Por: Javier Alfonso Beltrán Henao
La República con instituciones y leyes violentadas. Un barco al mando de un inepto capitán, y con una tripulación perdida en la niebla de la corrupción.
Una patria aniquilada, saqueada hasta no más, reina el desfalco, la trampa; no hay tranquilidad para nadie, el miedo y el terror se esparce.
El país está en manos de personas que bien las describe la Biblia, “hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella (“a estos evita”, continúa diciendo).
Un estado donde los que deben orientarlo desconocen permanentemente las decisiones judiciales, se modifica la constitución y las leyes al acomodo de los negocios y las prebendas. Un estado fallido, claro que fallido, porque así lo han concebido quienes dicen guiarlo.
La nación sumergida en el fondo oscuro de la desesperanza, pero que tiene esperanza, aunque la esperanza puesta en nadie, ni siquiera en sí misma.
Si no se es capaz de volver a la República de la institucionalidad y la ley, el País soberano, la Patria digna y respetada, el Estado sólido y estable, y la Nación libre y tranquila; entonces no se es capaz de ejercer ciudadanía alguna y será errante cada quien en su nada.
El instrumento está, si es negociado con precio, el tirano no caerá. Votar es el reinicio de la esperanza perdida, pero votar sin dadiva recibida.