Aldemar Giraldo Hoyos
Viendo lo que pasa en nuestro territorio, da la impresión de que es imposible estar tranquilos; ha vuelto la barbarie de los años 90, cuando la vida de un policía tenía un valor que fluctuaba entre 1 y 5 millones de pesos; bastaba una orden del jefe y los francotiradores hacían de las suyas. Colombia mostraba, en ese entonces, un panorama macabro, como salido de la manga de un mago bárbaro; el dolor campeaba en distintos horizontes, el miedo era acompañante permanente; nadie sabía si al día siguiente se iba a encontrar con una bomba o una bala fratricida; vivir era, realmente, un milagro. El país parecía arrodillarse ante la fuerza de un opresor de viaja data, el cual consiguió frutos en la nueva Constitución Política.
Mientras escribo estas líneas, ya han caído, en el mes de julio, 27 policías por el solo hecho de pertenecer a una institución que tiene por misión garantizar el orden interno, la seguridad de los ciudadanos, la prevención y persecución del delito. Todavía, más grave, son asesinados a traición, sin darles la oportunidad de defender la vida.
Estos actos atroces corresponden al “Plan Pistola” de las AGC, o sea, “la orden de un grupo armado de asesinar sistemáticamente a miembros de la fuerza pública en un territorio particular durante un periodo de tiempo”; dos objetivos pueden buscar: vengar la muerte de uno o varios de sus cabecillas o, simplemente, generar la sensación de control territorial, control sobre la población, destrezas en la inteligencia de combate o miedo y zozobra en los adversarios. Así mismo, mostrar fortaleza antes de sentarse a negociar con el Estado.
Realmente, asistimos a la ejecución de uniformados, a través de prácticas sicariales, originadas al interior grupos ilegales, aprovechando la indefensión, la sorpresa, los permisos, descansos o traslados de una parte a otra del país, en pocas palabras, un crimen de lesa humanidad. Pero, el gobierno no puede quedarse de brazos cruzados, estrictamente, contando las víctimas, entregando estadísticas o enviando mensajes de condolencia a los familiares y amigos de los inmolados.
Estoy de acuerdo con la advertencia que le hacen los policías retirados al presidente Duque: “el país parece indolente luego del asesinato de uniformados en el llamado plan pistola”. Estos se han convertido en voceros de sus compañeros activos en estos momentos de terror, mientras la desmotivación y la preocupación es total. A propósito, es hora de recordar que los uniformados son colombianos, ciudadanos humildes, quienes han cometido sólo un error: trabajar en una institución en donde diariamente se expone la vida para defender la de los demás. Como decía mi abuela: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”.