Por: Álvaro Mejía Mejía
Mis padres nunca habrían imaginado que un exguerrillero tuviera posibilidades de ocupar el solio de Bolívar. Como cristiano creo en el perdón, pero este, como lo explica la iglesia, requiere del victimario confesión, arrepentimiento, propósito de enmienda y reparación a las víctimas. El señor Petro no ha pedido perdón, ni está arrepentido, ni mucho menos ha reparado a las víctimas.
Los seguidores del señor de las bolsas, acto que quedó impune por caducidad de la acción penal, a la que no renunció, porque sabía que su proceder y la procedencia del dinero eras foscos, dicen que Bolívar también fue un guerrillero. ¡Vaya Desfachatez! Él es el padre de la patria, el fundador de la República, El Libertador de cinco naciones.
Simón Bolívar se levantó contra una monarquía extranjera que, a la fuerza, sometió estas tierras a su imperio.
Cómo osan en comparar las acciones fundacionales de la república con las de los bandidos y vándalos que se tomaron a sangre y fuego el Palacio de Justicia, asesinando impunemente a los magistrados de una Corte de Justicia memorable y digna, servidores judiciales, personas inocentes que ese día nefasto cumplían con su deber de trabajar para el bien del país y de sus familias.
El señor de las bolsas hacía parte de ese grupo terrorista, era alias Aureliano, aunque no hubiese estado físicamente en la incursión armada. El M-19 no solo se tomó a sangre y fuego el Palacio. En las horas de la noche, lo quemó por orden de Pablo Escobar, con el fin de que no quedaran expedientes en contra del Cartel de Medellín.
Pero este no fue el único acto de terrorismo de ese grupo guerrillero, ellos secuestraron y asesinaron al líder sindical José Raquel Mercado; secuestraron a Hugo Ferreira Neira; tomaron la embajada de la República Dominicana en 1980, donde mantuvieron como rehenes a una buena parte del personal diplomático acreditado en Colombia; se tomaron a sangre y fuego municipios de Colombia; secuestraron a Camila Michelsen; realizaron la masacre del Suroriente de Bogotá, por la cual, en 1997, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) determinó que se habían ejecutado extrajudicialmente a 11 personas (10 militantes y 1 civil); se robaron las armas del Cantón Norte; hundieron el barco Karina; secuestraron un avión de AEROPESCA; secuestraron a Martha Nieves Ochoa; secuestraron a Álvaro Gómez Hurtado, entre muchos otros acto de terror.
Hay personas que no conocen la historia, otros que simplemente quieren borrarla. Pero, para mí, alguien que haya sido parte de una organización desalmada, sin corazón, sin temor a Dios no puede sentarse en el Solio del Libertador ni ser el jefe supremo de nuestras gloriosas fuerzas armadas.
El llamado es a defender otra vez a la república, pues la libertad y la democracia están seriamente en peligro.
No podemos salir como esos soldados harapientos que cruzaron los Andes, pero si hacer hasta el último esfuerzo para evitar que el país quede en manos de Aureliano.
Debemos ser pregoneros de este mensaje libertario y conseguir el apoyo del país nacional, que es esencialmente bueno.
Tenemos graves problemas, pero con todos ellos, la República ha avanzado y los colombianos, cada uno por su lado, con esfuerzo y trabajo, hemos sabido salir adelante, empujando la producción, generando empleo, teniendo fe y esperanza.
La consigna es: “otra vez por la libertad”.