Carlos Alberto Agudelo Arcila
Carlos:
Nadie ha de saber si la pregunta está formulada. Muchos años después se darán cuenta sólo de su eco que llega con un interrogante inconmensurable ¿Se es digno del amanecer?
Umberto:
Observen cómo se besan aquellas dos sombras, miren la tercera sombra cuando observa el acto, presten atención a la cuarta sombra al arruinar el espectáculo. Miren, cae sangre sobre las sombras, el rojo se expande por ellas, desaparecen, se levanta sobre la única sombra el cadáver del enamorado.
Mario Alberto:
Es media noche, una melodía se escucha lejana. El perro de mi casa se despereza mientras yo sueño que es media noche, que duermo, que escucho una melodía lejana, que tengo una casa, que en la casa hay un perro, que el perro se despereza. Son las tres de la tarde y como si me levantase con resaca me duelo de que en verdad es media noche, que una melodía lejana escucho, que el perro de mi casa se despereza mientras yo sueño que duermo y que estoy escribiendo como si estuviera escribiendo y me quedan todas las dudas de si aquella abertura es de la puerta de mi casa o la oportunidad para salir de esta encrucijada.
Carlos:
Mueren las palabras mueren de hombres de hombres que nutren sus instintos con palabras falsas vacías turbias de palabras simuladas de hombres cultos mueren las palabras. Cretinos fosforescentes a decir de Borges estos que mueren las palabras. Mueren más las palabras que los hombres mismos. Y saber que todos los días con las palabras resplandece la imaginación. Se crean mundos y hasta algún dios que se les sonsaca a las entrañas del viento un dios que se solapa más allá del zarzo del firmamento del zumo de naranjas. Mueren las palabras más que el día hasta que un domingo puede sufrir la trombosis de ser un martes cualquiera. Mueren las palabras porque se les abandona su espíritu de ser cebolla luz fantasma sangre y hueso de la palabra misma.
Margarita:
La noche triste es un perro sarnoso, una manzana podrida. La noche triste es cuando nuestra sangre se contamina de soledad, desaguándose por el mundo de los ojos el alma. La noche triste es cuando el hombre se derrumba yéndose por tremedales de desesperanzas, empantanando de dolor páginas en blanco. La noche triste es la indiferencia del hermano, que nos hace creer en la verdad de algún fantasma cruel. Para que nada así suceda se requiere de un hombre en el que la noche galope sus estrellas, el perro sarnoso se desinfecte hasta resplandecer sus alegrías, la manzana gesticule su dulzura entonces el alma tiene razón de ser.
Umberto:
Dejo que todo suceda. La luciérnaga resolviéndose en el silencio oscuro de la noche, los siglos en que la conocí y el minuto de su olvido. El tufo que sufre la proeza de mi palpitar. El castillo de naipes donde irrumpen mis zapatos rotos. Dejo que todo suceda. Los zancudos en su festival de sangre. El vocerío nocturno de luces de neón ahuyentando de día al ladronzuelo, el mundo de los murciélagos entre zanjas de tinieblas, el estertor de una nonagenaria que antier se ufanaba de sus quince años.
Mario Alberto:
Yo también dejo que todo suceda. El delirio espontáneo de una tempestad que en troncos germina el grito del agua sobre el tejado. O la melodía clásica de gotas de lluvia sobre mi cuerpo calcinado de sudor. Dejo que todo suceda. El dolor que se hizo sanguijuela cuando un teniente del odio ensayó con el gato veneno recetado a un ejército de ratas. Dejo que todo suceda. Luna la perra de mi casa escribiendo con las entrañas de sus ladridos un poema en la mirada ignorante de mi corazón hasta el alba erótica que con su sigilo eterno llega para hacerme el amor sobre mis ojos desnudos de sueño.
Margarita:
Todo cambia. La piel del océano en vertebradas nubes, el pavimento de nubes en pasos despavoridos huyendo de su propio fantasma de agua. Cambia el muerto en gusanos paradójicos de vida. Todo cambia menos la muerte que un día con el muerto practicó su esencia.