Roberto Estefan Chehab
En el camino nos encontramos con sinnúmero de circunstancias que sometemos a una interpretación salida de nuestro propio contexto interior; un ejemplo de ello es la fantasía que nos “fabricamos” cuando observamos las nubes y sus formas caprichosas, cambiantes y efímeras, pero atrapamos un momento de esa dinámica y le endilgamos un símbolo, una imagen y hasta un mensaje que creamos individualmente: así, algunos ven un corazón donde otros una manzana o un ángel donde otros la figura de un ave. En semiología psicológica a eso se le denomina “pareidolias” y son perfectamente “normales” en sí mismas. Y así las personas, en muchísimas situaciones de la vida tendemos a interpretar eventos indistinta e individualmente. Si observamos el cielo en una noche estrellada, un destello o el paso de un cometa o el faro iluminando desde el puerto, entre la niebla, o la luz de un avión muy lejano podemos interpretarlo desde la necesidad y la experiencia interior o desde el momento psicológico o la emoción del momento: vemos “ovnis” que no lo son, apariciones sagradas, mensajes de esperanza o apocalípticos, el espíritu de un ser querido que partió y extrañamos y en fin, nuestro propio mundo psicológico tiende a proyectarse en esas ilusiones. Generalmente, hay conciencia de estar en un momento que finalmente no nos saca del mundo real; sabemos interiormente que estamos “soñando despiertos” y generalmente lo disfrutamos. Las cosas pueden complicarse si quedamos atrapados y nos apartamos de la lógica y la confrontación que finalmente nos aterrizan al mundo real insistiendo vivir y permanecer en lo irreal. Eso mismo puede ocurrir en cualquier situación de nuestras vidas: en una relación con otra persona podemos no ver a la persona en sí y entonces no percatarnos de que estamos viendo lo que queremos que esa persona sea. ¡cuantas relaciones se tornan en un tormento por eso! Y con esa falsa base construimos un camino, una expectativa, una esperanza que solo conducirán a la frustración: la equivocación no es de la otra persona, el error lo construimos nosotros mismos al escoger “ver” lo que esperamos de la otra persona, cosa irreal, y no ver lo que en realidad es esa persona. Frecuentemente ocurre algo así cuando los padres quieren ver a su hijo convertido en ingeniero o abogado o médico: la presión y el desgaste lleva a deteriorar las relaciones interpersonales gravemente si no se es capaz de hacer un alto en el camino e intentar comprender “quien es realmente nuestro hijo” y entonces lograr verlo como realmente es y no como necesitamos o deseamos que sea. ¿Y qué tal eso mismo en un matrimonio o un noviazgo? o en el desarrollo de un proyecto o un negocio o, con un jefe o un colega o un amigo. Es muy lógico que las personas de manera inconsciente generemos mundos de acuerdo con cómo los necesitamos y de esa forma nos proyectemos y esperemos que las cosas vayan resultando de acuerdo con lo que “queremos que sea” corriendo el riesgo real, a la larga, de sentirnos engañados, frustrados, fracasados. Para hacer que valga la pena cualquier cosa que hacemos y no nos resulta, hay que tratar de aprender de esa experiencia de tal forma que la próxima vez miremos quien es realmente o que es lo que tenemos al frente y no que o quien deseamos que sea. El trabajo que hay que hacer en nuestro mundo interior para lograrlo requiere honestidad y nada de egoísmo, pero nos llevará al respeto y la empatía lo cual garantizará que el futuro, en lo que emprendamos, sea mas justo. Para finalizar esta columna, le sugiero que se pregunte ¿cuántas veces ha ocurrido eso en su vida? Cuantos despertares han sido dolorosos, cuantas falsas expectativas han guiado relaciones o sueños que sucumbieron al centrarnos en “no ver lo que tu eres sino lo que espero encontrar en ti”.