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La lucha de las mujeres, tan vigente como siempre

11 marzo 2022 6:15 pm
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Por Jimena Marín Téllez

No se puede negar que el avance en los derechos de las mujeres ha sido inmenso. Ya son 65 años desde que se aprobó el voto para la mujer en 1957. La reciente flexibilización de la interrupción voluntaria del embarazo también es una clara muestra de ello.

Probablemente el mayor avance se ha dado en que las mujeres ya somos más partícipes de la vida en comunidad y de la vida empresarial. Al menos en mi salón de pregrado nos graduamos muchas más mujeres que hombres, lo cual se refleja en que en mi equipo de trabajo también somos más mujeres que hombres.

Sin embargo, y aunque lo que se ha logrado es mucho, eso no puede impedir que pongamos de presente lo que nos falta por lograr.

Ayer viernes sucedió algo abominable, que no es un hecho aislado, como muchos pueden creer. Es algo que pasa todos los días en el mundo y, especialmente, en Colombia, al ser un país con inmensas raíces machistas.

La joven Yenni Karolain Nohava fue encontrada muerta, con signos de violación, tras salir a pasear a sus mascotas en Circasia. Esto, más que un signo de una persona mala es un signo de una sociedad enferma.

Estamos enfermos y errados. Los hombres de esta época e incluso muchas mujeres siguen creyendo que somos propiedad fungible. Por eso se dan casos como estos: por creer que las mujeres somos un bien que se puede tratar como se le antoje a su dueño, y que no tiene derecho a sentir ni a expresar su parecer.

Más allá de los casos que escandalizan a todo un país como el caro de Karolain, también existen muchos otros que no llegan a asesinato, por lo cual se han normalizado, pero demuestran lo frágiles y corruptibles que son los derechos de las mujeres en Colombia.

Por ejemplo, lo que sucedió con las niñas del colegio Marymount de Bogotá, donde desde hace 15 años varias generaciones de estudiantes venían denunciando ante la administración del colegio los abusos sexuales a los que las sometía un profesor de la institución. Nadie les hizo caso y nadie juzgó al profesor. Simplemente las ignoraban porque decían que “había consentimiento”. Pues no, no hay consentimiento entre un maestro con posición de poder y una alumna menor de edad.

Me atrevería a decir que no hay una sola mujer en Colombia que no conozca un caso de abuso sexual o de violencia entre sus amigas y familiares. Yo -una entre 24 millones de mujeres- conozco cinco casos de personas cercanas, incluyéndome entre las víctimas.

Por eso, aprovecharé la columna de esta semana para contar un poco más de estos casos (salvo el quinto, que por respeto a los esfuerzos de olvido de la víctima prefiero mantener en completo secreto) y fortalecer mi argumento (que es más un hecho) de que los derechos de las mujeres no están acabados ni completos.

Primer caso: Fulanita se subió a un Uber. Acto seguido, el señor (si es que se le puede llamar así) cerró las puertas del carro con seguro y le dijo que le mostrara su mano ya que él sabía leer las líneas de la palma. Fulanita, confundida y asustada, sin entender qué pasaba, le entregó su mano. Una vez en su poder, el conductor la apretó fuerte, paró el vehículo y contra su voluntad la tocó bajo su falda. Fulanita quería llorar, pero lo único que supo hacer fue quedarse inmóvil. El señor la dejó bajar del carro con el compromiso de que no le contara a nadie.

Segundo caso: Fulanita tenía un profesor que admiraba mucho en el colegio. Ella tenía 15, él 30. Fulanita era una buena estudiante. El profesor parecía prestarle más atención a ella que a los demás estudiantes del salón. Un día, el profesor le dijo que se quedara después de clases para darle asesoría extra y discutir sobre su futuro; Fulanita, muy feliz porque era la mejor del salón en esa materia, aceptó. ¿Qué pasó esa tarde? El profesor, que le doblaba la edad, se lanzó a darle un beso a Fulanita y la tocó en sus partes íntimas. Fulanita no entendía que pasaba y especialmente no entendía que lo que estaba haciendo el adulto al que admiraba, estaba mal. Era la favorita del profesor.

Tercer caso: Fulanita fue al médico. Quería ponerse prótesis mamarias. Tenía 21 años. Era un médico recomendado, experto en cirugía plástica. El médico, muy profesional, le dijo que se quitara toda la ropa y se pusiera la bata que estaba en el vestier. Cuando Fulanita, muy inocente, salió al consultorio con la bata puesta, el médico le dijo que se parara frente al espejo, le quitó la bata y se hizo detrás de ella, rozándola con su cuerpo. Le empezó a tocar los senos mientras le explicaba cómo sería la cirugía. El problema, el gran problema, fue que el médico le restregó su miembro. El otro gran problema es que una consulta para prótesis mamarias no requiere que la paciente se desnude completamente. Ella no lo sabía.

Cuarto caso: Fulanita salió con un hombre a tomar unas cervezas. Posteriormente, Fulanita aceptó ir al apartamento de uno de sus amigos para tomarse un último coctel. Estando allí, aquel hombre le pidió un beso y Fulanita se dio cuenta de que no quería estar un segundo más en ese lugar, así que decidió pedir un taxi a su casa. Le dijo a su conocido que no estaba interesada en darle un beso y que se iría. El hombre decidió que nadie podía rechazarlo y cogió a Fulanita del cuello para ahorcarla y luego la empujó, diciéndole “perra, ¿así que no soy tu tipo?” Fulanita salió corriendo de aquel lugar, llorando y con dolor en su cuello.

Las últimas dos fulanitas soy yo. Una mujer que lo ha tenido todo, que estudió en una universidad privada, que tiene un buen trabajo y que ha tenido todas las oportunidades en la vida. Sin embargo, me han violentado. Sin embargo, si quisiera llegar a ser miembro de una junta directiva me tocaría trabajar 10 veces más que mis pares hombres, aún con las mismas cualidades y talentos. Sin embargo, me toca ver como matan a niñas como Karolain de forma diaria.

Entonces, no, no somos feminazis. Yo no quiero ser más que los hombres ni quiero que me den más que ellos. Solo quiero y pido que no abusen de mis amigas, que no maten a mis conocidas y que todas las mujeres del mundo tengan las mismas oportunidades de progresar que alguien masculino con capacidades equiparables.

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