Carlos Alberto Agudelo Arcila
El silencio de una de las cocineras se entremezcla con el sudor de la rutina. Dios está en alguna parte dice su compañera de trabajo. El agua del grifo brota como si fuese compuerta de nubes abiertas. Torrente de mar y cielo. Dios está en alguna parte repite la compañera de trabajo. En la calle sucede la existencia con su hambruna. Un pordiosero desde la calle grita “Dios basta ya de tu potestad” entretanto releo La Resistencia de Sábato pienso y… El frío de esta noche mide centenares de laberintos dentro de mis vísceras observo cómo cierta casa se ilumina de noviembre de viento casero de sábado sin techo donde jamás cae la lluvia interminable. El resto de viviendas frente al frío de esta noche son sombras a imagen y semejanza de hombres y mujeres de hormigas sin sombras bajo un sol donde el pueblo es hendedura favorable para el desagüe de la pesadumbre humana. El frío de esta noche tiene nombre propio se llama el frío de esta noche inscrito en algún poema con el fin de vislumbrar la casa sin par iluminada de noviembre de viento casero de sábado sin techo donde nunca cae la lluvia interminable. Sentado en una banca del parque con un libro cerrado en mis manos leo el paso de las multitudes salidas desde los cuatro costados de la luz del sol. Cantidad de palomas picoteando un punto invisible al ojo humano. El paso del viento con un sombrero bajo su brazo. El transitar del sombrero con el viento al pecho. El lagrimeo de la gota de lluvia sobre la piedra donde se recrea la hormiga ciega. El polvo sobre la palmera y el verde de la palmera extraviado en algún lugar de sí mismo. El aquí y el ahora del perro cuando orina con su mirada perdida en la chuspa y corre tras el maullido juguetón. La fiesta por ser domingo en lo recóndito del helado El regocijo del pastizal por el rojo en el momento de acechar el pétalo por nacer. El observar atento del búho posado sobre el chamizo del guayacán. Flores amarillas entre un cúmulo del aire perdido en el basurero. La tarde desorientada por el aleteo sin horizonte. El muro por levantarse junto al último paso dado en épocas lejanas por el paralítico. Los senos en cuencas de manos mutiladas. Firmamentos en lozano azul. Sentado en una banca del parque abro el libro donde leo páginas en blanco inmortales. Anhelo el poema agradable. Escribo la fruta podrida en la terminal de buses. Los ancianos enfermos en andenes. El grito peculiar en cada esquina. El aire putrefacto en calles tétricas. Dejo de escribir en homenaje al poema eterno. El monstruo del sueño muere con el fin de despertar al soñador este agradecido conduce el cadáver al solar de su memoria. Allí entierra el sueño y al monstruo para luego despertar sobre una bicicleta rumbo a la oficina. Pronto será las seis de un siglo para consumir a una hora incierta. Los experimentados en el crimen acribillan la noche. Duendes inquilinos del sueño se espantan dejan el sueño solitario. Acribillan la noche. Hombres y mujeres despiertan corren hacia el cuarto del abismo donde se entierra en vida el porvenir de los horrorizados. Se acribilla la noche. Por la herida de las horas sangra el río. La luz del amanecer es una herida más tatuada por asesinos. La sevicia de los asesinos va a la fonda a celebrar. Acribillan la noche. El día cambia su destino se cuaja en noche imperiosa de la muerte el trino es eco cremado. Acribillan la noche.