El no pertenecer

17 septiembre 2022 6:51 pm

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Johan Andrés Rodríguez Lugo.

En algún momento de nuestra infancia nos preguntamos por el significado de nuestro nombre. Ocurre un día cualquiera en que nos empezamos a cuestionar cosas y salen inquietudes, ejemplo, por qué el cielo es azul, por qué la gente se muere, por qué el agua es transparente, por qué papá nunca está en la casa y solo llega a dormir los fines de semana, por qué el papá de aquel siempre los lleva de paseo, por qué aquella tiene mejores juguetes; cosas simples, banales, como por qué me llamo como me llamo y entonces nuestros padres, o nuestra madre o nuestra tía o quien haga las veces de nuestro adulto responsable nos responde con alguna historia, en su mayoría, fantástica, importante, relevante, única: Te llamas como te llamas porque así se llamó quien logró grandes cosas y por ello estás destinado, también, a lograr mucho – ¿cómo? – no sabemos cómo, pero será grandísimo como la razón de tu nombre. 

Paulina no era el nombre de una actriz, ni de una científica, ni de una escritora, escultora, intelectual, ni siquiera de una mártir de la lucha feminista de los tiempos pasados. Paulina, esta Paulina, era simplemente el nombre que se inventaron dos amantes para que sus familias no supieran de sus encuentros. Podríamos pensar que en sí mismo ya era un nombre relevante, le damos el valor del encuentro clandestino, del amor imposible, de luchar contra la sociedad, pues en el momento del enamoramiento, los padres de cada quien pertenecían a familias totalmente diferentes de una ciudad conservadora que se cuidaba muchísimo de los nombres y de los apellidos que no combinaban, que no pertenecían, que no podían ser, por eso se inventaron ese nombre, para que él, quien era el que más perdería, no perdiera en su momento tanto, pero Paulina, finalmente, perdió demasiado.

“Correr la tierra” es el título del libro que narra la historia de esta Paulina que menciono, una joven que a sus veintiún años se entera que su nombre es una mentira, que no significa grandes cosas y que quien se lo puso ya no la compaña en su cumpleaños. La historia es una búsqueda completa por la razón de ser de esta niña con un padre ausente del que nos enteramos, luego de varias páginas, que al parecer nunca estuvo preparado para ser papá, que simplemente tenía planes en su vida y que, por ello, cuando se sintió atascado, se fue. No dio razones o porqués, simplemente se fue, y durante la infancia de Paulina y su posterior adolescencia, las preguntas, dudas e inquietudes se fueron haciendo más grandes, como se hizo inmenso el rencor, el dolor y la ausencia.

Catalina Navas es la autora de este libro. Es bogotana, literata y maestra en educación, ganadora del primer concurso de cuentos de ciencia ficción de Colciencias, quien ya había publicado “Camino de hielo” (2019) y “Las mujeres de la independencia” (2019), y que posteriormente publicaría “El movimiento de la crisálida” (2022). Llegué a “Correr la tierra” gracias al algoritmo de twitter, según decían los tweets, era una novela sobre enterrar a los padres ausentes, sobre perdonar lo imperdonable y sobre saldar esas deudas que sin saberlo se fueron creando en quienes no respondieron por su deber, o en quienes, a pesar de intentarlo, no lograron ser lo que se suponía que debían ser. Entonces busqué más sobre el texto, porque el tema me interesaba, sobre todo esas preguntas que aparecen constantemente en redes sociales: ¿a la familia se le perdona lo que sea por ser familia?, ¿a los padres se les perdona y se les aguanta sus formas porque fueron quienes nos trajeron a este mundo?, ¿es la familia solo un accidente biológico?

Y entonces conseguí el libro y leí. Me encontré con unas páginas de dolor y ausencia, una historia que narra una familia cotidiana, formada por una mamá y una hija, porque ese patrón estructural que se nos vende a veces no es, porque sabemos que las familias se componen además de tíos, de abuelos, de nietos y bisnietos, de primos, de conocidos, de personas que hacen las veces de familia cuando la misma familia no hace o no es lo que se nos ha prometido. Es difícil aceptar que en ocasiones muchas personas encuentran cariño, comprensión, amor y cuidado en personas ajenas a su casa, en amigos que realmente acompañan, escuchan, aconsejan, no simplemente cuestionan, juzgan o maldicen la existencia de los otros.

“Correr la tierra” no salda la deuda de Alfonso con su hija, porque de hecho ella finalmente no lo perdona y no tiene por qué hacerlo, pero si la hace encontrarse, pertenecer y ver más allá del rencor y el dolor.

Luego me leí el otro texto de Catalina: “El movimiento de la crisálida”, un libro sobre la ausencia de pertenencia en una sociedad que excluye la diferencia, que mira con ojos distantes a esos hijos que nacen fuera del matrimonio, que no pertenecen a ese patrón de sociedad visible, que son los otros, los de fin de semana, los de cumplir, los que tocó tener para no cometer algún pecado. Nos habla de Pedro quien no conoció la compañía de su papá en el momento de crecer, de aprender a jugar, de decir las primeras palabras. Pedro solo recuerda instantes específicos de la visita que hacía cada tanto su papá a la casa, de cómo esos momentos cuando lo veía la vida cobraba sentido, se transformaba en un sueño que se terminaba al despertar y descubrir que su papá no le pertenecía, porque era de otros también, de otra esposa, de otros hijos, no era exclusivo, debía compartirse.

La historia de Pedro no es muy diferente a la de Paulina, dos hijos con padres ausentes que buscan el camino, que intentan encontrar el camino y hacen lo que el sistema dice que se debe hacer: trascienden y se forman y entonces ya “son personas”. Pedro, por ejemplo, se ganó una beca en Estados Unidos y allí pudo descubrirse, reconocerse, comprobarse, porque no solo no pertenecía a su papá, tampoco a su condición de “hombre de la casa”, mucho menos al “hombre” que estudiaba con otros hombres, porque este hombre, este Pedro, no se reconocía en esos hombres, solo le gustaban y por ello lo rechazaban.

“El movimiento de la crisálida” como lo dicen varias reseñas, es un collage en el mejor sentido de la palabra, son varias cosas, muchas cosas, que crean un escenario de pensamientos, momentos e historias tan cotidianas como la vida y la muerte. Catalina nos narra Bogotá, nos narra Estados Unidos, nos habla de arte, de cine, de las luchas de la comunidad LGBTI en el momento en que el SIDA era la pandemia del mundo, nos deja una historia de lucha, reivindicación y muerte que, estructurada en el recuerdo, nos permite ver, en las fotos de Pedro toda una vida de descubrimiento.

Resumo ambos textos en el título de esta columna porque considero que en esa incomodidad constante a la que no le prestamos atención es la que nos mueve y nos conmueve: el no pertenecer, el no encontrarnos, el no coincidir o encajar es lo que nos permite trascender, movernos, cambiar, buscar, viajar, ir a otros sitios, encontrar otras personas, otras formas, otras maneras y reconocernos en algo. Abrir las alas y volar a donde debamos para hacer eso que queremos, que sentimos, que está por hacer. El no pertenecer como el motor de vida.

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