Roberto Estefan Chehab
La necesidad, la exploración y la percepción conducente al encuentro de un ser superior ha sido constante desde tiempos muy antiguos. Documentos de ello existen en la mayoría de las historias de los grupos humanos atribuyéndole a estrellas, planetas, animales o fenómenos naturales características de divinidad; así mismo a distintas actividades se les asigna, todavía en distintas sociedades, un dios al que recurrir para suplicar el aplacamiento de su ira, pedir o agradecer un favor. Es absolutamente respetable esa búsqueda y su construcción en la cultura, la estructura y los parámetros espirituales que enmarcan el devenir de la vida de las gentes. Los ritos no siempre han estado englobados en una religión y, por el contrario, el advenimiento de religiones, a veces, es un factor que atentó y muchas veces destruyó elementos básicos del entramado de costumbres llenas de arraigo y tradición. La iglesia católica, por ejemplo, en sus procesos de evangelización abolió la posibilidad del politeísmo rescatando la figuro de un solo Dios todopoderoso. Eso también es valido para quienes así lo acepten. Y ahí me incluyo, no obstante, no comparto la posición despectiva de muchos católicos que miran al prójimo matriculado en otras creencias, que no dañan a nadie. En el mismo catolicismo existe un santoral muy nutrido, que conduce a la adoración de la representación mental o a través de imágenes, de seres tan humanos como cualquiera de nosotros y que se supone descollaron por una vida ejemplar y dedicada amorosamente al servicio desinteresado. Pero, al fin y al cabo, son humanos. Esos santos han servido de consuelo e ilusión; han acompañado y han acariciado a millones de almas en momentos de soledad y desaliento en los cuales no se asoma ni una mano amiga, ni un gesto de solidaridad o consuelo ¿Cuál es el interés, desde ciertos cultos, por aniquilar esa esperanza que, mientras no inunde a la razón, hasta el fanatismo, solo acompaña y conforta? ¿por qué las imágenes son una forma de ofensa a Dios? ¿Y por qué la perversidad con que se “explotan”, precisamente por diferentes congregaciones, para direccionar – esas penurias humanas – hacia el negocio, la manipulación a través de la creación de sentimientos de culpa, el miedo y la amenaza soterrada, el abuso de la ignorancia y la sugestionabilidad desde una posición de superioridad de muchos pastores o conductores, no es una ofensa aún más grave? Nada tiene de malo organizarse en grupos para compartir una necesidad espiritual, una alabanza, un ruego, pero si es muy reprochable, en algunas de esas comunidades, el inmisericorde régimen que veladamente esclaviza a tantas personas. A Dios, si se desea pregonarlo, se le debe mostrar con respeto, sin abusos y sin tergiversaciones ¿será la necesidad de marcar diferencias entre una y otra “iglesia” o “secta”?. Finalmente, Dios, el Dios de todos es el mismo. Como lo queramos ver o llamar, eso a El no lo afecta: ante semejante maravilla de creación aún desconocida e infinita, debería quedar claro en las personas un concepto de la esencia divina del creador, basado en un amor infinito, un poder supremo, una comprensión sin límites, mas allá de la capacidad de entendimiento de la mente humana, que no nos hace inferiores a nada, pero que no soporta intentar igualar a nadie con EL. Que se hable o investigue sobre Él es normal, desde la incógnita humana pero no se debe hablar por El, no se amenaza en su nombre, ni se abusa del prójimo a través de su nombre. El sol, la vaca o la luna, el trueno o la tormenta divinizados pueden equivaler a necesidades intimas muy arraigadas en seres que simplemente lo sienten como un camino a encontrar la Divinidad. El hombre debe buscar su comunicación con Dios desde su propia vida interior, a su manera y si quiere compartir su culto, debe buscar lo más sencillo y sano. El, creo yo, está siempre en cada criatura.