Por: Álvaro Mejía Mejía
Resulta inconcebible que un candidato a la presidencia de Colombia en Barranquilla, ante miles de personas, haya afirmado que el martes 24 de mayo “tienen pensado suspender las elecciones, tienen pensado suspender los órganos que dirigen el régimen electoral en Colombia”. Señaló que eso sería un golpe de Estado al proceso electoral y a la democracia. Y agregó: “Convoco en esta plaza pública, en esta calle de multitudes llena, a todas las campañas políticas actualmente en competencia, a la campaña de Sergio Fajardo (centro), a la campaña de Rodolfo Hernández (populista), a la campaña del Pacto Histórico, a ponerse en alerta. Los convoco a reunirse el lunes”.
Este es el modus operandi de este candidato. Nos hace recordar los supuestos atentados y golpes de Estado que anunciaban Chávez y Maduro en Venezuela, para atacar a la oposición y al gobierno de los Estados Unidos.
Hacer un anuncio de esa naturaleza, en un ambiente polarizado como el actual, es un acto de irresponsabilidad, o como dijo uno de sus competidores, “echarle gasolina al fuego”.
Petro es y ha sido un pirómano profesional. Esa actividad la aprendió en la guerrilla, donde todos los días son para pensar cómo se atenta contra las instituciones, el sistema democrático y las personas. La corroboró, para que no se diga que es un asunto del pasado, en el paro nacional del año anterior. Él fue el portaestandarte de la violencia que se vivió en las calles y el padre de la llamada “primera línea”. Cómo no recordar los abrazos que se dio con los líderes de los bloqueos, que pusieron en jaque a la economía nacional y causaron la ruina de millares de empresarios. Cómo olvidar la logística que le suministró a los promotores de la violencia y el terrorismo en esas horas aciagas.
Pero él sabe actuar en la sombra, de manera soterrada, subrepticia. De esa forma recibió las famosas bolsas de dinero para una de sus campañas. Así planeaba con sus camaradas guerrilleros los atentados terroristas, los secuestros, las extorsiones, el reclutamiento de menores, cuando hizo parte del M-19.
También sabe camuflar sus actos. No tuvo reato alguno en visitar al Papa ni en arrodillarse en una iglesia, a pesar de ser un ateo redomado. Tampoco lo tiene, para calificar a sus opositores de amigos de la violencia, cuando el único que ha portado un arma y la ha apuntado contra las instituciones ha sido él.
Se atreve a decir que Colombia es igual a Venezuela y Nicaragua. Que aquí no hay democracia, cuando se le han dado todas las garantías para llegar a los cargos de poder, a pesar de su prontuario. Cualquier sanción que se le impone, extrañamente, termina cayéndose. Goza de las mieles de esta democracia, pero despotrica de ella, para presentarse como un profeta, el salvador o la fórmula taumatúrgica que llevará al país una prosperidad que solo existe en su mente narcisista, porque en la alcaldía de Bogotá demostró ser un incompetente y un pésimo administrador.
Afirma que va a defender la constitución de 1991, pero anuncia que el primer acto de gobierno será citar a una asamblea nacional constituyente para tumbarla. Se sueña con esa constitución pequeñita que portaba y mostraba Chávez en sus manifestaciones públicas, la cual solo tenía un artículo, “el Estado soy yo”, como en las épocas de Luis XIV de Francia.