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No soy rodolfista. soy antipetrista

7 junio 2022 6:29 pm
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Por: Álvaro Mejía Mejía

En política no aplica el deber ser, porque al final termina uno votando por el menos malo, lo que, además, no es una labor sencilla. Si las elecciones consistieran en escoger la mejor hoja de vida, seguramente se habría elegido a Juan Carlos Echeverry o Mauricio Cárdenas, por mencionar algunos nombres de los que estuvieron aspirando. Semejante responsabilidad, si ello fuera así, estaría en manos de cazatalentos o de una oficina encargada de reclutar personal altamente especializado.

De eso no se trata la política. En un sistema democrático, el encargado de escoger a los mandatarios es el pueblo. El sufragio universal es un derecho que tienen todos los ciudadanos. Por eso, vale lo mismo el voto de un doctor que el de una persona sin educación.

Todo comenzó con la democracia directa en Atenas, siguió con la república romana. Modernamente, en occidente, se impuso la llamada democracia representativa que tiene sus raíces en Inglaterra, Estados Unidos y Francia.

Juan Jacobo Rousseau distinguió la voluntad de todos de la voluntad general. Esta última, según sus propias palabras, es siempre recta y tiende constantemente a la utilidad pública; pero no se deriva de ello que las resoluciones del pueblo tengan siempre la misma rectitud. Planteó la siguiente reflexión: El pueblo quiere indefectiblemente su bien, pero no siempre lo comprende. Jamás se corrompe al pueblo, pero a menudo se le engaña, y es entonces cuando parece querer el mal.

En la política aparecen el poder, y detrás de este, toda clase de personajes que son capaces de sonrojar a un hotentote. Los políticos, en la mayoría de los casos, no son santos. El ejercicio de la política termina siendo un escenario de confrontaciones y de intereses.

La opinión pública es maleable y cambiante, por eso la política es un péndulo. Se mueve entre la derecha, el centro y la izquierda. Resulta risible que por los resultados de una elección se diga que determinados dirigentes desaparecieron, se acabaron o murieron. Simplemente, no era el momento de ellos, pero es menester esperar que el péndulo se siga moviendo al vaivén de los acontecimientos y las crisis.

En democracias maduras como la estadounidense, los votantes suelen apoyar en mayor medida a congresistas del partido de oposición. El presidente puede aspirar a una sola reelección. Se trata de una especie de examen popular de su gestión. Es común que este logre la reelección, pero es muy difícil que, después de esta, el partido se mantenga en el poder. El desgaste propio del gobierno impulsa la llegada del partido contrario. Este es un sistema sano de pesos y contrapesos. Esa alternancia se ve en Inglaterra y España, por citar solo dos casos.

En América Latina los partidos han perdido su espacio natural, lo que es muy grave. Al decir de José Manuel Estrada, la ausencia de partidos es el cretinismo de los pueblos.    

En Colombia se celebra el decaimiento de los partidos y se tiene como un gran triunfo la llegada de dos personajes que mueven emociones, antes que grandes ideas. Se tiene como gran cualidad declararse enemigo de los expresidentes, especialmente de Álvaro Uribe. Se critica cualquier apoyo que provenga de políticos tradicionales. Todos los mensajes van dirigidos a desprestigiar al oponente. La mentira, la calumnia y la tergiversación están a la orden del día.

En esto lleva una gran ventaja el señor Petro, quien se presenta como un apóstol de la paz, pero que les aplica todas las tácticas estalinistas y maoístas a sus competidores. Primero lo hizo con Sergio Fajardo, luego con Federico Gutiérrez y ahora con Rodolfo Hernández. Al primero, lo descalificó por las investigaciones en su contra por Hidroituango, como si el no lo hubiese estado por las basuras, la máquina tapahuecos, las motos eléctricas, la quiebra de Transmilenio, etc. A Fico lo quiso presentar como una ficha de la oficina de Envigado, por el solo hecho de que un funcionario suyo, cuando ejercicio como alcalde de Medellín, tuvo líos con la justicia por supuestos vínculos con esa organización. Como si no fuera normal que en todas las administraciones aparezcan funcionarios deshonestos, como le ocurrió al mismo Petro con uno de los 8 gerentes que nombró en el Fondo de Vigilancia y Seguridad de Bogotá, por citar solo un caso.  Ahora ha cogido a Rodolfo Hernández por su cuenta.

En una entrevista el ingeniero dijo que prefería ver a su esposa empresaria, durante su administración, en la casa y no en el Despacho Presidencial. ¡Quién dijo Troya! Petro se dedicó a decir que Hernández era un machista y misógino, que no le iba a dar oportunidades a la mujer colombiana, a pesar de que está demostrado que el exalcalde de Bucaramanga nombró a ilustres damas santandereanas en el 70% de los cargos más representativos.

En otra entrevista el viejito hizo una cita que se le atribuye a Albert Einstein, pero por error dijo Hitler. De ahí en adelante Petro lo llama fascista, nacista, terrorista. Le ha sacado cuanta grabación le hacen llegar, aprovechándose de su lenguaje coloquial y no pocas veces adocenado. Ese mismo lenguaje que el electorado bogotano, nada más y nada menos, le toleró y le tolera a Claudia López.

Petro pretende ocultar una realidad, que el santandereano es arrecho y berraco, palabras que tienen su significado peculiar en ese bello rincón de la patria. No es lo mismo que un cachaco saque un revólver o diga que le va a pegar un pepazo, eso sí es para para asustarse, pero no ocurre lo mismo con las gentes de Santander.

Ahora Petro, a través de su ficha Daniel Coronel quiere sacar piezas de un proceso judicial para juzgarlo y lincharlo públicamente, como lo ha hecho, sin lograrlo, con Uribe, durante años. Petro ha estado en muchos procesos y frente a él ha habido total impunidad. Perteneció a una guerrilla que secuestró, extorsionó, asesinó. Incluso en el caso de las bolsas que llenó de dinero se declaró la prescripción de la acción penal por el paso del tiempo, a la cual, desde luego no renunció, pudiendo hacerlo.

Pero él es el profeta de la paz, a pesar de que destila odio y persecución. No resiste que le lleven la contraria. Él es el salvador, una especie de semidios, lo que unido a su estructura socialista solo nos genera temor por el futuro de Colombia. Rodolfo no es perfecto. Es cierto que genera preocupación, pero jamás el pánico de Petro y sus acciones torticeras.

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