Samaria Márquez Jaramillo
Suele decirse ¡increíble!, cuando el peso de una verdad hace flaquear convicciones, convenciones y credibilidades, porque la mente acostumbrada al lenguaje del caos, la indisciplina ciudadana y la corrupción desaforada que invaden los estamentos de poder, terminó por acostumbrarse a las manos hábiles de los prestidigitadores, a los esputos oratorios de los vendedores de ilusiones y a las chillonas promesas de los mercachifles con poder para arruinar nombres, profesiones y buenos propósitos. Eso que decían los abuelos, llamar las cosas por su nombre, se convirtió en lo calificado como políticamente correcto en las palabras y vergonzosamente cometido en los hechos ilícitos.
Sucede que la palabra puede con todo. El idioma correcto cumple con demasiada frecuencia, por desgracia, una misión comunicativa a todo dar y sus practicantes están entrenados para que su discurso sea un repetir sinonimias, polisemias, verbalismo y muletillas estilo Cantinflas y cuando un aspirante anuncia que acabará con corruptos, bandoleros, bandidos, asesinos, narcotraficantes, cómplices, los acostumbrados a la politiquería edulcorada pregonarán que el de la campaña tiene locura senil.
De tanto ser usadas aviesamente, las palabras que simbolizan responsabilidad y buenos propósitos están cubiertas de populismo o de fascismo, ambas orillas, derecha e izquierda, limitan que el bien se expanda fluyendo armónicamente. Ahí, por todas partes hay testimonios y memorias que juzgan a toro pasado: Hubo campañas políticas para todos los gustos… ¡ay!:
¿Cerraría el Congreso y las Cortes, a lo Fujimori?
¿Privatizaría a lo Menem las empresas estatales donde se atrincheran los sindicatos politizados?
¿El 8 de agosto iniciaría la disminución paulatina de la producción petrolera dañina del medio ambiente?
La facilidad de las promesas en las campañas políticas destruye la gobernabilidad y la gobernanza. Del paso de candidato a gobernante, una frase elimina toda conjetura: Por sus obras los conoceréis. El futuro dirá si es acertado cambiar de rumbo y hacerlo inmediatamente: Para allá y para ya.