Por: Antony García
Un lenguaje privado que dura lo que dura el amor. Un lenguaje íntimo con una gramática autónoma que sólo dos hablantes logran descifrar. Un lenguaje en el que se vive a través de símbolos y códigos propios, estructuras sintácticas aparentemente inconexas, palabras incomprensibles para los intrusos. Basta un gesto para borrarlo todo. Basta una grieta para que entre el mar.
Como el rumor de una música lejana, el silencio. Los supervivientes se alejan en dirección contraria. Recogen las palabras que la marea abandonó. Palabras inútiles en el lenguaje de la soledad. Perder la lengua común en la que se habitó con otra persona tiene como consecuencia directa la crisis de sentido, la cual se origina en la imposibilidad de nombrar lo que viene después. Un jarrón con flores amarillas, para dar un ejemplo, no es un simple jarrón florido, esconde para los supervivientes significados múltiples. Ella, mírenla, la del pelo oscuro y ojos castaños, observa a través del color y el contorno de las flores el plano general de una mañana lluviosa en la que compró flores idénticas, las llevó por la ciudad, a través del vertiginoso transporte público, el viento, el frío de la calle. Al regresar a casa las puso en un jarrón color mostaza. Su esposo, después de viajar de pie en el autobús, chocar contra otros pasajeros en el vaivén del trayecto, llega a casa y las descubre. Para ella es absurdo nombrar las flores con la palabra orquídea, rosa, alelí. El objeto que tiene en frente solo le recuerda la palabra adiós.
Las palabras se descolocan y cambian de sentido. Después del adiós nada es lo que parece. El contacto con lo otro se torna confuso. De repente, en medio de la torre de babel, las lenguas se confunden. Un lenguaje se superpone a otro y es allí donde comienza el proceso del olvido. Los nexos que antes unían, ahora separan: una taza de té, una talla de zapatos, la charla en medio de la noche, las direcciones, la risa, el cuerpo y su aroma, las tonalidades de la voz, el nombre. El amor comienza en intensos diálogos y termina en tristes monólogos. El silencio viene después. Casi siempre la máxima expresión de la felicidad o de la desgracia es el silencio. Solo resta esperar la extinción de la sintaxis que ordenó y dio ritmo a la vida en común.
Con todo esto quiero decir una sola cosa: amar es un fenómeno del lenguaje. Las marcas gramaticales construidas al convivir con el otro quedan impregnadas en los hablantes, las cuales configuran como, a posteriori, se vive la soledad y el amor. Piénsese en los rastros que se esconden debajo de las palabras dichas por un angloparlante al hablar español. A pesar de que logra expresarse claramente en lengua extranjera, su lengua materna se entrevé a través de las palabras, del acento, de la conjugación. El primer amor es la lengua materna del sentimiento, nunca nos abandona por completo aun después de ser olvidado, aun después de saber que ha muerto para siempre; nunca nos abandona porque se tiene la esperanza de volver a habitar en su interior.