Por: James Padilla Motoa
Creo que una de las principales y primeras enseñanzas de los mayores hace un buen tiempo era que uno no debía caer en los juegos de azar, en las apuestas y cosas parecidas. No sé si ellos sabían con toda la claridad sobre los efectos nocivos de una adicción al juego o si simplemente intuían que era un abismo por el que fácilmente se puede deslizar cualquiera.
Sucede que en el breve lapso de nuestra vida las cosas han cambiado de una manera brutal: de los garitos, casi clandestinos, envueltos en una atmósfera misteriosa de humo y alcohol, pasamos a la proliferación de casinos y casas de juego en todas las ciudades, con licencias que se otorgan sin mayores problemas por parte de las autoridades.
Un día cualquiera me tocó ir hasta un sitio de estos, citado por un gerente que quería hablar conmigo de música y de tangos, específicamente. La visita, muy fugaz por cierto, me dejó apabullado porque no eran más de las 2:00 p.m. y en el local no cabía más gente… y eso en un día laboral. Es el "basuco electrónico", me dijeron algunos que querían disipar mi asombro.
Una droga tan peligrosa que ha acabado con muchas vidas, arruinado prestigios y nombres y disuelto hogares porque parar es poco menos que imposible.
Pues bien, pensé que nunca vería la oficialización o legalización de los juegos de azar y muchísimo menos que llegaran a colmar las pautas publicitarias de casi todos los medios con la invitación para que la gente llegue y se sumerja en las aguas insondables de las apuestas, en el campo más sagrado como es el del deporte.
Hace unos años bloquearon a un patrocinador del fútbol porque era una empresa de cervezas y eso constituía un atentado para la población infantil, adolescente y joven que sigue las incidencias del fútbol como espectáculo en un medio de tanto alcance como la televisión.
O sea que es más peligroso que alguien se tome una o varias cervezas, que caer en las garras de la ludopatía que saben arrastrar hasta la ruina total.
No lo entiendo…