Diarios personales, identidad y memorias de familia

3 agosto 2022 5:08 pm

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Por: Erika Gómez Contreras

A la mayoría de los lectores no les será ajeno el haber tenido un diario personal en alguna de las etapas de su vida, o haber visto a una persona cercana apropiarse de un cuaderno para convertirlo en una suerte de cómplice. Ya que, quién se aproxime a tal forma de materialización de la memoria no solo se encuentra frente a un medio para preservar recuerdos, organizar el pensamiento, tener autoconocimiento, memoria, salud emocional, entre otros como lo sugieren estudios del campo de psicología, a propósito de los beneficios de escribir sobre lo que nos acontece día a día sino que también supone una forma de perpetuar la historia y parte de la identidad de una persona.

Hace algunos meses tuve de regreso dos diarios que me dejó mi abuela antes de fallecer; en ellos había escrito algunas memorias de su vida durante sus últimos años. En el día del velorio, le presté a mí tía estos cuadernos para que les sacara copia, pues ella quería tener tales apuntes como parte de sus recuerdos. Ahora, nueve años después, los tengo una vez más en mis manos porque, según ella, al ser estudiante de literatura podía hacerme cargo de esos viejos —pero valiosos — objetos.

En uno de los diarios lo primero que encontré escrito fue lo siguiente: “Por petición de una de mis hijas, que quiere que deje escritos algunos de los cuentos que yo les relataba cuando estaban pequeñitas; cuentos que mi mamá nos contaba también a nosotros, cuando éramos pequeños. En el tiempo en que no había televisión ‘aún’, ni radio, nos sentábamos todos en la cocina. Aún recuerdo esos tiempos”. Así, en sus últimos años, Cecilia Cadena se adentró en el oficio de la escritura, quizá, sin ser consciente de que sus notas cobrarían valor para la memoria de su familia, pues, como plantea Aída Martínez Carreño en “Los diarios personales como fuentes para la historia”, publicado en el Boletín de Historia y Antigüedades – vol. XCII no. 831 –: “Quien escribe un diario guarda, como ningún otro, y aún sin proponérselo, detalles nimios que con el paso del tiempo tomarán importancia”.

Los diarios personales a partir de la reconstrucción de identidad y desde la memoria histórica que preservan a través del tiempo, funcionan como una suerte de legado del que se puede disponer para su recolección y posible divulgación en los futuros años. En estos viejos diarios me encontré con la historia de su vida, con cuentos clásicos, cuentos de sus padres y abuelos, poemas, leyendas y notas personales; lo que me lleva de nuevo a Martínez Carreño: “hay quienes deciden convertirse en testigos de su tiempo”. Por ello, no es de extrañarme que haya quedado inmersa en cada página desde que lo tuve en mis manos —a pesar de que algunas son difíciles de leer debido a la afectación de su caligrafía por causa de la enfermedad — pues no solo tenía en frente parte de la trayectoria de nuestra familia, también una forma de acercarme a mi abuela y conocer una época desde su mirada.

Más que otorgar un espacio para escribir sobre experiencias o sucesos personales que son destacables, los diarios permiten la construcción de un discurso que, a su vez, no solo reconstruye recuerdos que hacen parte de la identidad y la vida de quién escribe, también de una época. Así, este objeto se convierte en un puente para preservar la historia de un individuo, desde su empeño por resaltar datos sustanciales que se conectan con la propia familia, pues, volviendo a Martínez: “los Diarios surgen de un secreto deseo de escribir, un oficio que no es fácil; como lo dijo Montserrat Ordóñez, “…para llegar hasta la página hay que vencer nuevas barreras cada día, porque es un oficio que se practica sin fin, una carrera sin meta. [Escribir] No es una actividad natural… es una decisión a veces demencial”.

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