Por James Padilla Mottoa
Como amante del fútbol y como crítico, siempre me gustó la manera de jugar de Rafael Santos Borré, aquel rubio costeño que Fernando Castro hizo protagonista de primer orden en el Deportivo Cali campeón. Era entonces un media punta o un hombre que llegaba por detrás del 9. Tenía manejo y sabía encontrar los espacios para aparecer en el área con mucha eficacia. Era fácil pensar que pronto se iría del fútbol colombiano. Y así pasó: vinieron los del Atlético de Madrid y se lo llevaron, pensando tal vez, que con él iban a reeditar rápidamente las recientes hazañas de Radamel Falcao García.
Lógicamente no fue de esa manera porque "La Máquina" es otro tipo de jugador. Él necesita llegar con panorama, dominar el espacio y rematar; además, no le dieron tiempo para adaptarse al fútbol ibérico. Lo prestaron al Villarreal, que es como una estación de paso para los jugadores suramericanos. No le creyeron allí, tampoco. Entonces quedaba fracasado el primer desembarco de la conquista europea para quien se había marchado con un boleto de éxito en el balompié colombiano.
Para la gran mayoría de jugadores un regreso rápido de Europa constituye un fracaso insuperable en sus carreras deportivas.
En este caso Rafael tuvo la fortuna de caer al River Plate argentino, uno de los mejores equipos sudamericanos. Pero de entrada las cosas tampoco fueron fáciles porque no hacía goles y la gente comenzó con el famoso murmullo del Monumental y los directivos se acercaron al técnico Gallardo para pedirle explicaciones sobre el momento del cafetero.
Y Gallardo se plantó y se la jugó íntegra por el barranquillero. Será goleador en River, les dijo con seguridad y desparpajo. En el campeonato siguiente Borré comenzó a golear y el murmullo de días anteriores se fue transformando en una salva de aplausos que se escurría por todas las tribunas, desde arriba, como una corriente imparable.
Goles, asistencias, momentos gloriosos en las definiciones más importantes del equipo de la banda para darle toda la razón a Marcelo Gallardo, el técnico que puso todas sus monedas en la apuesta por el jugador colombiano.
Superó todas las expectativas y quedó listo para el intento de otro desembarco en Europa. Gallardo lo quería como a su hijo, pero sabía que no podía retenerlo. Entonces lo acompañó hasta el avión, lo abrazó y le deseó toda la suerte del mundo. Recaló en un país difícil, en una cultura fuerte y tan distinta a la nuestra como lo es la alemana. El equipo que lo compró fue el Eintrach Frankfort, media tabla y distante de protagonismo internacional por espacio de 41 años.
Otra lucha, otro riesgo; idioma difícil como barrera para el triunfo. Pero este es el ejemplo de la tenacidad y la confianza en su destino porque porfió y se ganó a sus críticos del principio hasta llegar a la cúspide de la gloria, de su propia gloria, construida con sudor y lágrimas en los pastos del viejo continente. El escalón que acaba de pisar, no el último, es la afamada Uefa Europa League. Actor de primer papel en el reparto de la final, el juego soñado, el sueño del gol, pero con el agregado de otro gol y el grito que retumbó desde Sevilla hasta Frankfort, pasando por los pueblos de su patria colombiana, cuya bandera hermosa se anudó a la cintura para no perderla y para que todo el mundo la viera en los momentos intensos de la celebración.
Otra clase de soldados, de verdaderos héroes de la paz ante los cuales nos tenemos que unir todos los nacidos en esta tierra. Así son los hombres como Rafael Santos Borré.