27 de agosto de 2022
José Yesid Sabogal V.
"Fraude alimentario es la adulteración, la sustitución, la dilución, la simulación, la manipulación indebida, la falsificación o la imitación deliberada e intencional de alimentos, ingredientes alimenticios o envases de alimentos; o afirmaciones falsas o engañosas hechas sobre un producto con fines económicos.” (Spink & Moyer, Journal of Food Science, 2011. Tomado de https://www.mt.com/dam/MT-MX/Presentaci%C3%B3n%20NSF.pdf
Comentamos en la columna anterior que el fraude en los alimentos fue castigado en el siglo XIX, en ciertos casos, con la horca. En el siglo XX, en la medida en que el capitalismo industrial fue avanzando y con el extraordinario desarrollo de la química, esa práctica se fue naturalizando hasta ser casi legalizado por completo, sobre todo a partir de la implementación del libre mercado desde la década del ochenta. En el presente siglo, los gobernantes, bajo fuerte presión de las organizaciones de la sociedad civil, han ido imponiendo ciertas obligaciones como el etiquetado y los impuestos a los productos ultraprocesados, como las bebidas azucaradas. Con excepción de Venezuela y Colombia, estas medidas ya rigen en el resto de países de América del Sur.
En Colombia, los gremios industriales (ANDI), de comerciantes (FENALCO) y de los ingenios azucareros (ASOCAÑA), se opusieron una y otra vez a la obligación de incluir en los empaques de sus productos especificaciones sobre el contenido. La implementación del etiquetado en el país ya está en proceso, pero seguramente estas también serán tramposas: información incompleta e imprecisa, en letra diminuta y con códigos indescifrables, ya se dijo. Hoy, estos gremios, y detrás de ellos las empresas encabezadas por Coca cola, se oponen al pago del impuesto saludable sobre sus productos. Y lo hacen por todos los medios, principalmente torciendo a su favor a congresistas, algunos de ellos llegados allí con su patrocinio.
Los argumentos, como sus productos, son falaces: les preocupa muchísimo, el aumento en los costos de la “alimentación” en los hogares más pobres, el recorte de los empleos (pobres), la afectación a las tiendas de los barrios más pobres y a los quioscos localizados al lado de las construcciones en los que se amontonan los obreros en las horas de comida. Les preocupa, en realidad, es que los más pobres, que son los que más consumen bebidas ultra azucaradas, dejen de hacerlo o rebajen el consumo. El impuesto, en sí mismo, no es el problema de ellos, quienes lo van a pagar son los consumidores.
La educación y los impuestos son las dos medidas imprescindibles que recomienda la OMS para combatir la obesidad, un fenómeno en vía de mundialización y cuya causa es bien clara: un estilo de vida que lleva a consumir cada vez más calorías y a eliminar menos.
En Colombia, en los últimos 10 años, el sobrepeso y la obesidad han incrementado en una tasa similar a la de la producción de gaseosa (10%); el exceso de peso en niñas y niños en edad escolar (5 a 12 años) incrementó un 1% por cada año entre el 2010 y el 2015; y más de la mitad de los adultos presentan exceso de peso. (No coma más mentiras https://www.nocomasmasmentiras.org/que-es-la-comida-chatarra/)
Cuando en 1985 decidió dejar su empleo de soldador y crear -en Indiana (E. U.)- la sociedad Goliath Casket (Ataúd de Goliat), F. Davis no imaginó el éxito que tendría. En un país que entonces contaba con menos de 15 % de obesos, el negocio del ataúd gigante apenas se mantenía. Si la pequeña empresa vendía a finales de los ochenta un solo ejemplar de su modelo «ancho triple» por año, hoy vende cinco por mes, en diferentes colores, o versiones de lujo con manijas doradas, acolchonados y forrados lujosamente al interior. Con más de un tercio de adultos con sobrepeso y otro tercio obeso, Estados Unidos es actualmente uno de los países más gordos del planeta.
Así pues, Ataúdes para Goliat es una empresa boyante cómo todas aquellas que ofrecen productos destinados especialmente a personas obesas (sillas más grandes, camas con armadura reforzada, colchones tamaño gigante, sitios de encuentros para solteros robustos, etc.); las que ofrecen productos para paliar el sobrepeso (desde pastillas, cápsulas, cremas, mezclas de fibras, batidos, infusiones, hasta máquinas de ejercicios, campamentos de adelgazamiento con disciplina militar y cirugías a 10 mil dólares); o para disimularlo (ropa interior, fajas, chalecos, cinturones, trajes, etc.).
Esperemos que esta, la tercera vez que en Colombia se intenta gravar el consumo de productos ultraprocesados como las bebidas azucaradas, sea la vencida.