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Principio tienen las cosas y, en lo relativo a la memoria, palabra esquiva para los colombianos —tanto, que hemos construido el prejuicio de que respecto a la historia somos amnésicos—, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá (CMPR) ha abierto una exposición que empieza a despejar con hechos tangibles esa ambigüedad. Se trata de la iniciativa “Resisto, luego existo”, que convoca testimonios sonoros, documentales audiovisuales, fotográficos, objetos representativos de las víctimas de la más diversa procedencia, archivos de titulares de prensa, afiches conmemorativos, nombres icónicos, plazoletas antaño escenarios de masacres a contestatarios, fachadas memoriosas que de repente nos devuelven las identidades de quienes hace años, de no habérseles ocurrido a padres o madres agobiados eternizarlos con varios brochazos, se hubieran extinguido en el anonimato, y así sucesivamente, en esa larga fila de inmolados que nos han deparado las fechas y los espacios infelices que han construido la historia de Colombia desde aquel 9 de abril de 1948. El CMPR, con severo rigor, ha sistematizado este memorial con aportes de los deudos, la comunidad, los colectivos victimizados, la prensa, los artistas, la academia, con la intención de recapitular episodios dramáticos que en caso de no haber contado con esta curaduría habrían seguido dispersos en lo volátil de los días, sin permitir el repaso de cuaderno de nuestra cotidianidad violenta que amenazaba naturalizarse. Este trabajo hacía falta —pues suma muchos esfuerzos aislados— para tener certeza del lugar que habitamos, reflexionar los correctivos y hacer el duelo imprescindible sin el cual difícilmente la sociedad podría inspirarse para diseñar la paz, el progreso y la democracia.
Todo lo expuesto en “Resisto, luego existo” tenía que sacarse a la intemperie del debate. Pero hay dos secciones que totalizan entera la exposición: “La cartografía de la memoria” y el mural de Alfredo Molano Bravo, titulado “¿Qué es lo memorable?”, una línea de tiempo de los acontecimientos más nerviosos del siglo XX y lo que llevamos del XXI, escrita para la Comisión de la Verdad. Por ambas debiera comenzarse el recorrido o concluirlo. Es inevitable.
La imaginación requiere estos ámbitos para desplegar sus mejores potencialidades, y los organizadores, conscientes de eso, disponen de un edificio provisto de espacios estéticamente plausibles que han sido aprovechados con óptima funcionalidad. No solo para esta exposición, sino para el sinnúmero de eventos académicos, fílmicos, teatrales, pedagógicos (sobre todo para niños), musicales, etc., que tienen lugar allí y han hecho de esa sede una de las más concurridas de Bogotá. Buena gestión la de José Antequera y su equipo.
Posdata. Hay Homo sapiens que reniegan de su antropozoomorfismo —y lo convierten en insulto para los demás—, solo porque su nivel cognitivo les hace creer que descendemos de Adán y Eva, una pareja “blanca” muy reciente, no de ancestros de antes de que naciera su dios. En realidad todos somos afro, pero como para la derecha, cuyo nivel cognitivo —o dejémoslo en cultural apenas— es bajo, no existe la paleontología, sí va a ser muy difícil subirle el nivel a la campaña. Debieran hacerse una prueba para que descubrieran que compartimos el 99,9 % de ADN con los homínidos.