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Esperanza

14 julio 2022 2:17 pm
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Nancy Ayala Tamayo

Leí texto de mi amigo y profesor de la Universidad del Quindío Jorge Eliécer Molina quien, haciendo referencia a Baruch de Espinoza, señala que no hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza y que también podemos elegir entre emociones tristes y emociones alegres. Desde allí escribo la presente crónica.

El juez Scott ha dictado sentencia condenatoria de 50 años de cárcel contra Jim Hall, descrito como “malo por naturaleza y por el influjo del medio social en que había vivido”. Jim tiene un historial de miedo, hambre y maltrato desde la niñez y aprendió a responder con agresión a todo lo que presiente amenazador. Su vida es de mera sobrevivencia. Por eso ya había pagado con cárcel en dos ocasiones, lugar en el que los constantes castigos aumentaron sus sentimientos de frustración y rabia sin control.

En su tercera condena es enviado al presidio de San Quintín, donde se le desacredita, hostiga y acusa de faltas que no cometió. Se le castiga con mayor sevicia y es enviado a una celda incomunicada. La frustración se transformó en odio y el odio en sed de venganza: las declaraciones que soportaron el juicio por el que se le envió a San Quintín eran falsas. Se convierte en un hombre temible y consigue fugarse. Ahora el juez Scott deberá pagar por ello.

Entre tanto, el juez cree haber actuado en justicia. Vive en un prestigioso condado de San Francisco con su familia. Después de un largo viaje, uno de sus hijos llega a la casa con Colmillo Blanco, un antiguo lobo de las heladas estepas canadienses que, debido a fuertes hambrunas, perdió su familia y salvó su vida al encontrarse con un pequeño poblado indígena. Castor Gris, el jefe, vio su potencial como conductor de trineo en esos parajes inhóspitos y lo sometió a un cruel proceso de amaestramiento. Como cabeza de trineo llegó a otro paraje, en el que su propiedad pasó a Hermoso Smith, un hombre a su vez sometido al trato despiadado de quienes lo rodean, que encuentra en las salvajes peleas de perros enjaulados un modo de sustento. Garrote, encierro comida y alguna caricia son usados para continuar el amaestramiento. Este mecanismo se activa automáticamente a la voz de Smith quien, envalentonado con la vocinglería celebratoria de los asistentes, lo incita a reaccionar con ferocidad para destrozar toda la jauría —sus hermanos— que lo enfrenta. El hijo del juez lo rescata y el lobo, ahora convertido en perro, debe adaptarse a su nuevo amo.

Colmillo Blanco es ya un ser invadido por el miedo. Ha sido sometido, amaestrado. Ya no puede conseguir por sí mismo, como lo hacía en las tierras de hielo, abrigo y comida. Ahora depende por completo de lo que sus amos le quieran ofrecer. A cambio, aprende a brindarles compañía y defensa. Si fue traumática su vida de sometimiento antes ser rescatado por su nuevo amo, la de ahora no lo es menos: carros, calles, edificios, bullicio que lo marea, un correr permanente de todas las cosas, lo apabullan. Se siente empequeñecido, insignificante y débil. Sus nuevos amos, sin embargo, le procuran la extraña vida que se ve obligado a vivir a cambio de dar pruebas constantes de su domesticación. Ya cometió el error de comerse las gallinas de la casa por lo que la desconfianza sobre él se mantiene, especialmente la del juez quien no cree que haya dejado de ser lobo. Colmillo Blanco aún debía ofrecerles la prueba definitiva.

Cuando Jim Hall escapó de la prisión era un ser dispuesto para la venganza. Fue acorralado aún más. A su cabeza se le puso precio y pronto tuvo tras de sí una jauría de sabuesos –sus hermanos— buscando la recompensa. Adecuó los medios y una noche llegó armado hasta la mansión del juez. En un rincón estaba Colmillo Blanco, quien había aprendido que ese territorio era solo de sus amos. Su vida ahora dependía de si resultaba efectivo en defenderlo. Reconocía el olor de conocidos y extraños. Acechó, esperó y atacó. Cuando, al escuchar el ruido de la lucha a muerte, los habitantes de la casa llegaron con revólveres en mano todo estaba consumado. Colmillo Blanco había desgarrado con sus fauces la garganta de Jim y éste yacía sin haber podido conseguir oportunidad alguna sobre la tierra. Colmillo Blanco también estaba herido mortalmente, pero cirujanos y cuidados de sus amos salvaron su vida. Colmillo Blanco, finalmente, había ofrecido la prueba de su fiel sometimiento.

Esta es la triste historia del lobo que aprendió a ser perro. Quizás está elaborada sobre la idea de Thomas Hobbes de que, al ser “el hombre lobo del hombre”, para evitar desgarramientos sociales, se debía concertar un pacto donde cada uno entregara su cuota de soberanía a un soberano y éste, con los derechos cedidos de forma irrenunciable, tendría la capacidad de poner orden y seguridad al conjunto social.

Por suerte, también existen historias alegres. La vida se comprende cada vez más como proceso expansivo, en continua experimentación, con centralidades diversas. Millones de grupos humanos en el mundo hoy reclaman, con voz majestuosa, un pacto social distinto al indicado por Hobbes, la creación de espacios de convivencia fundados en la soberanía de derechos irrenunciables,  sin amos ni sometidos. La esperanza del mundo nuevo que está por construirse.

(Crónica adaptada libremente de la novela “Colmillo Blanco”, escrita por Jack London)

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