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EL POETA DEL CEMENTERIO

11 febrero 2022 6:35 pm
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«Una noche de misterio,

estando el mundo dormido,

buscando un amor perdido

pasé por el cementerio.

Desde el azul hemisferio

la luna su luz ponía

sobre la muralla fría

de la necrópolis santa,

en donde a los muertos canta

el búho su triste elegía”.

 

En Soledad, Atlántico, en 1892, nace el poeta Gabriel Escorcia Gravini, en el hogar conformado por Felipe Gabriel Escorcia y Elizabeth Gravini, pareja de extracción humilde. A temprana edad fue diagnosticado leproso. En esa época el mal de Hansen se consideraba enfermedad contagiosa y por orden de autoridad el paciente era apartado de la sociedad, a semejanza de la costumbre narrada en el Levítico, donde el sacerdote declaraba inmundo al paciente y éste debía aislarse y vivir fuera del poblado.

Al reconocerse su enfermedad, el niño fue retirado de las aulas y su destino sería el destierro al lazareto de Caño de Loro, en la isla de Tierrabomba, frente a Cartagena. Pero sus hermanas, María Concepción y Salvadora, lo escondieron del escarnio público y en el patio de su casa construyeron un cuarto, que el poeta más tarde llamaría mi celda cristiana, donde vivió oculto de las miradas temerosas de los vecinos.

El confinamiento lo transformó en «un ser mitológico, temido, conmiserado… vestía de blanco inmaculado, abandonaba su encierro y salía a la oscuridad para emprender un paseo que lo llevaría a las entrañas de un mundo que le era tan familiar como la vida que llevaba. El Cementerio Central de Soledad fue para el autor un sitio perfecto desde donde urdía sus terribles y melancólicas estrofas. El camposanto, para Escorcia Gravini, contrario a las creencias populares, fue el lugar ideal para la meditación y el reposo; los muertos eran cómplices, no opinaban, no miraban con horror y asco su fisonomía deformada por la peste, como sí lo hacían los de afuera, las llamadas gentes de bien». (1)

De aquellas incursiones nocturnas en el camposanto, inquiriendo por la razón de su dolor, como Hamlet con un cráneo en la mano, surge su poema La gran miseria humana, «la crónica poética, escrita en treinta estrofas de rigurosas décimas, sobre el hombre que llegaba al cementerio y protagonizaba el mordaz encuentro con la calavera de la mujer que lo despreció en vida. La leyenda dice que una tarde de domingo, Escorcia Gravini escuchó a un trovador decimero que pasaba cantando por su ventana. Lo llamó y le entregó el manuscrito de su obra. “Delo a conocer”, le dijo. Fue como publicar el poema. Por aquella época, los decimeros andantes cumplían el papel de periódicos y noticieros. En un santiamén, la obra se hizo conocida a lo largo y ancho de la región del Caribe. Precisamente a través de ellos el famoso músico Lisandro Meza conoció el poema cincuenta y cinco años después, para convertirlo en un fenómeno de popularidad, en 1975», en una grabación de acetato con duración superior a diez minutos.

«En la biografía de su vida se mezclan el mito y la realidad, al mejor estilo del realismo mágico, propio del Caribe colombiano; y en su pueblo natal el poeta lugareño es capítulo especial en las clases de literatura básica de los colegios, al lado de Cervantes y García Márquez. En el cementerio, su tumba permanece impecable, siempre con flores frescas y lápida lustrada. Su obra máxima, La gran miseria humana, aún se edita en viejas imprentas soledeñas y se vende cerca a los puestos de verduras en el mercado municipal» (2)

Hay quienes aseguran que el nombre original del poema fue Laurina Palma. Tal vez por eso, el texto se conoce con cualquiera de los dos nombres. Laurina Palma fue el amor no correspondido del poeta.

En sus últimos años, Gabriel fue albergado por un condiscípulo suyo, cuatro años mayor que él, José Manuel Orozco. En su cuarto de enfermo, Orozco le proveía de sus necesidades básicas, además de llevarle periódicos, libros y revistas.

El periodista Germán Agámez recuerda lo que José Miguel Orozco hablaba de Escorcia Gravini: «No le bastaba con las publicaciones en Auras, sino publicaba también en folletos. Y fue entonces cuando le edité varios folletos, siendo el primero Lanzas de oro, y sucesivamente, Bosques de lauros. Perlas latinas, La boliviada, Lilia enamorada, Diana de rebelión, El siglo de las flores y otros más cuyos nombres se me escapan, siendo el último que le editara en el año 1918, el titulado Pétalos y alfileres, en el cual salió publicado su poema cumbre La gran miseria humana».

 

«Cuando la enfermedad lo incapacitó, al punto que la carne de sus manos se pegaba a sus escritos, dejó de lado sus grandes pasiones, tocar guitarra y escribir. Sus poemas se los dictaba a sus amigos. Luego de su muerte, sus hermanas quemaron sus versos y canciones, con lo cual se perdió una producción literaria popular, dicen los entendidos, que hubiera podido equipararse a la de Julio Flórez. Gabriel Escorcia Gravini, el poeta del cementerio, murió en 1920, cuando contaba 28 años de edad. Su nombre fue perpetuado por la Biblioteca de Soledad y en la tumba aparecen sus versos a manera de epitafio:

 

En el jardín de la melancolía,

donde es mi corazón un lirio yerto

yo cultivé la flor de la poesía

para poder vivir después de muerto.»

 

 

 

(1) Diario El Heraldo, Latitud, nov. 2 de 2014

(2) Página web Librería Barco de Papel

 

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