<<No es un insulto que nos digan campesinos o indios
Arribistas, nietos de Nariño que se creen gringos
Pregunta por el baño, solo verás flechas
Te dirán que, en el fondo, en la extrema derecha>>
[A.Z]
Johan Andrés Rodríguez Lugo.
Esta semana asistimos a espacios en donde nombrar lo innombrable ha sido el tema principal. En la librería Libélula de Armenia se inició un ejercicio de lectura en voz alta en donde se leerán los relatos del informe “Cuando los Pájaros no cantaban”, un encuentro que busca la reunión, la escucha y el análisis de este pasado vergonzoso que tenemos y del que somos culpables, aunque bueno, este tema de la responsabilidad de la guerra por parte de los civiles sigue siendo discutido, pues como dicen muchos: “¿cómo va a ser mi culpa si yo no di la orden?”. Pero sin duda, repetiremos que el discurso del padre Francisco de Roux tenía mucho sentido al cuestionarnos sobre lo que hemos hecho durante este derramamiento de sangre. Las estadísticas son claras, un gran porcentaje de las víctimas han sido los inocentes, los campesinos, las mujeres, niños, niñas, indígenas y poblaciones vulnerables.
Durante la lectura escuchamos anécdotas desgarradoras que contaban el acontecer de comunidades en la zozobra de la llegada de guerrilleros, paramilitares o el Ejército, cuentan quienes narran que había momentos en que no sabían cual aparición era peor, solo entendían que la muerte era protagonista y el desaparecer del espacio una de las soluciones rápidas, lo demás es historia, relato y se encuentra de cierta manera en estos informes. La lectura es desgarradora, dolorosa y fuerte, sí, pero necesaria. Alcanzamos a leer un par de relatos pues las emociones se hicieron más fuertes y el grupo decidió parar, descansar, reflexionar y comentar esto que es tan nuestro y que a la vez se nos hace todavía lejano.
El 20 de julio, la celebración, o mejor, la conmemoración, o bueno, no sé cómo llamar a esta costumbre tan antigua de ver desfilar militares con armas ante la ciudadanía que aplaude el sacrificio de hijos, esposos y padres para el bienestar general de un país que nunca ha vivido en paz. La costumbre, quizás, de este caminar de personas uniformadas que muestran orgullosas sus botas lustradas, sus atuendos para no ser perceptibles por radares, sus carros armados y listos para disparar, sus espadas, sus pistolas, los animales que usan también para “ser héroes” y que luego desfilan sin una pata, ciegos y sin más que su sonrisa, su lengua jadeante y el recuerdo de haber acompañado a sus cuidadores en algo que ellos no entendieron pero que les tocó hacer.
Desde pequeño me sentí ajeno a esta costumbre pues sabía que nunca iba a ser un hombre de esos, nunca iba a tener ese tipo de hombría o esas ganas de dar golpes, matar, defender el país, ese sentido patrio de agredir en nombre de una bandera o un himno, esa resignación voluntariosa de irse para el monte a “hacer patria” y no saber si se iba a regresar. Mamá también sabía que yo no iba a servir para esto, es más, me formó para que no lo fuera, ella me hablaba de la historia y de las guerras en los libros, me enseñaba sobre lo que fue y sobre lo que debíamos resaltar de estos momentos históricos que formaron el país que conocemos ahora, me contaba esas anécdotas que en la cotidianidad no se cuenta, me mostraba las verdades ocultas en los libros sobre esas formas morales de recordar el pasado. Muchos suelen agradecer estas guerras pues “nos hicieron libres” y permitieron nuestra independencia, ¿cuál? Nadie sabe realmente de qué nos liberamos, si luego de esos derramamientos de sangre buscando la paz vinieron otros y otros y otros y otros y otros y aún hoy seguimos en la zozobra de la espera de otro conflicto.
La posesión del nuevo Congreso es histórica, para darle más drama a este asunto de la historia, pues se posesionaron representantes totalmente diferentes a la costumbre, neopolíticos que se estrenan en cargos de representación en donde algunos no son representativos, pero alardean su designación. Encontré expresiones tan reprochables en redes sociales sobre este hecho que sin duda agradecí que la vida real estuviera lejos de Twitter y Facebook. Ver la manera en que la barrera de un perfil permite la trascendencia de discursos homofóbicos, racistas, clasistas, elitistas y hasta envidiosos es sorprendente pues estoy seguro que en un espacio de discusión real las formas serían otras.
La crítica de los tradicionales fue una: el abucheo al presidente, el irrespeto a la persona que habla en un atril con su corbata y sus palabras que dijeron cosas mentirosas, pero que sin duda había que escuchar porque “esa era la manera”. Nos dicen que al parecer no importa que durante décadas el congreso haya tomado malas decisiones, haya robado, se haya aprovechado de sus cargos pues todos estaban vestidos para la ocasión y seguían un protocolo para esto, pero ahora, que llega un representante en tacones, que indígenas y afros se sientan a la par del hombre blanco, que personas con identidades diversas pueden hablar y mostrarse entonces que ese “no es el cambio”, porque ese eufemismo del cambio es que con un chasquido las cosas sean otras, pero que cambien totalmente para que nada cambie porque ese siempre ha sido la consigna.
En lo personal me ha dado mucho gusto ver esta diferencia de formas, no reprocho el abucheo pues aún no me respondo estas preguntas: ¿Cuál es la forma efectiva de reaccionar a un pasado violento, clasista y desastroso que nos tiene en donde estamos?, ¿Cómo se debe responder a quienes durante años no han hecho lo que se supone?, ¿Cuál es la manera de ser y estar en un espacio que nunca ha pensado en la otredad?, ¿Cómo comportarse ante los verdugos que sin cuidado toman decisiones basadas en su comodidad y su imaginario de vida?, ¿Por qué el silencio y “las buenas maneras” deben seguir imperando ante el absurdo?, ¿Por qué aceptar las mentiras, el clasismo, la homofobia y los verdaderos discursos de odio que solo crean nuevas ruedas de conflicto? Si tienen la respuesta me la dicen. Mientras tanto sigamos incomodando la costumbre, pues hasta ahora lo que hemos hecho nos ha llevado a donde estamos.