Era una mañana del mes de julio de 1961. Con una caja de cartón, una chuspa de papel, catorce años de edad, 150 pesos y lo del pasaje, abordé un bus de la flota bolivariana con destino a Bogotá, para alejarme de la violencia política entre liberales y conservadores que desangraba este “sur de Caldas“ hoy departamento del Quindío”.
El bus comienza su recorrido hacia la cima de la cordillera central arañando entre curva y curva la montaña y este maravilloso tapete verde que se llama “la hoya del Quindío”. Cerca de la línea, una densa nube reduce la visibilidad a uno o dos metros, los vientos huracanados y la estrecha carretera obligan al conductor a manejar con cautela. Llegamos a Ibagué, seguimos en dirección a Girardot, en un calor infernal, para luego buscar la cordillera oriental por una vía estrecha que pasa por el salto de Tequendama.
Llegamos a Bogotá después de diez horas.
En esta década de los años sesenta, Colombia se muestra al mundo. En el gobierno de Lleras Camargo, el presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, llega para inaugurar la ciudadela Techo (hoy ciudad Kennedy), Charles de Gaulle, presidente de Francia, nos visitó en el gobierno de Valencia y el Papa Paulo VI en el gobierno de Lleras Restrepo.
Trabajé en varios lugares y para los años setenta estudié en el colegio “Julio César García” hasta cuarto de bachillerato cuando suspendí por problemas de trabajo.
Bello recuerdo de entonces, la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde iba a consultar libros.
Después de veinticinco años de vivir en Bogotá, regresé al Quindío, convertido ya en departamento con doce municipios, con vías de acceso, calles pavimentadas, centros culturales, bibliotecas, varias universidades y algunos municipios fueron declarados por la UNESCO “paisaje cultural cafetero”, con lo cual se perfiló como destino turístico en Colombia.
Me dediqué a consultar libros en las bibliotecas de Armenia, la Municipal y la de Comfenalco, donde la secretaria me invitó a participar en los talleres literarios para el adulto mayor que dirige el docente Carlos Fernando Gutiérrez, en los que se aprende a ser analítico de los distintos escritores.
Desde 2013, hago presencia en los talleres de “café&letras renata” con Miguel Rivera y Enrique Álvaro González, quienes tratan temas como la evolución de la humanidad o los antiguos pensadores que miraban hacia el infinito buscando el origen del universo y eran señalados como hechiceros. Visionarios como Julio Verne que en el siglo XVIII, disparaba un cañón con una nave que llegaba a la luna, y motivó que en este mes de abril de 2021, se celebren sesenta años desde que el hombre salió al espacio exterior, como el ruso Yury Gagarin.
También hemos abordado temas como las ciudades perdidas, el movimiento de las distintas civilizaciones y paralelo a estas actividades, hemos realizado paseos a destinos literarios como la hacienda “El Paraiso”, escenario de “La María”, Museo de la Caña, capilla del Santo Eccehomo, zoológico de Ukumarí, Museo Rayo, Biblioteca, Casa de la Cultura y Catedral de Manizales, el cable aéreo a Villamaria, cementerio de Versalles y el Cristo de Belalcázar.
Para el 2020 nos llega la pandemia, cierran las bibliotecas y no se permiten reuniones; aparece la fundación Fahrenheit 451 y Saldarriaga Concha, nos ofrecen un ciclo de video conferencias, el grupo café y letras Renata hace lo mismo, y así nos adaptamos a estas tecnologías nuevas, un poco difíciles para algunos.
Todos los viernes nos reunimos a las 2:30 pm, abordamos proyectos como “Recordar es Jugar”, que los adultos rememoramos con mucho interés, también la historia patria de Colombia, el 9 de abril de 1948 con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y otros.
Agradezco a doña Gloria, Miguel Rivera, Enrique Álvaro González y en general a todos los participantes que nos aportan conocimiento y hacen más agradable cada sesión.
Para terminar: Por siempre “café&letras renata” en sus 10 años.