Hambre y salud: Remembranzas del futuro

9 septiembre 2022 5:10 pm

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Jhon Faber Quintero Olaya

Un informe publicado por un diario de amplia circulación nacional detalla como en todo el país durante el año en curso han muerto 197 niños con 5 o menos años por cuenta de desnutrición. De acuerdo con el reportaje, que detalla un estudio de la Defensoría del Pueblo, los Departamentos con los mayores índices en esta materia son La Guajira, Chocó y Bolívar. Estas cifras son realmente escandalosas, pero preocupa más la indiferencia de una sociedad que como diría un gran escritor se acostumbró al perder el asombro.

La Constitución precisa en el inciso final del artículo 44 el interés prevalente de los derechos de los niños, pero la realidad ahoga este apotegma con muerte e indiferencia. Estamos condenados al fracaso sino como sociedad no somos capaces de llegar a los consensos mínimos para proteger a quienes están en formación y van a ser los ciudadanos del mañana. ¿Cómo puede ser posible la paz en su versión actual o en su concepción integral si la infancia muere literalmente de hambre?

La desigualdad manifiesta en estas cifras, sin contar otras, parece salida de una pesadilla. Sin embargo, genera aún mayor desconcierto que no exista un volcamiento en las políticas públicas nacionales y regionales para evitar que los pequeños sufran los rigores de un sistema que hoy discute con mayor profundidad situaciones coyunturales y no la protección de la vida. Todos los seres humanos merecen oportunidades idénticas, pero la protección de los infantes debe ser especial por lo que representan para el futuro y por su evidente fragilidad y dependencia del Estado, la sociedad y la familia.

Las condiciones de la infraestructura hospitalaria y la garantía del derecho a la salud hacen parte de esas prerrogativas fundamentales de los menores. Las historias que pueden verse o escucharse en un centro clínico demuestran dos cosas: I) Que el ser humano tiene una existencia finita que debe ser cuidada y; II) Que el deseo de vivir es connatural a la especia humana. Por ende, debemos hacer que la existencia misma valga la pena. Padres, hermanos, abuelos, tíos y nosotros mismos en algún momento dependemos de médicos, enfermeras y todo el personal hospitalario para seguir dando la batalla central de la respiración.

La pandemia ha sido un claro ejemplo de cómo las grandes guerras no se pelean con balas o fúsiles, sino con respiradores, vacunas y medicamentos. Incluso en tiempos de paz el conflicto por la vida va a surgir como una realidad de lo perfectamente vulnerable que es la naturaleza humana. Hacer que nuestra vida valga la pena para la realización de sueños, propósitos y huella tiene en otra la cara de la moneda los esfuerzos necesarios por pasar más tiempo en este plano. Para ello son fundamentales los héroes silenciosos que con batas y rápidas decisiones salvan vidas. 

Sin embargo, la construcción de hospitales y la dignificación salarial del personal de la salud también deben estar en la agenda gubernamental si se quiere paz, dignidad y desarrollo. Una nación que no cuenta con los elementos mínimos y no hace los esfuerzos necesarios para salvaguardar su niñez y fortalecer su sistema de salud tiene un oscuro futuro. La agenda pública y privada obliga a medidas urgentes en estos dos nobles propósitos, pero también a la reflexión permanente, crítica y constructiva porque de todos depende que se lleven a cabo los cambios pertinentes, sin saltos al vacío sobre lo construido.

Este informe de la Defensoría pone el dedo en la llaga sobre la inequidad histórica y el excesivo centralismo como parte de una problemática con muchos matices, diferencias y falta de autonomía. La conducta del ciudadano y la visión del colectivo allanan el camino del progreso o la senda de un círculo en el que el futuro seguirá siendo una remembranza. ¿Qué escogemos?

 

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