Roberto Estefan Chehab
Como nunca, en medio de este frenesí en el que el mundo se debate alrededor de la variación del eje de la tierra – fenómeno natural, no extraordinario – y, en medio de las consecuencias del cambio climático, en gran parte ocasionado irresponsablemente por el hombre; además de la multiplicidad de intercambios geo-culturales, socio- culturales, ideológicos facilitados por los avances en las comunicaciones, además de las esperables y difícilmente controlables “neoescuelas” del pensamiento y las muy variadas formas de ver y vivir al mundo de hoy; en medio de todo eso, aparecen bien armados, seductores y peligrosos modelos de agrupación que están al acecho: su misión es reclutar a personas para organizarlas en sectas, sin cara, sin identidad, sin responsabilidad real. Aprovechando el libre albedrío, como derecho natural y, bajo un estudiado y maquiavélico modelo de dominio de masas, muy conocido en distintas tácticas de mercadeo, identificando necesidades o, creándolas a partir de las emociones y obviamente, sin prometer, per sé, nada pero generando una inquietud a través de principios atrayentes y esperanzadores como el amor, el perdón, la paz, la serenidad, el crecimiento espiritual, la ilusión a través de “un nuevo” conocimiento, entre otras tranquilizadoras promesas, van multiplicando sus huestes en grupos, estilo pirámide, a los que se les forma o ¿deforma? de tal manera que su pensamiento ante todo adquiera “un espíritu de cuerpo” que mediante un flujo progresivo de información se logre dominar el mundo interior: es curioso el cómo las personas que se integran a ese tipo de organizaciones más temprano que tarde se tornan en una especie de multiplicadores de la verdad, del mensaje de lo absoluto y con una “capa” casi sobrenatural se sienten blindados y poseedores de la verdad: es como si a través de una semilla errada se convencen, e intentan convencer al resto del mundo, de que la planta que así surge es una buen árbol al que todos deberían acogerse. Claro, rápidamente se encuentran con la resistencia de los “incrédulos” y, naturalmente esa circunstancia es utilizada por sus hábiles facilitadores para crear una cohesión muy fuerte, de grupo, cuyo afán es la defensa al irremediable ataque de los incrédulos, los equivocados, los expuestos sin protección a los males que, desde el cielo, desde “el poder de Dios”, desde la lucha contra un satanás conveniente, personificado en gobernantes, negocios multimillonarios, armamentismo, egoísmo y un fantasma de cataclismos devastadores bien acicalados desde la espada de un arcángel; profecías apocalípticas irrebatibles y extenuantes e inevitables nuevos ciclos o eras que para los creyentes serán la respuesta y todo lo contrario para los que no se adhieren. ¿Qué sigue? Pues una contradictoria destrucción de que se ha construido durante la vida. Una soledad fabricada que solo se mitiga en las actividades planteadas por el grupo, o sea, quedar en manos del grupo: una especie de sacrificio en forma de renuncia con la esperanza de algo que no llega. Es la entrada a un mundo que conserva cierta armonía con el exterior mientras no se les rebata o cuestione. Con un anzuelo “envenenado de amor” se intenta pescar a más y más discípulos que predicaran y multiplicaran. Es necesario tener un terreno abonado a través de la vida: difícilmente alguien feliz, satisfecho con lo que ha sido el inventario de su historia, caerá en esas redes. Las personas siempre buscan respuestas para sus vacíos, sus miedos, su rabia, sus frustraciones y que mejor caldo de cultivo que” la soledad”, la inconformidad, la tristeza para adherirse. ¿Gratis?, no. Nada lo es: el que pueda, regalará su tiempo, el de su vida, lo más valioso que se tiene: generalmente de una u otra forma se aporta trabajo, dinero, especies: tierra, insumos, donaciones. Nada sobrevive solo con el aire. Cuidado con las trampas del camino. se puede corregir, pero traumático siempre será. [email protected]