Samaria Márquez Jaramillo

Los candidatos en trance de ser elegidos como gobernantes, de una manera subrepticia y subliminal, hacen creer que lo suyo es como el arte, que no puede tener como finalidad la utilidad personal, pero si uno analiza el costo de las campañas políticas le es inevitable preguntarse: ¿Son unos filántropos que gastan sus patrimonios haciéndose elegir para ,como gobernantes, poder ampliamente colaborarle  a la humanidad circundante,  en el desarrollo social de sus regiones, ¡con el dinero público!, por supuesto?

La lógica analítica hace dudar. Desde el principio de todos los inicios el ser humano ha ido tras su propio mejoramiento. Decía el filósofo y teólogo italiano Romano Guardini que la política no tiene utilidad ni fin, pero que siempre debe tener  sentido.

 Ese denominado sentido no se refiere a los órganos de los sentidos, ni a tener sentimientos, ni es algo doloroso, nombra al  entendimiento o la razón, ya que en ciertas ocasiones se requiere expresar el alcance de ser de algo, como sucede cuando  arrepentidos decimos “votar por fulano no tuvo ningún sentido para nosotros los estrato 3”, significa que fue equivocada la decisión que se tomó.

No es fácil encontrarle un gran significado a la fábula inacabada de los discursos políticos. No contaré  acá  el argumento en sus detalles (el lector ya lo conoce) ni entraré en la puesta en escena de las argucias y artimañas. Sólo diré que por todas partes hay acróbatas colgados de cuerdas subiendo, en un tinglado móvil y acomodaticio y, por supuesto, no pocos de ellos son expertos  en organizar crisis y después  vender la solución para salir de ellas.

 Los días pre comicios tendrán múltiples significantes sin significados y se estará, de igual forma,  frente a muchos significados manoseados y adaptados a cada circunstancia como lo hacía  Kurt Tucholsky, un curioso personaje que fue alemán, escritor, periodista, comunista, judío, ateo, masón y suicida, en la época crucial de las dos guerras mundiales y que sus libros fueron quemados por ser pacifistas.

Por lo visto, las inversiones en las candidaturas políticas siguen siendo un buen negocio en esta época  no sólo chinificada sino también  yankizada donde lo auténtico, como era la palabra de honor de los abuelos, dejó de existir.