Aldemar Giraldo Hoyos
Para aquellos que creen que la educación lo puede todo, les tengo una pregunta: ¿Qué clase de educación debe impartirse a los jóvenes de hoy para enfrentar el mañana, caracterizado por cambios bruscos y vertiginosos?
De otro lado, ¿seguirá siendo suficiente y necesaria la información que “entregan” los maestros en las aulas de clase, cargada de pasado, envejecida y, en la mayoría de los casos, inferior a la que acumulan nuestros cibernautas?
Ante un mundo con transformaciones nunca vividas e incertidumbres radicales, ¿son válidos los enfoques de planeación educativa a los cuales nos tienen acostumbrados los técnicos, llámese Planeación Estratégica, Planeación Estratégica Situacional (PES), Planeación Prospectiva, Planeación Normativa, Planeación Administrativa, Planeación Tecnometodológica, Planeación Macrosocial, ¿Planeación Analítico-Crítica? ¿Tiene sentido, planear la educación a largo plazo, ante incertidumbres que se acercan a la ficción? ¿Será válida la planeación educativa de hoy, orientada a la racionalidad instrumental y en búsqueda de competencias y habilidades que serán obsoletas rápidamente?
Nuestros docentes, en su mayoría adultos cincuentones, reacios al cambio por naturaleza, ¿serán capaces de preparar a los jóvenes de hoy para dar sentido a la información que acumulan, señalar la diferencia entre lo que es y no es importante y, por encima de todo, de cambiar muchos bits de información en una imagen general del mundo?” (Harari, 2018:287).
¿Qué van a hacer esas instituciones educativas (mercantilistas, consumistas, comerciales, con ánimo desmedido de lucro) que se centran en proporcionar a los alumnos un conjunto de habilidades predeterminadas, como pensamiento crítico, colaboración y liderazgo, agilidad y adaptabilidad, iniciativa y emprendedurismo, comunicación efectiva, análisis y selección de la información, involucramiento en las TIC, autoevaluación, integridad, etc.? ¿Para qué y para cuándo? El principal objetivo es vender imagen y aumentar la demanda; olvidan el producto final y hacen caso omiso de las habilidades de uso general para la vida; son incapaces de preparar a nuestros estudiantes para enfrentar las revoluciones que se avizoran, además, olvidan que tanto los adolescentes, como los adultos tenemos la capacidad de aprender de manera constante y de reinventarnos.
Ya llegó el momento de tener una escuela que promueva el conocimiento de nosotros mismos (¿qué somos, ¿qué queremos de la vida?), de nuestro sistema operativo, para evitar que los algoritmos nos controlen y manipulen y la autoridad pase a ellos.
En la Educación Superior urge la revisión de Planes de Estudio, Perfiles Profesionales y Ocupacionales de muchos programas académicos; hay profesiones que ya cumplieron su cometido, otras, que no responden al contexto y a la realidad del país o del mundo; de otra parte, al diseñar o “inventar” nuevos programas, estos no responderán a deseos o caprichos de los administradores de turno, por el contrario, tendrán que ver con las necesidades y cambios del hoy, como también, con ese futuro que se aproxima a pasos agigantados, una época limítrofe, un corte en la historia, un paso de cierto “régimen de poder” a otro proyecto político, sociocultural y económico.
En resumidas cuentas, necesitamos una escuela parada en el hoy y con las antenas en un futuro que llega vertiginoso y se parece muy poco al pasado. Como decía mi abuela: “Consideramos la incertidumbre como el peor de todos los males hasta que la realidad nos demuestra lo contrario.”