Por Iván Restrepo
Por años una disyuntiva ha permanecido en mi cabeza: ¿qué es más efectivo? ¿enseñar inglés a un experto en hotelería y turismo o enseñar hotelería y turismo a alguien con un amplio conocimiento de la lengua de Shakespeare? Me inclino por la opción dos precisamente por ser esta la que mas coincide con la profesión que escogí, esa que me ha arropado por medio siglo y unos cuantos años más.
Cuando veo a amigos míos mandando sus hijos a países angloparlantes a estudiar inglés me devuelvo a mediados de los años 60, cuando siendo yo un crío tuve la fortuna de comenzar a estudiar inglés bajo la tutela del Profesor Guillermo Arango –amplio conocedor del idioma, con una pronunciación perfecta—, quien combinaba la enseñanza con otra actividad muy amada por muchos (entre quienes me incluyo): la compra y venta de libros usados en ambos idiomas. Esto nos permitía, siguiendo las sabias recomendaciones del profesor Arango, el leer los clásicos ingleses y norteamericanos en su lengua materna.
En total fueron tres años asistiendo cinco días a la semana, en la grata compañía de algunos de mis hermanos y del gestor de todo este plan, mi padre Bernardo Restrepo, quien a la sazón oficiaba de secretario del Concejo Municipal de Armenia, cuya sede estaba justo al frente de la academia “DONDE ARISDAL”. Allí llegábamos papá y tres críos cuadernos en mano a sumergirnos por espacio de dos alegres horas en el idioma inglés: cantábamos, leíamos y hasta orábamos en este idioma. Todo lo aprendido allí aún perdura y estoy en capacidad de recitar de memoria absolutamente todo. En las salas de clases éramos unas 20 personas, de los cuales solo recuerdo, aparte de los cuatro Restrepo, a Marinita Arias de Jaramillo y su hijo Luis Fernando.
Por cosas del destino parte de mi familia, residenciada ya en USA en aquellos tiempos, comenzó a arrastrarnos a todos hacia el país del norte. Primero mamá Celmira y luego el resto de los hermanos que estábamos en capacidad de cambiar de lugar de residencia. Cuando llegué a NYC, yo ya hablaba inglés, muy por encima de muchos amigos que se habían adelantado en el viaje. Al comienzo trabajé en el emblemático NATHAN´S RESTAURANT justo en Times Square, en donde permanecí tres meses, en pleno invierno (febrero – a mayo 1969) haciendo labores de limpieza en el turno de las 11 de moche hasta las 7 de la mañana; cabe anotar que este famoso restaurante, ícono de la gastronomía “Neoyorquina” estaba abierto las 24 horas del día.
Lo que vino después marcó mi vida y es cuando mi hermano Jairo me llevó a trabajar al Hotel SHERATON RUSSELL de la 37 con Park Avenue como botones, portero y de ahí en adelante siguió una cuerda de empleos, todos en el área de servicios. Tenía 17 años, a pocos meses de cumplir los 18.
Por su ubicación este hotel era altamente demandado por el segmento corporativo, lo cual me sirvió de escuela para adentrarme en este fascinante y apasionante mundo del hotelería de la mano de una de las cadenas hoteleras más famosas de la época: Sheraton Hotels International, la cual, conjuntamente con Hilton International e Intercontinental Hotels, dominaban el mundo de la industria del alojamiento en el ámbito mundial. Qué orgullo es para un hotelero como yo poder mostrar que estas tres cadenas son parte de su hoja de vida.
Todo lo anterior que sirva de ejemplo para las nuevas generaciones de la importancia del idioma para sus carreras. La Hotelería de hoy está demandando personas que sepan hablar otros idiomas. A través de mis redes sociales alcanzo a ver las solicitudes de empleo para hoteleros con dominio 90% del inglés.
El turismo del Quindío necesita personal bilingüe, y lo bueno del asunto es que ese personal lo hay; nunca me canso de insinuar que la facultad de lenguas modernas de la Universidad del Quindío desde hace años lleva a cabo una excelente labor enseñando inglés y francés; he tenido la ocasión de entrevistar a muchos de ellos y mi calificación es: ¡EXCELENTE!
Hasta la próxima,