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Domingo (1)

12 marzo 2022 6:24 pm
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Por: Edwin Vargas

 

Domingo, cinco de la tarde.

Empiezo a escribir cuando el reloj marca las cinco en punto. La hora que viene es la más larga de la semana. Alguien, en alguna parte, ha extendido el lazo que lo redimirá de la angustia de empezar una nueva jornada. A esta hora comienza un ocaso para el alma: con su luz tenue alumbra las ruinas de la semana que pasó y anuncia los horrores de la que llega.

Es difícil describir la sensación de esta hora, pero la recurrencia de un no sé qué, domingo a domingo a la misma hora, cinco de la tarde, obliga a pensar y escribir. Quizá la escritura se quede corta para abarcar cualquier sentir, pero no hacerlo significa pasar por alto un hecho que embarga el espíritu; porque, aunque esto que se siente no cuente con un referente específico en el mundo, a la manera de los televisores o las casas, sí existe dentro de la mente: “entonces, señor Einstein, usted es más religioso que yo”.

A las cinco de la tarde del domingo uno camina por la calle y observa a las gentes que suben y bajan con helados de las manos a las bocas. El domingo a las cinco de la tarde los niños montan bicicleta en la plaza y corren en patines y brincan en el monstruo inflable. El domingo a las cinco de la tarde se toma tinto en los cafés y se habla de cualquier cosa, menos de la semana que llega. El domingo a las cinco de la tarde los jeeps emprenden el viaje de ida a las veredas y los campesinos desocupan la galería y los supermercados y las cantinas. El domingo a las cinco de la tarde se ven películas repetidas en la televisión mientras el tiempo pasa inconsciente de lo que será mañana. El domingo a las cinco de la tarde los centros comerciales están abarrotados de viejos adolescentes y adolescentes viejos que usan zapatos plásticos para subir y bajar escaleras eléctricas y zambullirse en piscinas de pelotas y entrar en una sala de cine a comer crispetas. El domingo a las cinco de la tarde los estudiantes se acuerdan de las tareas y alzan los hombros para hacerlas a las ocho de la noche o a las diez o quizá mañana o nunca. El domingo a las cinco de la tarde las madres planchan pantalones y camisas que se arrugan por el trajín de los días que pasaron.

La luz de las cinco de la tarde del domingo le debe su brillo al sábado; y la oscuridad que se apodera poco a poco, a las cinco y diez, cinco y veinte, cinco y media, y cuarenta, y cincuenta, toma el negro prestado del lunes que llega. Quizá ni los ciegos ni los gatos lo perciban porque viven en un eterno domingo o un eterno lunes o un eterno sábado. Quizá ni a los judíos ni a los adventistas les importe el domingo a las cinco de la tarde, pero tienen su parte de Sabbath oscuro que les anuncia un domingo indeseado. Solo les importa un poco a protestantes que abarrotan bodegas o casas alquiladas en barrios residenciales, al igual que a católicos que aprovechan para prepararse e ir a misa de seis o siete y lavar las culpas de la semana pasada para resetearse y estar limpios para ensuciarse la otra semana, y el próximo domingo ídem.

El domingo a las cinco de la tarde un sentimiento de vacío embarga el alma. Flota entre los días que se fueron y los que llegan como el polvo que se ve a contraluz cuando se pasa la escoba por el piso. El domingo a las cinco de la tarde se siente el peso de lo que no es aún pero que se esboza gracias a lo que fue y se le parece. Pero quién sabe si sea o no: aunque el sol se erija desde el oriente y decline en occidente no es seguro que así siga siendo, o que la mano que sostiene los granos de maíz que la gallina pica sea la que mañana le tuerza el pescuezo. Muy bien, lord Bertrand Russell.

Qué raro el domingo a las cinco de la tarde. Qué cosa inexplicable. Qué inútiles los pensamientos que se agolpan en la cabeza, cuando no se es capaz de hacerlos palabra a la altura del sentir. La metafísica del domingo a las cinco de la tarde escapa a la mirada de la consciencia. No me explico el por qué, pero tampoco tengo que saberlo. Solo se vive desde la mirada y el olfato y los sonidos que se acallan. Ya casi llega la desolación a las calles y a las almas.

El lunes de mañana rechinarán las alarmas para volver a empezar, para recibir y ejecutar órdenes y pagar cuentas y hacer filas y decir que sí señor o que no, por favor no. El juego vuelve a empezar con la promesa de otro sábado y otro domingo antes de las cinco y a las cinco retornará ese no sé qué. Quizá sí o quizá no. Con el lunes vuelve el ruido que tritura el silencio. Ya son las seis y no sé qué más escribir.

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