Por Agostino Abate
Todos, de alguna forma, pertenecemos a una familia. Como padres, o como hijos, sobrinos, hermanos, tíos, nueras, suegras, primos, abuelos, nietos.
Para que, en esa comunidad, que se llama familia, exista concordia y armonía sus integrantes necesitan adquirir actitudes positivas como lo son por ejemplo el respeto y la escucha. Escuchar realmente, en silencio, puede mejorar la comunicación en una familia y fomentar el respeto. Hacer silencio para escuchar y acoger cuanto el otro dice en su manera existencial de expresarse. Dar cabida a la palabra del otro mediante el control físico de su propia palabra y de nuestro deseo de intervenir y reconocer que el otro dice algo importante y que desde su experiencia me va a enriquecer, aunque el otro tenga tres años. Ese es el comienzo del diálogo auténtico que escucha, acoge al otro y no cantaletea.
Para alcanzar lo anterior hay que hacer el vacío en el propio interior que permite escuchar y acoger en profundidad al otro, desde su realidad.
Escuchar mirando directamente a la persona que está hablando, no mirar hacia otros lados o hacer cosas mientras le hablan.
El mismo cuerpo tiene que indicar que uno está realmente escuchando. No es necesario estar de acuerdo o en desacuerdo en ese momento. Es más importante para la persona que habla saber que sus palabras están siendo respetadas. Esto refuerza la comunicación. Porque siempre hay que aprender. También en medio de ciertas extravagancias o impertinencias juveniles porque, a menudo, bajo ese ropaje se esconde la verdad.
Respeto significa también no herir al otro.
El diccionario define la palabra herida como “causar dolor físico o causar una herida a”. Cuando un miembro de la familia lastima físicamente a otro se nota, porque se ve una marca física, una mordida o un moretón. Las heridas físicas se notan a primera vista y son más fáciles para tratar.
Otra definición de la palabra herida es “causar una aflicción mental”. Esto se llama herida oculta. Cuando un miembro de la familia es ridiculizado constantemente o es reprendido por su peso, estatura, lunares o pecas, por sus calificaciones o por sus defectos, ese miembro puede sentirse lastimado. Cuando este comportamiento continúa por mucho tiempo, esa persona puede desarrollar un sentido negativo de autoestima o puede mostrar actitudes extremas en su comportamiento, tal como ser agresivo, distante o pasivo.
Un niño que experimenta este tipo de dolor, se le puede retardar su desarrollo físico, emocional y mental. La mente y el espíritu de los niños son mucho más frágiles que sus cuerpos. El dolor de sentir sus sentimientos heridos puede afectarlos profundamente. Estas heridas no desaparecen como las físicas, se quedan, enraízan y pasan a formar parte de la auto-imagen que el niño llevará consigo por el resto de su vida.
Muchas veces los niños que están experimentando heridas emocionales, mostrarán síntomas físicos, emocionales y verbales que se harán presentes en el resto de su existencia porque las palabras pueden doler más que las bofetadas. Frente a situaciones como las descritas anteriormente es urgente desarrollar un clima de respeto.
Todo miembro de una la familia sabe cuando se le respeta y cuando él está practicando respeto. Las reglas de respeto deben ser claras, fijadas y compartidas
a través de una comunicación abierta que permita a los miembros de la familia participar en el establecimiento de normas que deben aceptar cuando alguien comete errores.
Sin embargo, hay un problema llamado televisión o medios de comunicación o internet. Hace sesenta años, la televisión era vista como una curiosidad. Y su programación era muy pobre. Hoy los programas de televisión y de los otros medios presentan de todo. Y también una buena dosis de violencia. La violencia en la televisión da origen a la agresividad en el comportamiento de los niños. Ellos son los que se ven más afectados. Y si de por sí ya tienen comportamientos agresivos, más todavía se interesarán de los programas violentos.
Algunos niños llegan al punto de no mostrar sentimientos negativos hacia el horror y se convierten en personas insensibles al dolor y al sufrimiento ajeno. Llegan a aceptar la violencia como una manera de resolver sus problemas.
Las familias pueden edificar sobre sus fortalezas y convertirse en “inteligentes” miradores de la televisión y de los otros medios dialogando sobre los contenidos, preguntándose si estos contenidos construyen o destruyen valores.
Una forma para que las familias compartan sus valores es tener reuniones familiares. Durante una reunión familiar sus miembros comparten sus sentimientos, deciden las tareas y las personas que se encargan de ellas. Las reuniones familiares son perfectas para que los padres y los hijos se brinden apoyo mutuo sobre todo en tiempos difíciles.
Los valores se aprenden si los miembros de la familia actúan juntos durante esas reuniones. Por ejemplo, si los padres muestran ser justos y muestran respeto durante esas reuniones, los niños sabrán que esos son valores de la familia.
Las reuniones familiares no necesitan ser formales. Es una buena opción tenerlas durante o después de la comida. Aunque, cuando se vive una situación de crisis. hay que convocarlas explícitamente. En las reuniones familiares hay que compartir las buenas noticias, organizar eventos especiales, distribuir tareas, fijarse metas comunes.
Vale recordar que ciertas decisiones no se podrán tomar en reuniones familiares. Hay decisiones que deberán tomar los padres, a veces aconsejados por algún adulto con experiencia o profesional del área.