Por Francisco Cifuentes
¡Que la eternidad!, como reza el título de un bello libro de la sabia escritora francesa Margarite Yourcenar, justamente parodiando un verso de Artur Rimbaud. Que bello sería siempre aspirar a la eternidad, al goce del infinito superando todas las dificultades de la vida, incluyendo la propia finitud, la muerte misma. Pero no, en la cruda realidad estamos, de los hombres, de los pueblos y de las naciones; que seguimos un sino bastante enjundioso de odio al lado del amor, de muerte siempre presente al lado de la vida, de pecado al lado del placer, de ignorancia al lado del conocimiento. En occidente esto se lo endilgamos al pecado original, y además se funda una mitología originaria donde Abel mató a Caín, y para acabar de completar se coloca la traición de las hermandades justamente en el propio momento de la celebración de la Última Cena. Todo es mitología, todo es historia, todo es el embrujo sangriento del devenir humano; así sea disfrazado de religión. Y saber que todo esto no se ha superado, que por el contrario se ha agravado. En tiempos de la globalización de las comunicaciones y de la mundialización del capital, seguimos asistiendo a las confrontaciones entre oriente y occidente, entre el Islam y el Cristianismo, entre dictaduras y democracias, entre tiranías y pueblos enteros, entre mapas tribales, entre nacionalismos, entre lenguas; pues ahora mismo en la guerra entre Rusia y Ucrania, existen acusaciones de no dejar libremente la expresión en idioma ruso. También se habla de la recuperación del paneslavismo y de la nostalgia guerrera de imperios históricos. En este panorama tan complejo, se vuelve a citar la antiquísima confrontación entre el bien y el mal. En la historia se puede apreciar un eterno retorno de problemas, de temas y de categorías para nombras algunos aspectos de la realidad actual, ligada desde siempre a los misterios de los orígenes fundantes de la humanidad y de las naciones. Muchas explicaciones las podemos hallar en los tres tomos de historia del escritor israelí Yuval Noah Harari : Sapiens: de animales a Dioses, Homo Deus y 21 Lecciones para el Siglo XXI. A propósito, en la edición rusa del primer texto, donde el escritor le dedica la obra a su marido, ya que es homosexual, fue prohibida esta dedicatoria por el gobierno de Moscú, y también se habla de borrar algunos apartes; ya que este profesional de la historia universal hace tabula rasa con el capitalismo, el comunismo y el nazismo, entre otros ismos que han divido y maltratado a la humanidad. Hacía falta un tratadista diferente a los acostumbrados investigadores alemanes, ingleses y franceses que poblaron la academia hasta el siglo XX. Éste habla desde la historia de las religiones y de las confrontaciones culturales a través de la historia; más allá de las explicaciones económicas y políticas del devenir humano.
El hombre crea sus propios instrumentos de muerte y son cada vez más avanzados estos aparatos, mostrándose, vaya paradójica, como triunfos de la ciencia y la tecnología. Pero además es necesario apuntar aquí, que por un lado hay depresión de la economía tradicional y por otro existe una rara reactivación al moverse profusamente a nivel internacional toda la industria militar más avanzada. Todo el arsenal militar no podía quedar cesante, se necesitan las guerras o la paz armada y amenazada, para que estos renglones se muevan; al fin y al cabo son mercancías apetecidas o inducidas en los mercados mundiales; y más, producidas dentro de las potencias y compradas en los países alejados de la gran industria. Siguen las paradojas de nuestra cruda realidad histórica.
Como buenos idealistas y utopistas somos humanistas y pacifistas. No deseamos ni apoyamos las guerras desde ningún lado y tampoco las justificamos desde ninguna teoría; pero es una verdad de apuño que la política se expresa en lo militar y que la economía también. Pero en el fondo es el poder, el deseo apabullante de todos los gobernantes, lo que determina la geopolítica y el mapa de repartos y de alianzas. Por eso llegamos desde la utopía a la realpolítica, y por encima de nuestros ideales más profundos como humanistas, nos vemos abocados a admitir las guerras, las confrontaciones y los conflictos a diferentes escalas; con telón de fondo en la religión, la cultura, la economía, la ideología y la política.
Es necesario finalizar diciendo la manida frase que en la guerra, la primera víctima es la verdad, y ahora también asistimos a una guerra mediática, de redes, de imposición de relatos viejos y nuevos sobre la historia y la cultura, y donde la misma inmediatez pierde juicio y veracidad en medio de los canales oficiales de información de los diferentes bandos y mundos en confrontación. Pero, nuevamente, gracias al arte nos salvamos de la verdad y de la historia, en los mejores términos del autor del eterno retorno, Federico Niestche.