Por: Álvaro Mejía Mejía
Desde hace unos años la izquierda en América Latina viene implementando una estrategia para minar las instituciones, los símbolos, las creencias y los valores de nuestras sociedades.
Basta leer los documentos del Foro de São Paulo, para entender que todo ese estado de cosas obedece a una estrategia fríamente calculada y planificada.
Los movimientos de extrema izquierda, unidos a facciones anarquistas y terroristas, realizaron levantamientos populares, bloqueos, actos de vandalismo y atentados a símbolos, que otrora dignificaban a las naciones latinoamericanas.
La estrategia es propia del manual marxista. Se aprovechan las contradicciones sociales para atizar la lucha de clases y, de esa forma, poder llegar la dictadura del proletariado.
Para esa izquierda retardataria la pandemia fue su gran oportunidad. No para proponer soluciones, sino para derrocar a gobiernos democráticos de América Latina.
El primer paso fue crear el caos con las movilizaciones que terminaron en asonadas. El segundo, el populismo para generar esperanzas en un pueblo agobiado con las consecuencias económicas de la pandemia. El tercero, la elección de mandatarios autoritarios que salieron de esas movilizaciones, como ocurrió en Perú y Chile, o que fueron sus promotores, como pretenden en Colombia. El cuarto paso es la reforma de la constitución para refrendar una dictadura, como en Nicaragua, Venezuela y Cuba.
El señor Petro anunció que su primer acto de gobierno sería convocar a una Asamblea Nacional Constituyente para sepultar la constitución de 1991, de la cual ha afirmado muchas veces, faltando a la verdad, haber sido uno de sus autores y defensores.
Pero volvamos al planteamiento inicial. En esa estrategia se procura minar instituciones, símbolos, creencias y valores de la nacionalidad. Estos extremistas siguen, de manera milimétrica, cada uno de los pasos citados. No en vano se ataca a la policía, se tumban monumentos, se invaden iglesias, se hace activismo judicial, se calumnia, en fin, se procura destruir todo lo que antes generaba respeto y admiración.
Es increíble cómo se acumulan ataques contra personas que son portaestandarte de las ideas contrarias. Los sicarios morales de esta izquierda extrema actúan como hienas detrás de su presa, aprovechando la pasividad judicial y la complacencia de una parte de los medios.
Basta escuchar a su candidato llamar Duque al presidente de la República o Uribe a un expresidente. Eso no es gratuito, sino una forma de lenguaje iconoclasta, que no muestra respeto hacia nada ni hacia nadie. Ya no es el señor policía, sino el “tombo” o el “sapo”. No se dice doctor ni “don”. No se muestra respeto por el sacerdote o la monja. Igualar es la clave, pues en la revoltura nadie sobresale. Por eso da lo mismo que llegue a ser presidente un profesor de primaria, como en Perú o un exguerrillero, como se pretende en Colombia.
Como en el tango, “todo es igual”, “nada es mejor”. No hay escalafones, pero cuando ellos llegan al poder los ocupan todos para sí mismos. Son autoritarios y autocráticos. Megalómanos y soberbios. Ambiciosos y fatuos.
Lo mismo ocurre con el lenguaje. Los mayores y las mayoras. Los nadies y las nadies. Las personas y los persones. Otros de los aspectos que define a una nación es el lenguaje, por eso para esta extrema izquierda es importante desconocer las reglas del castellano. Ellos quieren destruirlo todo, para levantar sus nuevos símbolos de pobreza física, mental y espiritual.
Los signos y las señales son inequívocas. Aún hay tiempo de cerrarle el paso a una forma de dictadura.