Armando Rodríguez Jaramillo
Hace poco escribí el artículo Debemos cuidar la democracia donde hice algunas reflexiones sobre la necesidad de resguardar la democracia y la libertad de expresión en medio de este caos político y ético que erosiona los cimientos de la sociedad y las instituciones, manifestando que «todo indica que transitamos por un laberinto con un modelo político que se desconectó de la sociedad y con una sociedad que se desenchufó del modelo político» y que deberíamos «echarle mano a una buena dosis de inteligencia colectiva para delinear la ruta que hemos de trasegar y de paso perfilar nuevos modelos de sociedad y desarrollo, además de otras formas de entender la política».
En medio de este desorden y anarquía al parecer las campañas fueron perfeccionando un manual de estrategias políticas que más se parece a un compendio de malas prácticas que incluye tácticas de aniquilamiento moral y de cómo convertirse en víctima, lo que desdice de quienes rodean a los candidatos y deja ver los oscuros ambientes en que se mueven las campañas donde el fin justifica los medios y cualquier método para destruir al adversario es válido porque, afirman, que lo que hacen no es ilegal (como si todo lo legal fuera ético). Tal vez ahí está la almendra del asunto, en querer convencer que todo lo que no es ilegal está permitido, como si no existieran criterios morales que cumplir, en espacial por aquellos que aspiran a ser presidentes de la República.
De otra parte, creo que los colombianos merecimos candidatos que participaran en debates serios y con altura donde expusieran sus propuestas para que fueran discutidas y controvertidas ante la sociedad y la institucionalidad. El debate era la única forma de saber qué harían como gobernantes. Tampoco fue una buena práctica política la manipulación de los pocos debates con demagogias y ausencias premeditadas.
De igual forma, nada justificó crear el ambiente de que los candidatos eran víctima de conspiraciones y también de amenazas contras sus vidas con el fin de desviar la atención y de paso calentar la tribuna desde esas nuevas ágoras que son las redes sociales. Actuar pensando en construir país es una cosa, pero hacerlo para azuzar las barras bravas de la política es otra
Lo paradójico es que este tipo de estrategias que hacen parte del manual de malas prácticas políticas han sido aplicadas por aquellos que dicen ser portadores del cambio, de la nueva política y de un país diferente ¿No será que hay mucho de perverso en esta parafernalia?
El trigo, la fábula de Godofredo
Al leer El trigo, fábula del escritor Godofredo Daireaux (Paris 1849 – Buenos Aires 1916), no pude dejar de asociarla con la democracia, esa de la que todos se quieren aprovechar para llegar al poder, pero que pocos quieren fortalecer para garantizar buenos gobiernos y libertad de expresión. El texto completo de la fábula lo transcribo a continuación tomándome la libertad de agregar entre paréntesis, luego de trigo o trigal, la palabra democracia:
«Asomaba el sol primaveral, y bajo sus caricias iba madurando el trigal (la democracia) inmenso. Los granos hinchados, gruesos, pesados, apretados en la espiga rellena, hacían inclinar los tallos, débiles para tanta riqueza, y el trigal (la democracia) celebraba en un murmullo suave su naciente prosperidad.
A sus pies, le contestó una vocecita llena de admiración para sus méritos, alabándolos con entusiasmo. Era la oruga que, para probarle su sinceridad, atacaba con buen apetito sus tallos.
Llegó una bandada de palomas, y exclamaron todas: « ¡Qué lindo está ese trigo! » y el trigal (la democracia) no podía menos que brindarles un opíparo festín, en pago de su excelente opinión.
Y vinieron también numerosos ratones, mal educados y brutales, pero bastante zalameros para que el trigal (la democracia) no pudiera evitar proporcionarles su parte.
Después vinieron a millares, mixtos graciosos, pero chillones y cargosos, que iban de un lado para otro, probando el grano y dando su apreciación encomiástica.
Y no faltaron gorriones y chingolos que con el pretexto de librar al trigal (a la democracia) de sus parásitos, lo iban saqueando.
Y cuando el trigo (la democracia) vio a lo lejos la espesa nube de langosta que lo venía también a felicitar, se apresuró en madurar y en esconder el grano».
Colofón
Sólo veo incertidumbres en medio de la crisis de liderazgo y de valores éticos que subsumió a los partidos y a los políticos. Soy demócrata y votaré, pero son tan limitadas las opciones que tenemos para elegir un buen presidente.
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