las rendijas del esterillado de las casetas de acción comunal. Ser menores de edad y cargar una pobreza adolescente eran un impedimento más para el aprendizaje. Por suerte, al convertirnos en amigos de los músicos mayores, su complicidad era un pase en primera fila.

Libaniel Marulanda

[email protected]

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