Cuento: La Prematura Vejez del Amor

31 julio 2021 6:03 pm

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"En todo caso, el amor no es la libertad sexual,

Sino la libertad pasional: no el derecho a ejercer

Una función fisiológica sino la libre elección

De un vértigo".

-Octavio Paz.

Sé que un día nos encontramos en plena reunión de estudiantes, llevabas un pantalón desteñido, una camisa blanca y en la piel el olor de las universitarias, cita a las tres con el amor del momento y una sonrisa que parecía la entrada al paraíso de los cristianos; te encantaban las mesas redondas para discutir el best-seller filosófico, la frase última de Foucault, el rompecabezas Deleuziano, te asombraban los cuentos de Cortázar y hubieras querido ser su amante; Casa Tomada, sin embargo, no aparecía en tus recuerdos; eras la bella y por ti cruzaban todas las miradas.

Una amiga me hizo el gran favor de que estuvieras a mi lado, y horas después ya repetía tu nombre, recordaba cómo brillaron tus ojos cuando nos sentamos a tomar café y a desdecir de las mañas en que incurren los seductores primíparos, esos pelaos de pelo largo y nada en el bolsillo y que se las tiran de conquistadores; pero a ti no te importaba que no tuvieran un peso en el bolsillo o que fingieran estar enamorados: con los días supe que lo que te importaba era que tuvieran sueños en la cabeza y que hablaran apenas lo necesario; horas después de saber de que así pensaba me dije que yo era el candidato segundo puesto que ya tenía noviecito celoso, tan callado como un árbol.

Si algo me interesaba de ella era poder enamorarme porque hasta ese momento yo no sabía nada del asunto, tenía 17 años, una mochila indígena donde cargaba los libros, un celular que me habían regalado, dos o tres libros de poemas que leía con disgusto, una memoria rellena de música moderna, y todo por aprender en la universidad para después ganarme la vida; pero antes de terminar carrera, pensaba yo, debo encontrar trabajo, y ese sí era un gran problema.

Esas eran las preocupaciones de Gerardo una vez pasados los días de su primer encuentro con Rosa: recuerda que quien dirigía la discusión era un profesor de humanidades, un viejecito de anteojos que preguntaba secamente cuando la discusión fluctuaba sobre sexo, que se ponía morado y temblaba al nombrar la vagina o el pene, y mucho más si llegaba a tropezarse con la palabra deseo; para este señor tan educado el deseo no era otra cosa que la psique alborotada, el murmullo del mundo desordenado que no acierta a tener un orden, y si lo obtiene es a costa del establecimiento.

Al hombre le dolía la superpoblación y el hambre, pero a nosotros no nos importaban tales especulaciones: así pensaban los politiqueros de comienzos de siglo y los que venían del siglo pasado, nosotros, y Rosa compartía la opinión, pensábamos que ésta era la herencia maldita de un negativismo mentiroso y que los señores del mundo por la boca de los humanistas, transformaban en positivismo silencioso, es decir, que cuando clamaban por la superpoblación y el hambre, en realidad eso era lo que querían. Y qué querían ciertamente: querían que el deseo fuera sexo.

Es lo que les sucede a los curas y a los politiqueros de todas las raleas, dijo un rato después en la cafetería Rosa, la linda Rosa, que no tenía pelos en la lengua y que a lo mejor andaba no sólo bien informada sino bien leída, dijo para complementar que para todos estos señores y señoras el deseo consistía en pensar con el deseo, esto es, convertían el deseo en ilusión como si el deseo fuera ilusión y no lo que realmente era: psique electromagnética, energía pura, taller de operaciones donde las teorías se experimentaban y producían lo visible y registrable en hechos; y cuáles eran los hechos del deseo dijo irónica y rabiosa, que el amor no sea sólo sexo sino surgimiento de la pasión, liberación de la psique y no enclaustramiento de ésta mediante ese mecanismo que todos llamamos sentimiento (léase esa palabrita como generadora de institucionalidad, de orden social, económico y político) y que de ese modo, soterrado y perverso, ponían al deseo al servicio de los intereses del poder, del Estado.

Luego ella salió con su noviecito de la mano, se perdieron entre la muchedumbre de muchachos y jovencitas, y yo me quedé mirándolos sin saber muy bien lo que había escuchado.

Con los días comprendí que a Rosa le importaba un rábano estar sola o ir acompañada, siempre iba con sus libros de filósofa o con sus páginas fotocopiadas entre alguna de sus carpetas, se sentaba en la cafetería y mientras probaba el café nos saludaba con esa coquetería tan lúcida que la hacía más bella; yo le seguí la pista hasta después de que ella terminó su carrera y continuaba muy cómoda con el noviecito ese, que parecía enamorado y no tanto, y ella misma que no daba pie para decirle una frase romántica de las que había aprendido en los poemas de Carranza o en los versos de Neruda, o entre los amigos del barrio y en la misma universidad en los corrillos del correveidile a esa chica que quiero hablar con ella; sin embargo, y ya estaba trabajando en un colegio, cuando me enteré de que había mandado al carajo a su novio: esta es mi oportunidad, me dije entusiasmado, y me le fui acercando como los perros en celo que todo lo huelen, y comencé a rondar el colegio pero supe que la Rosita no era tan joven (ya había cumplido los 26 y yo iba para los 18), de modo que la esperé y la esperé hasta que pude tenerla cerca una tarde soleada, a eso de las seis y media; sonrió muy dulce cuando me vio a la distancia, hola dijo, qué manera de perder el tiempo conmigo, seguro que no fuiste a la universidad por tratar de verme un momento y conversar quizás un rato, ¿no es así Gerardito?

Tuve que inclinar la cabeza y asentir que así era, el problema chinito es que no tengo tiempo ni ganas de hablar contigo, perdóname si soy tan honesta, acabo de terminar con mi novio y no tengo ganas de reemplazarlo por el momento, ¿qué dices a eso? Dije que por qué, y ella respondió con la misma bondad de meses después, que porque yo ni siquiera era inmaduro o torpe, un niñito eres me dijo, ve a seguir estudiando y jodiéndote la vida a ver si aprendes algo, y nos vemos uno de estos días, pero no insistas peladito que estás más biche que ni te digo, dame tu teléfono por si acaso cambio de opinión.

Le hice caso y me enamoré de una niña de colegio que abordé un domingo en el parque de la vida, tan linda la muchachita que la mandé a la mierda apenas me entregó la perla soñada que se agitaba brillante entre sus piernas de vellos nacientes; luego seguí tras la pista de otras niñas tan bellas como la profesora de filosofía, pero no lograba (eso lo entendí después) enamorarme de ninguna, pues logrado el sexo con ellas me iba con el trofeo a casa donde mamá ya había preparado la comida y todo estaba en la nevera y todo era tan chévere que lo único que me dolía era haberte conocido Rosa, filósofa mía, ¿por qué tardabas tanto en regalarme una llamada, una esperanza mínima?

Pero como si mis súplicas tuvieran un eco en la oscuridad de mi cuarto, una tarde que es una tarde entera o todas las tardes de la vida, la encontré sentada en la cafetería de la universidad esperándome; me le arrojé en esos brazos y la besé con pánico absoluto que no tuvo tiempo de decir cálmate muchachito que ya está bien de tanto alboroto, pero no me rechazó sino instantes después cuando me dijo que necesitaba hablar conmigo, no de amor por supuesto, sino de otros asuntos que le mordían la lengua y no la dejaban dormir.

Por fin me da un chancecito, pensé, pero estaba equivocado; estaba ahí porque quería saber si ya había liberado la pasión que yo sentía por ella; le dije que no, que igual la seguía añorando día tras día, que era imposible olvidarla. Me miró con esa sonrisa de sus ojos y esa boca llena de sarcasmo y dijo, pues sigue como estás, bebecito, no se te ha ocurrido imaginar que mientras sigas empeñado en mantenerme tan dentro, no podré acercarme ni quererte como yo quiero; si algo quiero es que me botes o me tires a la calle, que alejes de ti todo los sentimientos que yo te he inoculado. Sé libre como yo, porque si no consigues esa libertad que te pido, yo no podré estar contigo: si te aceptara ahora, con ese amor que sientes, me volverías una cosa entre las cosas, empezarías a joderme la vida con tus celos de propietario, por eso envié a la mierda a mi novio, por eso es que no te resisto ahora, a mí bebecito no me gusta que me jodan la vida.

Y se marchó sin otras palabras y yo me quedé mirando cómo se iba la tarde y se iban los años y me iba yo mismo entre tus pasos.

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