Un relato previo a la tragedia: el terremoto se llevó sus ilusiones.

5 marzo 2022 6:24 pm

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Por Roberto Restrepo Ramírez.

El recuerdo de la fecha trágica de 1999 trae a la memoria otros hechos vivenciales sobre los personajes que perecieron en el devastador terremoto del Eje Cafetero.

En el mes de noviembre de 1998 realicé una excursión cultural a las tierras del sur de Colombia, en compañía de inquietos estudiantes del programa de Administración Turística de la EAM de Armenia y dos docentes acompañantes. Para entonces la institución universitaria promovía tales viajes de reconocimiento a varias regiones del país.

Visitamos el desierto de la Tatacoa, la ciudad de Neiva y nuestro destino final, el Parque Arqueológico de San Agustín. Fueron varios días de esparcimiento, en uno de los lugares más hermosos de la geografía nacional. Disfrutamos las bondades de la naturaleza pródiga, sus paisajes y el agradable clima.

En la población de Isnos, luego de asombrarnos con el singular estrecho del Magdalena, divisamos absortos las dos cascadas que se encuentran en su jurisdicción. Son ellas el Mortiño y el Salto de Bordones. Este último de gran majestuosidad. Desde las escaleras de cemento – construidas entonces por la Corporación Nacional de Turismo – y emplazadas frente al abismo del Bordones, todos nos fotografiamos mutuamente. No se usaba aún la modalidad de la selfie. Una silenciosa estudiante, cuyo nombre no recuerdo, escuchaba atentamente mis explicaciones sobre arqueología y geografía de la región visitada. Ella, maravillada por la niebla y el vapor que se desprendían del fondo de la imponente caída de agua, me solicitó le fotografiara con la cascada de fondo. Obturé el dispositivo de mi cámara marca Olympus, la misma que había registrado cientos de imágenes de ese y otros fabulosos recorridos. Son testimonios, en formato de diapositivas, que todavía conservo.

Regresamos alegres a nuestros hogares y pasamos Navidad y Año Nuevo en familia. En la tercera semana de febrero se inició – a pesar del terremoto del 25 de enero – el nuevo período académico. Por fortuna, las instalaciones de la EAM, en la avenida Bolívar, no habían sufrido daños con el movimiento sísmico. Incluso, varios salones de clase se ofrecieron para que los estudiantes de otras universidades los ocuparan, ya que sus instalaciones habían presentado averías.

Me dirigí a una de las aulas, la que se había dispuesto para el segundo semestre de Administración Turística. Escudriñé entre los rostros de los estudiantes, que no paraban de contar las experiencias amargas del terremoto. No encontré a la viajera. Al mostrar la pequeña transparencia enmarcada a sus compañeros, uno de ellos exclamó con mucho pesar:

"… ¿Profe, usted no supo que ella murió en el terremoto?".

No pude conseguir la nueva dirección de sus familiares. Solo supe que sobrevivieron la madre y su hermana menor, porque al mediodía de aquel 25 de enero, después del almuerzo, ellas salieron al centro de Armenia a cumplir una diligencia. Cuando regresaron, solo ruinas y desolación encontraron. Debajo de los escombros de la casa del barrio Brasilia quedó sepultada aquella joven, con los recuerdos de la última excursión de su vida. El testimonio fotográfico que conservo de ella es, sin embargo, la faceta de su existencia, expresada en un gesto melancólico, que tal vez presagiaba lo que vendría días después.

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