Por: Carlos Alberto Agudelo Arcila
XL
PÁJARO DE alas interminables en el aire de la poesía. Germina la luminiscencia en el vaho. Floresta por resembrarse en el camino solitario donde danzan hojas secas. Desnudez poética en el prostíbulo. Ánimas de todo linaje se fusionan con invisibilidades de palabras posibles de cifrar.
XLI
LLEVO EN una de mis manos un sonajero de lluvia. En mi otra mano cargo fragancias del bosque. Transporto a la deriva del cauce mis incertidumbres. Bebo un sorbo de algo mientras permanezco en silencio. Bebo del lauroceraso el rocío. Bebo de la botella sustraída del basurero la existencia impregnada de quimeras. Bebo el día a día de la hambruna. Bebo el ocurrir de la lechuza perpleja en el firmamento. Bebo de la sombra eterna sombras pronto a morir. Bebo por esto y aquello no sé qué. Un tucán pechiblanco aletea contra la noche. Bebo a las nueve de un siglo impreciso siluetas de gatos negros cuando deambulan entre proyecciones del Guayacán Amarillo. Llevo en mis manos un sonajero de luz y en mi otra mano la penumbra disecada al pie del murciélago muerto.
XLII
EL ZUMBIDO frecuente a la una o a las seis o a las cuatro o a cualquier hora de días sin fin. El zumbido en mis actos execrables o en mi acontecer virtuoso en mi sangre fogosa en mis deseos inalcanzables. El zumbido se expande por mi cerebro camino con él se vuelve parte ineludible de mis circunstancias. Zumbido profundo. Zumbido multicolor plumiforme. Zumbido matemático del humor. Zumbido refinado. Al pisar la hoja marchita compaginan el crepitar y mi zumbido. El zumbido fluye en mi mundo objetivo a la par con mi naturaleza subjetiva. Ya no puedo vivir sin el zumbido. Zumbido genuino. Zumbido coherente con mi manera de jadear el universo de las luciérnagas en épocas de silencio.
XLIII
VOY POR la ciudad de techos de paja blanca donde una aguja resplandece el devenir hasta el laberinto de calles blancas. Toda la urbe es blanca. Las nubes sábanas blancas extendidas sobre alambres blancos del firmamento blanco. Sus habitantes son de piel blanca con cabellera blanca y zapatos blancos y vestidos blancos y mocasines blancos y camisas blancas de botones blancos y risa blanca y revólveres blancos y balas blancas y cadáveres blancos y gallinazos blancos y secreción… Blanco el reloj de la iglesia blanca igual a la hora de morir de los animales blancos semejantes al polvo eres blanco del elefante blanco. En lo alto del edificio más blanco ondea una bandera negra.
XLIV
MÚSICA DE olas salida de la guitarra de agua azul. La oscilación entre lo incoloro y el índigo del lienzo de gotas despista a la gaviota. Mar y tierra en una misma dimensión. El cormorán vuela a la velocidad del vaivén del océano mientras el elemento se vuelve ave de dimensiones inmensas. Gruñe tres veces antes de negar el tercer remojo.
XLV
SILENCIOS MINUCIOSOS. Silencios para proteger la aurora de nocturnos crímenes. Silencios humedecen el alma. Silencios heterodoxos capaces de extender sus fauces hasta la médula del viento. Silencio en el hombre con su corazón en mil pedazos. Silencio trapecista en la cuerda floja donde cientos de antropoides saltan al abismo.
XLVI
Llueve en el tiempo de los ciegos. Se estanca la gota de lluvia en la oquedad de la ceguera. Tú y yo extendemos nuestras manos. La oscuridad alarga su extremidad izquierda la bordeamos sin temor alguno.
XLVII
NO ESCAMPA. Hundo mis pasos donde se crucifica el pan nuestro de cada día. Escampa. Hundo mis pasos donde se crucifica el pan nuestro de cada día. Hay tormenta. Hundo mis pasos donde se crucifica el pan nuestro de cada día. Aclara. Hundo mis pasos donde se crucifica el pan nuestro de cada día. Tempestad. Tempestad. Tempestad. Escampa. Escampa. Aclara. Escampa. Los orificios de la sombrilla le abren espacio a cuanto pueda suceder…