Wade Davis y una declaración de amor a Colombia

27 abril 2022 8:20 pm

Compartir:

Por Francisco Cifuentes

Para mi amigo Joaquín Valencia Plata, quien me brindó este manjar y con quien dialogué mientras hacía las siguientes reflexiones.

 

“… tres principios: el pesimismo es un lujo; la ortodoxia es la enemiga de la invención; y la desesperanza, insulto a la imaginación.” (DAVIS, Wade. Magdalena Historias de Colombia. Edit. Critica, Bogotá, 2021.p.217)

El investigador canadiense, y al que el Presidente Santos le concedió la ciudada nía colombiana, en el 2018; dada su estadía, conocimiento y amor por nuestro país, ya había escrito otro gran trabajo basado en sus viajes como explorador naturalista y científico, "El Rio” (1996) pero la obra que vamos a comentar, puede considerarse un texto clásico sobre la naturaleza, la historia y la sociedad colombiana. Wade Davis es el mejor heredero de Alexander von Humbodt, en lo que se refiere a su trabajo en Colombia; el sabio Mutis y su Expedición Botánica, Agustín Codazzi y su Comisión Corográfica; Manuel Ancízar y su Peregrinación de Alfa; Enrique Pérez Arbeláez y su Hilea Magdalenense; y muchos otros exploradores de Colombia, sus ríos y sus montañas.

A propósito, Alexander von Humboldt es calificado por Charles Dawin, como “el más grande viajero científico de todos los tiempos” (op.cit.p.387), y declarado por Simón Bolívar, como ”verdadero descubridor del Nuevo Mundo” (p.389), después de sus conversaciones con el científico en su apartamento en Paris, al lado de Bompland.

Este magnífico libro, que considero todo un canto de amor a Colombia, y que en estos tiempos difíciles lo valoro mucho más y lo recomiendo con mucho placer me hizo recordar mis estudios de Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad del Quindío; cuando mis buenos y esmerados profesores de geografía colombiana Hermes Rincón (q.e.d) y Gustavo Hernández, nos pasearon por gran parte del recorrido al que se refiere el texto de Davis. Muy especialmente rememoro mis cuatro viajes a San Agustín y sus alrededores, como estudiante de la Universidad del Quindío y como profesor de la Universidad del Tolima, además de correrías amistosas y familiares; santuario al cual Davis le dedica un tratamiento especial. Desde el texto pionero del alemán Konrand Theodoro Preuss, no me acercaba tanto como en este.  

Igualmente, mi mente se retrotrae a otros extranjeros que dedicaron su pluma al pais, su historia y sus problemas, como James Parsons y su trabajo sobre La Colonización Antioqueña; Frank Safford, Malcon Daes, Paul Oquis, Daniel Pecaut,  David Bushnell y el general francés Bousingult, que, en un apartado de sus siete tomos, se refiere a la Hoya y a la Provincia del Quindío.

Muy especialmente me acorde del ya clásico libro “Historia Doble de la Costa” ,  de Orlando Fals Borda, uno de los pioneros de la sociología en Colombia, al lado del padre Camilo Torres, que tuve la oportunidad de conocer en la Fundación Foro por Colombia en Bogotá ,donde nos exponía su metodología de la investigación – acción – participativa, la que lo llevaría desde los Andes en Boyacá, con su famoso texto Campesinos de los Andes, a sus investigaciones acerca de la Mojana, la Depresión Momposina, la condición anfibia de los costeños del Atlántico y los rivereños del Magdalena y sus afluentes en la parte baja; y lo que debería ser el verdadero y pertinente ordenamiento territorial de Colombia.

Este sinigual trabajo de 500 páginas incluye un vasto conocimiento de nuestra botánica, nuestra ictiología, casi todas las otras especies animales salvajes y domesticadas; la bella flora colombiana, las selvas, las montañas con sus nevados y volcanes, las planicies, muchas ciudades y pueblos; “historias de Colombia”, por no decir La Historia de Colombia. Es un gran ensayo, una obra científica, histórica, sociológica y hasta política; emergida de un aventurero y de un gran narrador; que le da la voz, tanto a especialistas de la academia nacional e internacional, como a los moradores de cada pueblo y cada puerto que visito. En un buen tramo utilizo la metodología de Orlando Fals Borda y la del sociólogo Alfredo Molano. a quien le debemos gran parte del conocimiento del país, su gente y sus problemas, justamente en la voz de sus habitantes de lo que hoy se denomina “la Colombia Profunda”.

El mismo autor dice de su trabajo: “Magdalena es menos un trabajo académico y más un compendio de historias contadas por colombianos que viven por el rio y sus alrededores, narrativas vivas entretejidas con momentos históricos seleccionados de manera deliberada, para revelar y celebrar las maravillas de un país hasta ahora menospreciado y malinterpretado…Cada uno (de los personajes entrevistados) encarna y personifica un aspecto en particular de lo que significa ser colombiano; cada uno sintetiza parte de la esencia del país” (p.445)

Uniendo el rio, la historia y la esperanza, Davis dice: “Colombia está hoy en una encrucijada: es un país que está saliendo de un conflicto de cincuenta años y que está listo para decirle a quien quiera escuchar que no es un lugar de guerra y violencia, sino, más bien, una tierra con un legado natural rico y abundante sin parangón en el continente americano”, por el río Magdalena y por mucho más, toda su naturaleza y toda su gente.

En el texto existen muchas referencias acerca de la violencia bipartidista las guerras de la marihuana y la coca, el sucio trabajo de los paramilitares, la barbarie de las guerrillas, las exageraciones del Estado colombiano, las injerencias extranjeras y la violencia de la delincuencia común; todo lo que ha llevado en las espaldas la sociedad colombiana y ha marcad generaciones enteras. Por eso, precisamente, una de sus fuentes orales, Héctor Rapalino, dice lo siguiente:

“No deberíamos responsabilizar a nadie, pues todos somos culpables de algo. No podemos armarnos con fusiles, deberíamos armarnos con nuestras voces, nuestros tambores, nuestros bailes. Así es como hacemos un nuevo país” (p.34/)

Davis nos menciona desde el principio una de sus fuentes; a William Vargas, un botánico formado en la Universidad de Caldas, “que ya está en los anales de la ciencia en Colombia”; por su tesis de grado que fue un extenso y profundo estudio sobre la flora del Quindío (p.54). Desde niño, lo llamaron “el sabio Caldas”, personaje que lo iluminaria desde siempre. Al respecto, valga la oportunidad para destacar en este breve ensayo, que la única biografía novelada que existe sobre Francisco José de Caldas (que Davis no menciona, sin embargo de una buena bibliografía sobre Caldas), se la debemos al escritor quindiano Doctor Samuel Jaramillo, economista y urbanista de profesión, graduado en la Universidad de los Andes y postgraduado en Londres y en Paris, y que ha producido numerosos ensayos en estas áreas, cuatro libros de bella poesía y su más reciente novela titulada Dime si en la Cordillera Sopla el Viento; en la cual nos pasea por Bogotá, Tolima y Quindío; y sin ser una novela sobre Carlos Ledher Rivas, si nos lo presenta velado y de frente, ya que Jaramillo fue de su generación en el bachillerato y compartió con el hasta el basquetbol, conociéndole sus inicios en la Posada Alemana en las afueras de Armenia y en el Valle de Pisamal en La Tebaida; después el destino los separaría, convirtiendo al uno narco con grilletes y al otro un gran intelectual laureado.

De mi parte, regresando a Caldas, deseo contar que leí sus Obras Completas, que no son muy extensas, hace cincuenta años; porque las encontré en un basurero en La Tebaida, gracias a que un oscuro Secretario del Instebaida, las había botado, a la par que otras joyas, ”por viejas e inservibles”. De esos desechos también rescate el Diario de Santander en Europa y 9 tomos de Los Sueños de Luciano Pulgar, del Presidente y escritor Don Marco Fidel Suarez, entre los cuales halle una bella y curiosa referencia a la Hoya del Quindío, en los viajes de montaña, que el gramático realizo.

Siempre he pensado que a la mula le deberíamos hacer muchos homenajes científicos y artísticos, a más de los existentes en bambucos, murales y pinturas; entre otros los firmados por el maestro cuyabro Henry Villada. Al respecto, aquí se destaca otra de las fuentes invaluables de Davis, las conversaciones con German Ferro, quien hizo su tesis doctoral sobre este humilde, valiente e histórico animal (“A lomo de mula”, 1994). Ferro, sobre la naturaleza y la paz tiene hermosísimos apuntes como el siguiente:

“Limpiar el rio – me contesto – seria limpiar el alma de la nación. Si realmente nos queremos reconciliar, tenemos que hacer las paces con el pasado, con la violencia, con la muerte, con una época en que nuestros ríos corrieron rojos de sangre.” (p.145)

Davis, en el capítulo titulado Los Muertos anónimos, justamente refiriéndose a la Dorada (Caldas), y al Magdalena Medio, donde se libró la gran guerra entre paramilitares, narcotraficantes, guerrilleros y las fuerzas del Estado colombiano, dice que el Rio Magdalena se convirtió en ”el cementerio de la nación”; y en otra parte dice: “el Magdalena es el ataúd más grande que tiene Colombia” (p.280), pero a continuación precisa:

“El rio es símbolo del país, precisamente porque contiene multitudes, incluyendo todo aquello que es transgresor y trágico de la experiencia humana” (p.273).

Sobre la coca nos hace un recorrido científico, social y político, desde los escritos del padre Jesuita Antonio Julián, hasta llegar a su mentor, el profesor Richard Evans Shultes, pasando abundantemente por los estragos de la guerra de la coca en toda la geografía de Colombia, especialmente en Madelin, Cali, Bogotá y el Magdalena Medio. Davis apunta:

“Pero la coca no es cocaína, así como la papa no es vodka. A comienzos de los setenta, el Museo Británico de Harvard, bajo el liderazgo del profesor Shultes, logro asegurar el apoyo del Departamento de Agricultura de los Estado Unidos para llevar a cabo la primera investigación moderna y completa de la botánica, la etnobotánica y el valor nutritivo de todas las especies y variedades del cultivo de la coca”. (p.58).

Y Davis agrega: “Si se comerciara como te, o como suplemento nutritivo, la coca pudiera volverse el mejor regalo de Colombia para el mundo, atenuando el éxito comercial de su café. No es que el café tenga algo de malo, claro está, pero es que su origen está en la lejana Abisinia. La coca, en cambio, nació en Colombia”. (p.62).

A Shultes también le debemos el estudio del ADN del yagé y dos obras cumbres como lo son Las Plantas de los Dioses y El Bejuco del Alma, que conocemos en español y Davis cita en inglés; pero, además, valga recordar, que en él se inspiraron para la película El Abrazo de la Serpiente.

Sé que, para muchos, el siguiente párrafo causara urticaria, pero en la voz de un científico extranjero, que procura la objetividad en su trabajo y la neutralidad política, valga la pena traerlo a colación, para la mejor discusión:

“Puede que, con el tiempo, todo esto se olvide. Si la nación logra sanar, como parece estar haciéndolo, las percepciones cambiaran. Cualquier resentimiento o amargura que aun exista entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos puede que se disipe, a medida que sus nombres entren en la historia, quizás para ser recordados como los lideres que, juntos, hicieron posible el final de la guerra” (p.249). El un negocio con os paramilitares y el otro con la guerrilla.

Refiriéndose a Puerto Berrío, uno de los poblados sobre el río Magdalena, más azotados por las violencias de diverso género, se pregunta nuestro gran explorador:

“? ¿Qué sería de la ciudad de Nueva York si asesinaran trescientas personas al día, año tras año, y el número de muertos aumentara a mil a diario en octubre? ? Como reaccionarían los sobrevivientes, los inocentes?  ¿Qué haría un pueblo para enfrentar la agonía y el estrés, la incertidumbre, el colapso del orden moral y de la ley ética que implicarían tales niveles de homicidio?” (p.277).

Con respecto a los innumerables muertos anónimos que arrojaban al Magdalena y que algunos rescataban para “adoptarlos” en el cementerio de los poblados vecinos, nuestro escritor dice:

“En un país como Colombia, donde la familia es una responsabilidad sagrada, este es un acto de generosidad tan sublime y abnegado que nunca quedara sin recompensa, y atrae, como realmente sucede, la atención de los ángeles”.(p.284).

Siempre he tenido aversión por esa actitud morbosa de leer libros, revistas y ver películas de guerra y violencia hasta la saciedad, en las salas de cine, y en las pantallas de nuestros hogares. Por eso nunca leo libros de esos bet seller sobre narcotráfico, guerrillas, paramilitares, politiquería y corrupción que abundan en las calles del centro bibliográfico de Bogotá.  Pero este texto tiene de todo con una concepción de la vida mucho más bella y esperanzadora, por eso me hundí en él, en los mejores términos, de la mano del científico y del sociólogo.  Y el mismo apunta:

“Algunos desestiman lo ocurrido en Puerto Berrio como nada más que una señal de la bien conocida fascinación de Colombia por lo fantasmagórico, una obscura obsesión por lo macabro, comprensible después de tantos años de violencia y de guerra.” (p.290)

Davis tiene un vasto conocimiento antiguo y contemporáneo sobre todos los pueblos indígenas de Colombia, especialmente sobre los que han poblado las distintas regiones, subregiones, montañas, valles, desiertos, cuencas y microcuencas al rededor del rio Magdalena. Acerca de los Zenues expresa:

“Para los zenues la tierra era el tapiz de la imaginación. Los dibujos tejidos en sus textiles y redes de pesca, o grabados en sus cerámicas, repiten los diseños inscritos en el paisaje por medio de la red de zanjas y canales de irrigación. El arte alineaba la naturaleza, política y la religión.” (p.316).

Este antropólogo hace una descripción de los Pijaos y sus territorios, de su fisonomía, de su carácter, de su valentía como guerreros y de sus poblados como antiguos habitantes del Tolima y la Hoya del Quindío; recordándolos como” El único pueblo que no se desvaneció silenciosamente en los pliegues de la historia” (p.104), y agregando, en medio de una extensa consideración:

“Con la fuerza y agilidad de caimanes, veían el río Magdalena como aliado, y desafiaban ágilmente sus corrientes atravesándolo a nado de un lado a otro, a veces con un prisionero en cada mano” (p.104).

No podíamos pasar por desapercibida su opinión acerca de nuestros aborígenes Quimbaya; los que aun adornan con su Tesoro Quimbaya otras latitudes, por encima del esfuerzo por repatriarlos, en una justa legal, encabezada por la Academia de Historia del Quindío, bajo la honrosa presidencia del escritor Jaime Lopera, y quien ha estudiado profundamente el tema y organizado, como historiador, toda la cronología y los avatares de dicho tesoro. Apunta Davis:

“La caída de la civilización quimbaya en el siglo diez, destino que compartieron con los zenues menos de diez años después, solo es hoy un punto de inflexión en la larga marcha de la historia, un simple recordatorio de las grandes culturas e imperios que surgieron y se derrumbaron a lo largo de dos mil años antes de la llegada de Colon a América. No hay civilización que perdure para siempre. Aunque pocos anticipen su desaparición. Todo reino nace para morir.” (p.319)

Siguiendo las investigaciones y las loas sobre los nativos colombianos, que le deben tanto a nuestros ríos y montañas, el antropólogo y botánico que me inspira este escrito, trae el siguiente magnifico apunte sobre los arahuacos; a más de extensas páginas sobre este pueblo y la geografía milenaria y monumental, que es su hogar desde siempre:

“Hace cuarenta años, cuando fui a visitar por primera vez a los arahuacos, los padres de uno de mis amigos de la universidad en Bogotá me preguntaron porque querría ir a pasar tiempo con “la gente sucia”. Desde entonces. No han pasado ni dos generaciones, y cinco presidentes colombianos han viajado a la Sierra Nevada la víspera de su posesión, para recibir la bendición de los mamos, quienes se han convertido en símbolos de continuidad y patrimonio en un país acechado por la incertidumbre y sacudido por la violencia desde hace mucho tiempo.” (p.321-322).

Mas allá de la investigación botánica y animal, el estudio antropológico de nuestros antepasados y contemporáneos y la sociología de guerras y conflictos, el investigador canadiense nos regala dos hermosos capítulos, con una pluma gacrciamarquiana, que muchos cientistas naturales y sociales desearían poseer: “El rio de la cumbia” (p.313-334) y “La tierra de los mil ritmos” (p.334-363).

Nos pasea por los chimilas y los pocabuyes y sus flautas y cañas de millo. Los zambos y los bogas y su contribución al nacimiento de la cumbia. José Barros, Lucho Bermúdez, Rafael Escalona, la tambora. Carlos Vives y su trabajo musical de rescate “Los Clásicos de la Provincia”; las fiestas dentro de los barcos a vapor que transitaban las aguas del Magdalena, el jazz en Mompox y La Dorada. el Carnaval de Barranquilla. Los trabajos del etnomusicólogo Martin España, sobre la tambora, el vallenato, la cumbia y el Maestro Villafañe, Y después de los ritmos el Chande, el Chande Pasiao, el Chande Jalao y el Chande Brincao, nos arroja al rio con la inolvidable “Piragua de Guillermo Cubillos”, para referirse a un empresario boyacense y al bravo que lo cuidaba,” el terrible Pedro Albundia”.

Acerca del nacimiento de la cumbia, nos dice este Doctor en Etnobotánica; pero musicólogo de pasión:

“Fortalecidos por su libertad y bendecidos por sus dioses, los zambos no solo prosperaron como bogas, sino que triunfaron como hombres libres que, al superar semejantes desafíos físicos, hicieron del rio su musa, ofreciéndole ritmos, melodías y más tarde canciones que, con el tiempo se volverían la banda sonora de una nueva tierra. Esa fue, en parte, la génesis de la cumbia, el latido del corazón de Colombia y su maravilloso regalo al mundo.”. (p.330).

Y, más adelante agrega, con mucha poesía, como lo hace a través de todo el texto; después de consultar con especialistas, moradores, cantores y bailadores, que:

“La cumbia es un ritmo, una cadencia, una danza, una coreografía de seducción que enciende el espíritu y sacude el alma, infundiendo en el cuerpo una sensualidad tan inocente y pura como la de una plegaria. En el baile, los movimientos del hombre evocan los deseos de cimarrón solitario; un ser apasionado, poderoso, ansioso. La mujer responde con la tímida resistencia de una mujer doncella, girando en torbellinos de indiferencia, a la luz de la vela que lleva en sus manos. La música va escalando a medida que avanza la noche; una alquimia espiritual y sensual que expande su autoridad y su poder con cada presentación, haciendo suyo el más merecido título de progenitora de todas las formas musicales de esta nación alimentad por el ritmo, inspirada en la música desde su nacimiento.” (p.330)

Al escuchar al músico Carlos Vives y dialogar plácidamente con él, le surgen apuntes valorativos como el siguiente:

“…la música es una herramienta universal, con un alma y un espíritu capaz de llegarle a toda persona, con la más pura y verdadera herramienta del amor”. Y, según Vives, “no es el artista el que canta la canción, sino el espíritu de la canción el que se manifiesta a través del artista. El escenario es un templo; la música, un rezo” (p.332). Con estas palabras tan sublimes, después de apreciar el porro y muchos vallenatos; no puede más nuestra imaginación y nuestra sensibilidad, que rememorar tenidas de escucha de música clásica, jazz, tango, bolero y salsa; y darle la razón a Hegel cuando habla de la realización del espíritu absoluto en la música y en la poesía; a Cioran cuando tardíamente se deleitaba con el tango, e incluso le pedía más melancolía al bandoneón; a Wittgenstein cuando más allá de sus consideraciones sobre el lenguaje, aterrizaba en la magia de la música clásica. Y de parte nuestra, transmitir ese regocijo que sentimos con Bach, Piazzola o Goyeneche.

 Y, remata el investigador Martin España:” Dicen que Colombia es la tierra de los mil ritmos, pero, de hecho, los etnomusicólogos han identificado mil veinticinco.” (p.338). Y agrega: “Oír tambora, es como oír hablar la tierra. Es escuchar el rio” (p.339).

Se refiere in extenso a la figura, al pensamiento, a los viajes y a la obra de Simón Bolívar; tanto, que uno de sus capítulos finales es denominado “El General en su Laberinto” (p.392-421). Le reconoce su amor por la música y su destreza, no solamente militar, sino para bailar. Davis califica a Bolívar, como "un verdadero amante de la naturaleza”; y al respecto, recodemos que este fue educado en Rousseau, por el mentor Simón Rodríguez, pedagogo, naturalista y amante de la Ilustración.

Describe y analiza las diferentes tendencias políticas de Bolívar, como guerrero amante de la libertad y como gobernante tentado a la autocracia napoleónica; justo, desde que estando joven asistió a la coronación de Napoleón. Por esa vía, recuerda las diferencias personales y de concepción de gobierno, con el General Francisco de Paula Santander.

Y agregaría, “que cualquiera que fuera el resultado de la guerra, Bolívar siempre encontraba paz en la naturaleza. Su alma, escribió, siempre estuvo deslumbrada por la naturaleza primitiva” (p.417).

Davis en sus capítulos finales se apoya dignamente en dos novelas de nuestro Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, que, a propósito, tengamos en  cuenta, en este 2022 se cumplen cuarenta años del otorgamiento de máximo galardón; obras que son narradas con base a las vivencias de Bolívar y el mismo Gabo, por el rio Magdalena: El General en su Laberinto y El Amor en los Tiempos del Colera; esta última, que a la sazón, considero la mejor novela recreada sobre nuestro rio de la patria, y que tiene vigencia ahora con el fenómeno del coronavirus; y que además, dio origen a la tremenda película, en cuya banda sonora, la barranqillera Shakira, canta el mejor bolero colombiano, de acuerdo a mi gusto muy personal: ”Hay Amores”, en cuyos versos esta la ternura y la magia  del Magdalena, como la de los amores añejos. Y Gabo, en sus Memorias, tiernamente escribió: “Por lo único que quisiera volver a ser niño es para viajar otra vez en un buque por el rio Magdalena”.

Sobre Bolívar y el rio Magdalena, es preciso apuntar aquí, que es de la pluma de un escritor vallecaucano, de donde surge la mejor novela a mi modesto juicio. Se trata de “La Ceniza del Libertador” (1987). Pues el maravilloso escrito corto del poeta y novelista bogotano, Álvaro Mutis, no se ocupa de esta travesía. Apropósito de Mutis, es bueno saber que a él y a su personaje Magroll, tambien le debemos mucho acerca de la Cordillera Central, el Valle de Cocora y el rio Coello, tanto en distintos poemas como en las novelas Amirbar y un Bel Morir. Allí están la neblina, los aguaceros, la palma de cera, los cafetales, los platanales, el oro, las mujeres y la violencia; antes que el Coello tribute sus aguas al Magdalena, por las laderas del Tolima.

Al deleitarme con este maravilloso estudio sobre la naturaleza, la historia y la sociedad colombiana, trabajado a propósito de la columna vertebral de la nación, como lo es el Rio de la Magdalena, siempre converse con mi compañero Joaquín acerca de la necesidad de un texto igual sobre el Rio Cauca, ya que él es oriundo de las tierras caleñas, que gozan de las ventajas paisajísticas y económicas de la Gran Cuenca del Océano Pacifico y de la Cuenca del Rio Cauca. (Y mi persona, de la microcuenca del rio La Vieja). Rio celebrado por otros estudiosos, novelistas y cantores como el Grupo Niche. Pero mientras accedo a una buena obra de esta magnitud, permítanme contar mi apreciación sobre el poemario del mejor bardo colombiano, el nórdico antioqueño León De Greiff, titulado Variaciones alrededor de Nada, y que releí con pasión durante la misteriosa y terrorífica cuarentena en mi aparta estudio de Galerías en Bogotá. Es el gran libro de poemas sobre el rio Cauca, pero básicamente lo celebra entre el trayecto de La Pintada y Bolombolo, poetizando sobre sus caudalosas y fieras aguas, describiendo sus amaneceres y atardeceres, sus mujeres rivereñas a las que le dedica varias piezas liricas. Hay poemas para los pescadores, los barequeros y los bohemios con sus respectivas cantinas y cantares al bordo de un rio que el eternizó en esta obra escrita con la maestría de un poeta culterano, basado estilísticamente en las formas de la mejor música clásica, ya que el, como su hermano, el musicólogo Otto de Greiff, era un melómano consumado, Aparentemente son descripciones y variaciones alrededor de nada, versos y largos poemas en torno a la majestuosidad del rio y de la vida; vistos y sentidos por un bardo, que mientras trabajaba en labores de ingeniaría de minas, ya que en eso se graduó en Medellín, acogía lo mejor de la poesía y de la música universales para acariciar el rio, con su lira llena de modismos, culteranismos y neologismos, como naturalezas vivas emergentes de este demiurgo que es e hombre de la pipa, la boina y su rio Cauca.

Sin embargo, para solaz nuestro, vaya paradoja, la fotografía del diseño de la portada del libro Magdalena, que se le debe al antioqueño Camilo Echavarría, es la imagen del rio Cauca, como mayor afluente del rio Magdalena y como compañero natural e histórico de la construcción de nuestra bella y atormentada república. En la foto se ve el Cañón del Pipinta  ( nombre que tenía el Cacique indígena de la región), cerca al municipio de la Pintada en Antioquia y al fondo se ve nuestro “león dormido”, el Nevado del Ruiz, conocido en la antigüedad aborigen como el Kummanday (p.448).

Para finalizar, Wad Davis, nos trae las anécdotas históricas referentes al destino de la bíblica María Magdalena; a quien el rio le debe el nombre por el bautizo católico de los españoles de la Conquista, pues ella le brindo agua a Jesús en la hora final; que, de ser considerada antiguamente como prostituta, hoy día está en proceso de canonización en el Vaticano. Pero mientras estos trámites se surten, Juaco y yo, nos permitimos escuchar al cantautor español Joaquín Sabina en el homenaje a esa bella mujer, que califico de “la más puta de todas las señoras y la más señora de todas las putas”. Paradójica y parabólicamente, tal vez este también haya sido el destino del bello y escabroso río Magdalena.

 

El Quindiano le recomienda