Por Luis Guillermo Arango B.
Está mañana muy temprano me desperté, cuando aún no se notaban las luces del día por las rendijas de las ventanas y tuve la oportunidad de hacer pereza un ratico, mientras veía como se iba aclarando el día. Suavemente como en la canción fue apareciendo la claridad y entonces me levanté sin afanes, fui al baño y me pegué la miaita, correspondiente y placentera y me fui a la cocina y del frasco con el café, tome cinco cucharaditas rebosadas, las olí y sentí como una sensación de placer al captar el aroma de los granos molidos y los eché en el cedazo o recipiente enmallado de la cafetera, luego eché el litro de agua, en el depósito para hervir y mientras sonaba ese rítmico proceso de hervir, me sentí como trasportado a un teatro para un espectáculo musical y hasta pude imaginarme que era Shakira, la dueña del concierto. Y empieza a regarse por todo el recinto de la cocina el aroma o el olor del tinto hirviendo o en ebullición y mis fosas nasales se enervaron de sólo percibirlas o captarlas. Y es que el bienestar entra por los sentidos y para Colombia, el bienestar empieza por captar el olor a café caliente por la mañana.
Me tomé el tinto, pero dejando a un lado las normas de la urbanidad de Carreño, pues como estaba bien caliente y el pocillo estaba también ídem, pues tocó sorber la bebida, haciendo el sonido de chupar, imposible de escribirlo o de describirlo, pero que sonaba como muuua. Pena me da decirlo y mas pena no invitarlos a tomarse un tinto bien en la mañana, pero… así es la vida.
Me entré al baño, abrí la llave del agua caliente (obvio) y luego de mojarme todo el cuerpo, me senté en el piso tibio y cogí un estropajo nuevo y una barra de jabón y empecé la labor de limpieza, por los pies. Como estaba sentado y bien acomodado, pues empecé a frotarme, pero la planta de los pies. Juepucha sensación, es como si estuviera pasando una corriente eléctrica, pero no la del choque eléctrico sino como enervante, estimulante y emocionante. El motor del cuerpo empieza a percibir la energía por los pies, por algo dicen que para tener éxito hay que tener los pies en el suelo, pero agrego yo, bien lavados y estregados. Luego y para no entrar en detalles, para no despertar suspicacias o malos entendidos, terminé mi baño, placentero, saludable y muy ecológico.
Cuando llegué al comedor me esperaba un manjar de dioses. Café con leche, muy caliente, que emanaba un olor cautivante, fuerte, atrayente. Una arepa amarilla de puro maíz. Unos huevos en perico con hogao y una naranja en cascos. La naranja con toda su fibra y con ese tejido blanco de la cáscara que le dan a uno en la boca, el sabor sublime de lo ácido, dulce, o inenarrable y que sirven como para despertar todas las papilas linguales para poder degustar el menaje o banquete que llega luego. Me comí todo, como buen hijo de sirvienta o antojao en ayunas y en ayuno. El día pintaba bien. El café a doscientos, pero la urea a ciento sesenta. El día caluroso o asoleado, aunque presagiara lluvias por la tarde. Exportando aguacates a Corea y a China. El plátano a buen precio y en abundancia. Cosecha de café en pleno apogeo y carreteras inundadas pero pasables y trabajadores en forma para la recolección. Lo demás, vale huevo o me importa un bledo.
Cuando llegué al lote de turno para la recolección, me encontré con un grupo de cogedores en plena labor. Para ellos el día empieza muy temprano casi antes de que salga el sol. No sé si los anima el sentido de pertenencia, al cumplimiento del deber o las ganas de billete. De ese conglomerado destaco la presencia de algunas damas y algunos venezolanos que tratan de suplir con ganas la falta de experiencia. Estamos en cosecha y el sol alumbra para todos.