Dos mujeres
María de los Ángeles García nació el 12 de agosto de 1990 en el barrio Las Mirlas de la Comuna 8 de Medellín. A su padre lo mataron antes de que ella viniera al mundo. Su madre, de apenas dieciséis años, trabajadora de una fábrica de confección, salía muy temprano y regresaba tarde; así que fue criada por su abuela que pensaba que su nieta había nacido para algo grande. Le empezó a enseñar a leer y a escribir a los cuatro años, era la edad en que los niños empezaban a correr y jugar en las calles polvorientas del barrio. Creció viendo a su abuela contar las monedas para sobrevivir y a su madre enfermarse de los pulmones por el polvo de las telas. Cuando ésta última murió, María de los Ángeles tenía siete años y la abuela al verla llorar le dijo:
–Sécate las lágrimas. El dolor, que es lo único que conocemos los pobres, se combate con el estudio. Así que ahora mismo nos vamos a la biblioteca.
En la biblioteca León de Greiff, además de las historias, María de los Ángeles descubrió que el barrio no era una jaula y que se podía salir de allí con solo venir a la biblioteca. Un día, estando en una de las salas de lectura, escuchó un movimiento inusual; le preguntó a la bibliotecaria, una muchacha joven que le había tomado cariño a la niña, qué ocurría:
–Es la tertulia literaria Cyrano que se reúne todos los miércoles en la sala María Cano.
–¿Quién es María Cano? Mi abuela dice que me puso María de los Ángeles por ella, porque yo voy a ser alguien importante cuando sea grande.
–Fue una mujer de avanzada para la época, quien concebía la necesidad de democratizar la cultura y el acceso a los medios escritos a “iluminar la consciencia de los obreros” para que no se dejaran manipular por los poderosos. Sin quererlo fue la precursora de la emancipación de las mujeres en Colombia. En 1920 ella era la única columnista femenina en un grupo de intelectuales en la revista Cyrano.
–Entonces por eso la tertulia se llama así. Cuénteme más de ella.
–Siempre pensando en los pobres se fue a la zona minera de Segovia y Remedios. Las gentes salían a escucharla, al principio por curiosidad de saber quién era esta mujer que hablaba en público sobre asuntos de hombres. En esos años las mujeres estaban relegadas a las labores domésticas y a cuidar los hijos. Fue una dirigente socialista, gestora y líder de cambios y luchas. La gente la llamaba la “Virgen proletaria”, luego le dieron el nombre de “Flor del trabajo”.
–Yo quiero ser como ella.
–Para eso, mi niña, tienes que estudiar primero y leer mucho. María Cano amaba la poesía: José Asunción Silva, Amado Nervo, Bécquer, los poetas rusos. Las poetas Gabriela Mistral, Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Juana Ibarbourou.
–Yo también voy a leer a todos esos poetas.
De regreso a casa la niña le dijo a la abuela:
–Abue, hoy supe quién era María Cano. Vos dijiste que mi nombre es igual al de ella, contame más.
–María de los Ángeles Cano Márquez nació un 12 de agosto como tú, pero en 1887. Creció en un ambiente literario y dentro de su círculo estaban personas muy importantes como Fidel Cano, fundador de El Espectador; Luis Tejada Gómez, escritor; Francisco Antonio Cano, pintor; Tomás Uribe Márquez y Rafael Uribe Uribe, jefes liberales en la Guerra de los Mil Días.
–Abuelita ¿Vos como sabés tanto?
–A mí también me gusta leer mijita.
–Si ella conocía gente tan importante es que sus papás eran ricos.
–Sus papás eran maestros, de clase media.
–y entonces… ¿cómo conoció a la gente pobre?
–Ella hizo una biblioteca y allí les leía a los obreros de las fábricas y a las gentes pobres que iban porque ella les hablaba muy bonito.
Esa noche, en su humilde vivienda, la niña soñó con cientos de libros. Soñó que tenía una librería donde les leía a muchos niños y adolescentes. Soñó que un grupo armado venía a quemar su negocio, porque eso de los libros era malo. Soñó que estaba extraviada en un bosque; se oían los gritos de su abuela, ella asustada abrazada a un libro; de pronto los poetas elevaban sus voces en un canto para que la abuela la encontrara.
A pesar de que la Comuna 8 ha quedado en el pasado de María de los Ángeles García, hay una sombra que trota detrás de ella queriendo apagar el fuego de las grandes ideas, sus anhelos y aspiraciones. Los recuerdos de su abuela, que deberían ser de amor y agradecimiento le causan dolor. Saber que, por años para poder cuidarla y cubrir las necesidades de la casa trabajaba para los del narcomenudeo, le produce un sentimiento de culpa, es un secreto vergonzoso que la persigue. La echa de menos y se siente mal por pensar que su muerte fue por salvarla. La abuela, con su sabiduría de mujer, supo que era hora de irse del barrio. Su nieta ya estaba grande y cada día era más difícil protegerla. Con sus ahorros compró un apartamento y se mudaron al otro lado de la ciudad. Por un año llevó una doble vida hasta que los traquetos la descubrieron y la mataron porque no les era útil y nadie se sale del “negoció” vivo. Le tocó seguir adelante sola.
Era una estudiante brillante. Podía haber elegido cualquier carrera, sin embargo, eligió ser bibliotecaria, quería con ello rendirle homenaje a la mujer que la inspiró. Aquí no hubo ninguna sincronía con el destino sino una decisión. Lo que ocurrió después de que empezó a trabajar es para no creerlo: Se enamora de su jefe Ignacio Uribe, un quindiano casado. Aquí vuelven a sincronizarse las vidas de estas dos mujeres nacidas casi un siglo aparte.
Ignacio Torres, también casado y del Quindío, admiraba a María Cano, se convirtió en su amante y compañero en la causa revolucionaria; sabía que ella no era convencional y que perseguía un destino distinto a su condición de mujer de esa época, que tenía un deber con la historia; su inteligencia y el arte de la palabra las mejores armas para cumplir un sueño.
María de los Ángeles García está en un momento de su vida que empieza a cuestionarse, a no saber muy bien qué es lo que quiere, si un trabajo, un amante, una actividad creativa. Le cuesta concentrarse. Ignacio la nota diferente en los últimos meses y cree saber la causa. Su mujer en Armenia le ha pedido el divorcio, seguramente que esa será una noticia que le cambiará el ánimo a su novia. Se podrán casar, formar un hogar. La invita esa noche a cenar y para contarle de los futuros planes.
El restaurante tiene música en vivo, el ambiente es agradable y la comida deliciosa, la atmosfera perfecta para la conversación:
–Amor, en un par de meses estaré divorciado, quiero que brindemos por ello.
–¿Brindar? No entiendo.
–Ya podremos legalizar lo nuestro, tener hijos…
–…yo no quiero tener hijos –le interrumpe ella–, tampoco casarme.
–Yo creí que me amabas, que te gusta estar conmigo. Yo te quiero y ver tu rostro en la mañana cuando me despierto es mi mayor felicidad; te imaginaba en un hogar a donde regresaría por las tardes a disfrutar de tus besos y de nuestros hijos.
–No es cuestión de amar, pero lo que tú quieres es una imagen muy romántica en la que yo no encajo. No me veo de ama de casa.
–¡Claro! Tu heroína María Cano nunca lo fue. En lugar de tener hijos supongo que quieres hacer la revolución como ella.
–No creas que no he pensado en eso. Hasta ahora he sido una mediocre copia de esa mujer admirable. Creo que llegó el momento de abandonar mi sitio de confort y zambullirme en el agua. He estado distraída en esta aventura amorosa, en el trabajo y tú, sin querer, me estás obligando a revisar mi vida. Últimamente me he sentido desganada, sin energías, me siento estancada y al oír lo que tú quieres me hace pensar en qué quiero yo.
–Lo que dices es que no hay lugar para mí en tu vida.
–Si ser mi amante y el amigo que has sido hasta ahora no es suficiente para ti, eres libre de seguir tu camino.
Han pasado varios días, María de los Ángeles hace su trabajo en piloto automático, sin vitalidad. En la casa el desasosiego no la deja concentrarse. No encuentra en la lectura el refugio de siempre. Necesita inspiración. Se pregunta ¿Qué es lo que va a hacer con su vida? Ahora la mujer puede tener ideas propias, cientos de posibilidades de realizar sus sueños. Entonces… ¿qué es lo que la detiene? «me gustaba más la vida cuando tenía las metas claras. Estudie en la Universidad de Antioquia Bibliotecología y Archivología. Conseguí el trabajo que quería. Empecé la carrera de Trabajador Social esperando que a través de la teoría podría encontrar respuestas de la realidad de mi ciudad. Alcancé a hacer trabajo de campo y el panorama fue desolador. Enfrentarme a los espirales de violencia, impunidad, ilegalidad, pobreza y desesperanza me enfermó al punto que abandoné. Ese entusiasmo de que iba a crear un proyecto con el que toda la ciudad se sentiría beneficiada fue un sueño y nada más. Proteger a los que carecen de protección, hacer la diferencia en la sociedad: deseos irrealizables. Solo me quedó de ese par de años la espinita del trabajo comunitario, ya que concebir modificaciones institucionales era una utopía»
–¡Carajo! ¿Qué tengo que hacer? –es un grito desesperado lanzado al aire– De pronto recordó un sueño de hace muchos años “estaba extraviada en un bosque; se oían los gritos de su abuela, ella asustada abrazada a un libro, de pronto los poetas elevaban sus voces en un canto para que la abuela la encontrara”.
El amanecer ya estaba muy cerca. María de los Ángeles seguía tratando de recuperar una parte de ese sueño que se le escapaba, sentía que era importante. Su abuela, que siempre cuidó de ella, le quería dar un mensaje. Al rayar el alba se iba quedando dormida, la despertó el radiante sol matinal y de repente vio que tenía una librería donde les leía a muchos niños y adolescentes. Si su abuela la salvó de ese mundo sórdido de la comuna con el amor por los libros, ella tiene que regresar allá y tratar de hacer lo mismo.
El Caimo, marzo 2021