Por Jacobo Giraldo Bedoya
Tenía hace varios meses planificada una columna sobre la importancia de este año para nuestro país, considerando las dos próximas citas ante las urnas para decidir la integración de las ramas ejecutiva y legislativa del poder público. Pero han venido ocurriendo cosas que me han distraído (con lo fácil que es) de esto. Así que no voy a hablar de la preciosa política regional (sepa el lector que tecleo este aburrido devaneo, sin interés, desde Manizales y que veo por mi ventana extenderse hacia el Océano Pacífico lozanas e inaccesibles las montañas verdes, azules, violetas hasta hacerse invisibles. Padezco, pues, como decía Eduardo Caballero Calderón de los boyacenses en alguna novela “una oscura nostalgia de mar”).
Como todos saben, la mayoría de las veces que uno se distrae tiene que ver con el internet o la publicidad. De hecho, muchas de las bonanzas y esperanzas tecnológicas o del marketing giran en torno al significado, o a lo que quisieran algunos que fuera el significado, de la palabra “distraerse”.
Con todo, “navegar” en la web se parece a eso, dejarse llevar, soltarse, abandonarse a cierta corriente que nos va dirigiendo, ubicando, creemos que no arbitrariamente. Podría pensarse en un inmenso océano sobre el cual flota mucha información: suaves superficies de color aguamarina con corales blanquecinos al fondo, espejos azulinos donde relampaguean las nubes, ondas que se encuentran y que se arrugan como un pañuelo de bolsillo, olas que se encrespan contra la proa y se deshacen en escarcha de hielo, columnas de agua que brotan para estrujar la nave, el lomo erizado de criaturas submarinas que custodian los abismos, los cuerpos perdidos de los marineros en bregas de antaño. Un mar inmenso, siempre crítico o reincidente, que se yergue y luego se humilla, levanta sus colas rígidas como enigmas, se hincha y se anula.
Habría que ver si también se hace cierto lo que, en materia de geopolítica, pronosticó Herman Melville en el capítulo CXI de Moby Dick (“Para cualquier meditativo vagabundo mágico, este sereno Pacífico hará de él su mar de adopción. Se agita con las aguas más centrales del mundo, el Atlántico y el Índico no son más que sus brazos. (…) Así, el Pacífico misterioso, divino, ciñe al mundo entero, hace que todas las costas le sirvan de entrada, parece el corazón palpitante de la tierra”) y dictaminó con mayor seriedad Alfred T. Mahan, respecto al ascenso de cada gran potencia, la cual debería estrechamente relacionarse con su superioridad naval. A pesar de este nexo, la expresión “heartland”, corazón del mundo, fue tomada por Halford Mackinder para explicar ante la la Real Sociedad Geográfica de Londres el “pivote” geográfico de la historia, como decía el autor, la “isla del mundo”, cuyo dueño o amo dominaría la llanura continental euroasiática y así la tierra. Tenemos tierra y agua entonces, Behemot y Leviatán, monstruos terrestre y marino que dominan la historia como previene el libro de Job.
Pues bien, este Océano Pacífico virtual, también podría tener su Pearl Harbor, a pesar del esfuerzo norteamericano por prevenirlo. Por ahora creemos estar seguros de que el ataque no viene desde Japón. Y es que un grupo de hackers ha puesto en apuros a Nvidia, empresa norteamericana de chips y otros, al filtrarse y robar al parecer información importante o estratégica, en lo que podría ser un caso de piratas cibernautas. Aún no se resuelve la situación, de modo que el lector podría ahondar en ella, de encontrarlo interesante.
Por otro lado, habría que definir si estos piratas son corsarios como Drake o Raleigh o simplemente independientes. Se dice que son un valiente grupo de latinoamericanos, por ahora sin afiliación política, poética o religiosa, que pescaron en este caos originado por la invasión sobre Ucrania.
Pero lo más importante es comprobar que estas aguas aún son inseguras -y tal vez seguirán siéndolo incluso todavía para estados y grandes corporaciones-, que mar adentro el riesgo aumenta y que no hay todavía una nave que pueda operar con seguridad dentro de este espacio; de suerte que los peces que atrapamos en este torrente fácilmente se nos pueden soltar. Respecto de los peces sujetos y peces sueltos, Melville resume toda ley así: “I. Un pez sujeto es de la parte a la que está fijo. II. Un pez suelto está a disposición de la parte que pueda capturarlo antes”.